jueves, 3 de marzo de 2011

Claro de Luna Cap. 2


II: Lo Que Da Sentido Al Vivir
El alumnado completo reunido en torno a un pequeño grupo de personas, con el sol despuntando el medio día y uno que otro curioso gritando sandeces al aire. Ese cúmulo era el grupo de Falcon, muy conocidos en la escuela por revoltosos, y otros jóvenes menos identificados. Entre los murmullos cualquiera podía identificar la situación, pues unos comentaban los partidos de soccer que ambos equipos se disputaban cada vez que había tiempo libre; otros decían que había algo importante en juego, y otros más aseguraban que entre ellos se encontraban los futuros miembros de la selección nacional. Por cualquier motivo, el nerviosismo emanaba al sentir tantas miradas encima los azotaba, y no sabían si reír o llorar, por lo que solamente atinaban a preguntarse unos a otros lo mismo.
—¿Cómo terminamos metidos en esto? — repitió Wingen a Paul, al tiempo que se abrochaba los tenis y repasaba al público.
—Spine, como tantas otras veces, nos ha metido en uno de sus asuntos, pero no se lo digas a nadie —expresó el rubio. Su semblante tranquilo denotaba que le gustaba sentirse observado.
—¿Listos para el partido de sus vidas? —llegó el mencionado moreno, luciendo un lustroso traje deportivo en tonos oscuros, emanando confianza —El grupo de Allan no sabe con quienes se metieron.
—No entiendo porque ahora es tan importante el partido, si jugamos todos los días —Riddick se limpió el sudor de la frente, obviamente afectado por la multitud —. Les ganamos a diario, y nunca viene a vernos nadie.
—Hoy es distinto, amigo mío —Albert se tomó la libertad de abrazarlo —. Hoy Carter y yo estamos jugando una cuestión de honor en este partido, por lo que les pido que den su mejor esfuerzo —vio a su equipo completo, luego una gota de sudor frío recorrió su cabeza —. ¿Dónde está Vivas?
Era bien sabido por todos que el chico Ixcen era el mejor jugador de la escuela, y posiblemente de la región. También solía faltar cada vez que una chica linda le guiñaba un ojo en los corredores o que surgía la invitación para ir a “pasear” a la parte trasera de los salones. El moreno temía que su mejor elemento no acudiera en esa ocasión, aunque se negaba a explicar el motivo que convertía esa situación común en un evento tan grande. A escasos minutos de comenzar el partido, salió corriendo en pos de Vivas. Prácticamente coordinado a ello, se apareció el joven, acompañado de Falcon y de una guapa rubia de ojos verdes, a la que tomaba de la mano con naturalidad. Sus amigos no pudieron más que reírse.
—Albert acaba de salir a buscarte como loco —se burló Paul, sin poder apartar la mirada de la chica.
—Por eso mismo vengo del otro lado —el confiado Ixcen soltó a la joven, y le dijo con un dejo de desprecio —. Vete a ver de lejos como hago magia en este campo.
La chica asintió con la cabeza, y felizmente fue a perderse entre el barullo, ante la mirada atónita de los presentes, que seguían sin entender el encanto natural de su amigo. Falcon, que lo acompañaba sin hablar, se agachó para estirarse, burlándose en silencio por la idolatría que le guardaban Paul y Wingen a Vivas. Aparte de ello, tenía una fuerte preocupación que no le dejaba en paz: la apuesta de Albert y Allan. Estaba por confesarla, cuando fue interrumpido por el par de discípulos de seductor.
—¿Esa hermosura es tu novia? —Wingen no daba crédito.
—Por hoy… o hasta que salga algo mejor —habló indiferente, levantando sus manos para estirar los músculos —. En este momento tenemos algo más importante que hacer, y es aplastar al equipo de Allan, y darle una lección a Albert.
—¿Por qué? ¿Le sabes algo? —se extrañó Riddick.
—La amiga de Vivas nos dijo de la apuesta que están haciendo él y Allan alrededor de este juego… es sobre Marian —admitió Falcon, sin poder ocultar su molestia.
—Ahora entiendo todo —se mofó el rubio, abrazando al de cabellos grises —. ¿Así que estás celoso de no haber entrado en la apuesta por tu dama?
—¡Por supuesto que no! No me importa lo que esos fracasados hagan o no —se excusó rápidamente éste, dándole la espalda para acabar con el tema.
Del otro lado del campo, el joven Allan Carter se colocaba su habitual pañuelo de capitán en la cabeza, amarrado a modo de que detuviera sus largos mechones. Sonreía confiado, esperando que el enemigo estuviera atenido a los resultados pasados y no tomara precauciones. Sus compañeros de todos los días lo secundaban, entre ellos sus mejores amigos: Laki, un joven defensor de gran altura y poco miedo al peligro; Bencor, un chico tímido que perdía los estribos en juego, convirtiéndose en un severo dolor de cabeza para los atacantes; y Deray, un pequeño chico de gran velocidad que solía encontrarse en la ofensiva todo el tiempo, así estuviera desatado un caos en su zona. Ellos, a pesar de su habilidad, no habían sido suficientes para enfrentar a Albert y compañía, por lo que ese día tenía un par de refuerzos secretos para asegurar su victoria. El primero de ellos era llamado Nerem, y se trataba de un talento en bruto, más hábil que el mismo Vivas; se lo encontró por casualidad un día jugando sólo, y no dudo en reclutarlo; al parecer era demasiado serio para unírseles por gusto, pero bajo invitación, aceptó inmediatamente. El segundo era un moreno de otro grupo, veloz como Deray y rápido como Bencor, que parecía tener un particular odio contra Albert, lo que lo convertía en un buen aliado en esa guerra; su nombre era Josh, y era en aquel entonces el mejor amigo de Marian, un punto extra para cuando hubiera cumplido su meta y tuviera el camino libre. A punto de empezar, trajo a su memoria el momento que había desatado ese escenario tan caótico.
Un día, luego de otra partida diaria, y ya cuando todos se habían ido, dio la casualidad que se encontraran ambos solos. Años atrás habían sido buenos amigos, por lo que comenzaron a charlar tranquilamente; todo marchaba bien, hasta que Albert comenzó a burlarse de su serie de derrotas, luego se puso a hacer alarde de sus triunfos en la política estudiantil y en toda clase de competencias físicas e intelectuales. Esperaba encontrar un rastro de aquella vieja amistad, pero no hubo ni la más mínima pizca de empatía. Sumamente molesto porque, el que un día fuera su mejor amigo, se convirtiera en ese ser insoportable, no encontraba las palabras para hacerlo callar y marcharse. La gota que derramó el vaso vino cuando mencionó a Marian, la mujer que ambos pretendieran.
—… pero no importan todas las demás victorias, me conformo con que Marian se quede conmigo… o con alguien más que no seas tú.
En ese momento hirvió su sangre, y solamente atinó a pactar una apuesta: el todo por el todo. Sin un ayer ni un mañana, ese día se decidiría aquel que pretendería a la heredera Von Perr, pero más que eso, quien era mejor que el otro. Podía no haber logrado tanto como el otro, pero estaba seguro que era capaz de llegar más lejos que él.
Tal vez por tanto mencionar su nombre, pero entre el tumulto, Marian no se sentía a gusto con la situación. Desconocía que el teatro estaba montado en su honor, pero algo en su intuición no la dejaba estar en paz, pidiendo repetidas ocasiones a su amiga, una agradable rubia llamada Amy, dejar el lugar. La otra se encontraba encantada, mirando las piernas de los jugadores entre suspiros, intentando callar a su amiga con cualquier excusa, como que se debe acudir a los eventos estudiantiles o que no iba a haber nada más interesante en todo el mes. Resignada, aceptó sentarse en una banca cercana a observar el partido de un deporte del que desconocía las reglas. Miró a Albert y a Allan, y recordó los vanos intentos de ambos por ganarse un espacio en su corazón. Éste último había sido tan burdo como para robarle un beso en una simple charla de amigos, y no se atrevía a mirarlo a los ojos desde entonces, con una mezcla de vergüenza y sutil desprecio. El otro le hablaba en cada ocasión que se topaban en la escuela, manteniendo larguísimas charlas alrededor de un mismo tema: su persona. Detestaba que Albert solamente pensara en sí mismo, o que eso diera a entender. Pensó en lo curioso de que fueran rivales en ese juego, y buscó en ello un pretexto para interesarse.
Un golpeteo en su espalda le robó su distracción, y volteó de súbito. Se trataba del presidente del consejo estudiantil, el pelirrojo Carden, que con una enorme sonrisa se sentó a su lado, y le mostró una carpeta que cargaba bajo el brazo, abriéndola y colocándosela sobre las piernas. Extrañada, solamente pudo preguntar de lo que se trataba.
—Este es un partido muy importante, y las apuestas están como nunca, ¿Te sientes con suerte?
—¿Estás haciendo apuestas del partido? —interrumpió Amy, arrebatando la carpeta de las manos de su amiga, que la miraba con curiosidad.
—No todos los días se ve que ambos equipos jugarán con tanta fiereza. Hoy hay más en juego que una burla, y eso ha levantado intereses en los alumnos…
—¿Qué clase de intereses? —intrigada, la rubia anotó su nombre en la carpeta, a favor del equipo de Vivas, a sabiendas que ganaban siempre.
—No soy la persona indicada para decirlo —intentó hacerse el interesante, poniéndose de pie, tomó su carpeta y se la ofreció a Marian —, ¿Tú no piensas arriesgar una pequeña parte de tu fortuna?
—No soy partidaria del azar —se encogió de hombros.
—Pensé que harías una apuesta, después de todo, eres la causante —dando media vuelta, se marchó riendo, dejando a las chicas con la duda.
Confundida, miró de nuevo a sus dos pretendientes, y tuvo la fugaz idea de que su vago pensamiento de casualidad no estaba distante de ser real. Si fuese cierto, estaba siendo considerada un objeto. Nuevamente la invadió el impulso de marcharse, pero Amy, que también tuvo esa preocupación, le pidió permanecer, a espera de alguna pista que aclarara la situación. La pista no tardó mucho. Un grupo de cuatro jóvenes se sentó alrededor de ellas a los pocos minutos, y, al reconocerlas, supo que no se trataban de simples espectadoras. Las cuatro estrellas de la escuela solían hacer cada acto de presencia con una intención, aparte de ser bien conocida su estrategia de rodear a las presas. Araly a la izquierda, Angel a la derecha, Shadow debajo y Lizzie encima; no había manera de huir al interrogatorio que les esperaba. Fingiendo demencia, sintieron a la joven líder del grupo abrazarlas con naturalidad sin dejar de mirar al campo, susurrando en sus oídos un “hola” que sonaba más hipócrita que el de un político. Antes de que siguiera, Amy, que no le guardaba el respeto de los demás, la encaró.
—¿Algún motivo en especial para que te dignes a hablarnos?
—Ahora que lo mencionas, querida, sí, hay uno —de un ágil salto se sentó en medio de ambas, alcanzando a cubrirse con una mano la traición del aire sobre su corta falda —. Un pajarito me dijo que este juego se debe a una apuesta, y quiero que me lo confirmen ustedes.
—¿Y nosotras cómo podríamos saber eso? Al único que conocemos de todos es a Albert, y no es precisamente de nuestro agrado —acercó su cara, claramente molesta, a la de ella.
—¡Deja de mentir! Mi asunto ni siquiera es contigo —dándole vilmente la espalda, se volvió a la callada del otro lado —. Tú tienes que decirme: ¿Es cierto que este juego es por ti?
—No lo sé, ni me interesa —hizo el intento de parecerse a su amiga, pero su voz se quebraba.
—Y si así fuera, ¿A ti que te importa, Lizzie? —la rubia la hizo voltear.
—Hay un chico ahí que me interesa, y no puedo permitir que se esté disputando a otra chica en una partida de salvajes —se atrevió a admitir su interés —. Paul decía amarme antes, y sé que todavía lo está, solamente que está entretenido queriendo besar sapos.
—¿Y ese quién diablos es? En mi vida he escuchado de él —se quejó Amy —. Te puedo asegurar que a mi amiga no le interesa tu don nadie, así que déjanos en paz.
—Dejaré de hablarte, simplemente porque no me eres más de utilidad —haciendo una señal, sus achichicles se pararon junto con ella, y emprendieron el camino a unos asientos que les tuviera Carden reservados frente al campo.
Un fuerte silbido indicó a la multitud que el partido iniciaba, y con él las emociones. Todos los que habían dado dinero a Carden en apuesta oprimían los puños cada vez que su favorito tomaba el esférico e intentaba anotar. La atención iba de un lado a otro sin que ocurriera nada relevante, excepto la sorpresa del equipo de Albert al notar la estupenda habilidad del callado Nerem, al que Paul se atrevió a decir que provenía de otra escuela, puesto que nunca lo había visto. Josh también fue una carta fuerte a tomar, lo que niveló las cosas al grado de que los minutos transcurrían y ni siquiera las efectivas combinaciones de Vivas, Paul, Wingen y Albert eran capaces de traspasar la defensa. Falcon y Riddick se disputaban enemigos en la defensa de su lado, haciendo todo lo posible por mantener a raya a Allan, Josh y Bencor, a sabiendas de que su guardameta no era nada experimentado: el intelectual Ferret, cubriendo la incapacidad del verdadero, que se rompiera una pierna intentando entrar a la escuela en deshoras por uno de los altos muros. Casi llegado el medio tiempo, vino la tragedia: Allan consiguió pasar a Falcon, teniendo una oportunidad clara que no desaprovechó para anotar. Metiendo la pelota con Ferret incluido, consiguió la primera anotación para su equipo, celebrando con su equipo como si hubiera ganado una copa mundial. La euforia no le hizo medir sus palabras, yendo hasta su ex amigo a gritarle en la cara.
—¡Esto es por Marian, inepto! Tendrás que dejarme el camino libre.
Escuchada por el mundo entero, los comentarios estallaron en todas direcciones, señalando a la joven sentada metros atrás, que no podía ocultar su incomodidad pese a la repetida frase de su amiga “no pasa nada, así son los hombres”. El partido arrancó de nuevo, y pareció calmar los humos, pero no completamente, pues Carden fue hasta ambas chicas con su habitual exceso de intimidad.
—Deberías de darle unas cuantas porras a Albert, a ver si el partido se pone emocionante…
El rostro enrojecido de Marian no tenía la más mínima muestra de vergüenza. Estaba invadida por el coraje, pero era incapaz de demostrarlo de cualquier manera. Amy solía ser su transmisor de sentimientos, y esa no sería la excepción. Tomando aire y valor, la rubia se puso de pie y gritó con todas sus fuerzas, al grado que el mismo partido se detuvo ante su orden.
—¡¡¡Detengan esta farsa!!! —no hubo presente que no la mirara al instante —¿Con qué derecho se atreven a apostar a mi amiga en un juego, bola de salvajes?
—No sé de que estás hablando, chava, esto no es más que lo de todos los días —dijo, confundido, Laki.
—No mientan, ¿Por qué sino estaría la escuela completa aquí?
—No te metas, Laki, esto es asunto de grandes —Allan se adelantó, creyéndose dueño de la situación —. No tiene nada de malo arreglar las cosas a la antigua, comotellames.
—¡Mi nombre es Amy! —estalló furiosa —Parecen niños egoístas, ¿Qué nadie pensó en lo que Marian sentiría al verse como trofeo de su jueguito?
—Espera un momento, güerita —Albert dio un paso al frente, en modo diplomático —.Hemos obrado mal Allan y yo al hacer esto sin consultarte —sonaba arrepentido, aunque cualquiera que lo conociera sabría el verdadero motivo —. Marian, si deseas que esto se detenga en este instante, solamente tienes que pedirlo.
—Sería lo más indicado —atinó a decir con su casi inaudible voz.
—Bien, hemos terminado amigos, es todo —ultimó el moreno, ante la bulla general.
Comenzaba la gente a marcharse, cuando se escuchó otro grito femenino entre la multitud, haciéndolos volver al instante, ya intrigados por lo que había detrás del telón del espectáculo al que acudían con morbo. Se trataba de la archiconocida Lizzie, montada sobre una banca y sostenida por sus tres ayudantes.
—Albert, entonces, ¿Este problema era entre Allan y tú?
—Así es, mi estimada —habló como si se dirigiera a una damisela antigua.
—En ese caso, no veo el motivo por el que sus equipos puedan terminar el partido, al menos para que podamos disfrutar de lo que ya había empezado.
—Me parece perfecto —dijo emocionado, abrazando a Allan y llevándoselo fuera del campo, al tiempo que le susurraba al oído —. Ahora la apuesta está en manos de nuestros amigos.
Asintiendo, se sentaron junto con el grupo de chicas populares. El juego se reanudó como si nada hubiera ocurrido. En la zona de defensa, Falcon y Riddick charlaban de lo ocurrido mientras la acción se desataba en el otro extremo. Antes, uno estaba triste porque el destino de su amada se encontrara en manos de otros dos, pero ahora que estaban supuestamente eliminados del juego sentía que su oportunidad salía como por fuerza del destino, pero el otro le decía, indiferente, que eso no serviría de nada, y que mientras no pudiera hablarle las cosas marcharían exactamente iguales.
—Puede ser, pero por primera vez Marian está poniendo atención al juego, es mi oportunidad de brillar —alegó Falcon, cuidándola de reojo, esperando ser visto.
—Bien sabes que las personas se interesan solamente en los que meten goles. Casi nadie aprecia a un defensa —su cruda manera de ver la realidad casi dolía.
—Hay una manera de cambiar eso —Ferret, que escuchó desde la portería, tenía una idea —. Ambos equipos perdieron un delantero, así que es un buen momento para que el equipo entero ataque. Ve y lúcete, Falcon, nada más vuelve pronto.
El chico movió la cabeza afirmativamente, y corrió a la zona alta para hacer su mejor intento. Muchos lo vieron correr, dirigirse justo contra Bencor, que recién recuperaba el esférico para su equipo, y quitárselo en un arranque sorpresivo que levantó la emoción del público entero. Más de uno se puso de pie cuando lo vieron acercarse a la portería, y no quedó uno sentado cuando lo vieron disparar. Dentro de su arranque de adrenalina, Falcon no supo el resultado de su esfuerzo, pues la potencia de su disparo le hizo perder el equilibrio y caer estrepitosamente al suelo. Pero al abrir los ojos y ponerse de pie, vio la pelota en la portería y a su equipo celebrando, por lo que se paró de inmediato y fue a unirse a un abrazo grupal. Orgulloso de sí mismo, volvió a la defensa y permaneció ahí hasta el final del partido, que culminó con un digno empate que no dio nada para nadie, excepto una profunda satisfacción en los que dieron su alma en un juego que amaban, por nada más que el placer mismo.
Albert y Allan quedaron charlando conforme la gente se iba marchando, quedando en pactar un nuevo partido cuando los humos se hubieran calmado. Falcon y sus amigos corrían y saltaban felices, pensando en que el próximo día les ganarían fácilmente, luego de haber analizado el modo de jugar de Nerem y a sabiendas de que Josh no volvería a hacer equipo con esos perdedores. Escucharon, conforme se alejaba, sus verdaderas intenciones: lo había hecho para que Allan no ganara, puesto que Marian lo detestaba por aquel beso robado. Entre carcajadas, comentaban mientras se dirigían al salón, como acostumbraban al final de cada día, cuando ya todos se habían marchado en búsqueda de sus útiles para irse a casa.
—¡No puedo creer que te hayas atrevido a salir de la defensa, Falcon! —abrazó orgulloso Wingen a su amigo.
—Yo tampoco, fue un desplante de adrenalina —suspiró el chico, mirando la banca vacía donde estuviera minutos atrás Marian.
—Necesitamos más de esos —sonrió Riddick, complacido.
—Ahora, a celebrar que la suerte le dio una patada en el trasero a ese par de negros —se rió Paul, cambiando su mueca inmediatamente al notar que se acercaban cuatro siluetas femeninas.
Tal como pensaban, se trataba de Lizzie y compañía. Maquilladas con perfectas sonrisas, les dieron un célebre abrazo a cada uno y les pidieron defender el honor de su grupo con orgullo cada día. Sabían que se trataba de una máscara, y la verdad relució inmediatamente cuando Lizzie extendió sus brazos ante el rubio y le dio un fuerte beso en la mejilla.
—Me da tanto gusto que no hayas sido tú el interesado en la insípida chiquilla.
—¡Mira, me habla mi perro! —gritó el rubio, corriendo al salón para tomar su mochila y desaparecerse de la escena lo antes posible.
Las chicas salieron detrás de él, y los demás siguieron caminando tranquilamente detrás. Un tumulto de personas corriendo tras un chico los hizo detenerse a la mitad. Se trataba de Carden, perseguido por aquellos inconformes con la apuesta que nadie ganó, y cuyo dinero no fue devuelto. El pelirrojo pedía auxilio, pero solamente recibió carcajadas por parte de los chicos. Solamente Falcon no se reía, todavía perdido en sus pensamientos, y más que nada, en la satisfacción de haber hecho algo ante esos ojos, dueños de su alma. Wingen y Vivas permanecieron mirándolo un momento, hasta que el primero se atrevió a decir en voz baja.
—¿Le vas a decir que tú fuiste el que metió el gol?
—No… lo prefiero feliz —sonrió el joven Ixcen, abrazando a su amigo para irse de una vez.