lunes, 28 de febrero de 2011

El laboratorio de física fantasma

Este día no tengo mucho de que hablar. He pasado desde la mañana con una crisis de falta de energía que no me ha permitido desempeñar las funciones cotidianas como era debido (llámese escuela, casa, vida, etcétera). Fuera de ello, el día no tuvo mucho que ofrecer, más allá de la sonsa cotidianidad que de por sí es abrumadora. Solamente hubo un detalle, una insignificancia del tamaño de aquel camello que pudo pasar por el ojo de una aguja. A falta de imaginación, hoy le dedicaré la entrada a una persona que, hasta hace poco, consideraba un invento de la burocracia para poder robar a sus anchas: el director de mi escuela (estaba en todo mi derecho, el tipejo no se aparecía en ningún evento de la escuela... vaya diva).
Resulta que en una de tantas clases, el profesor nos dio la muy decente noticia de que se suspendería su clase, pero luego vino la mancha en el blanco: teníamos que asistir a lo que el instituto llama "rendición de cuentas", que viene siendo algo así como un evento obligatorio en donde el director presume los logros y gastos de la escuela en los últimos 265 días. Como ir se veía tan tentador como una visita al dentista, pero atenerse a las consecuencias de no ir con el mencionado profesor, tomé las cosas a la ligera y pensé "al fin y al cabo, me puedo poner a jugar en el celular ahí dentro". Así pues, resignado, me dispuse a obsequiarles una preciada hora de mi vida en bandeja de plata.
Para hacer el cuento corto, he de admitir que el evento por sí mismo fue suficiente para evitar que siquiera tocara el celular. No voy a decir que por interesante, sino por un par de detalles que me hicieron pensar profundamente en cuestiones que iban más allá del simple: "¡Mira! El director en realidad no es producto de nuestra imaginación". El sujeto, con un engargolado bajo el brazo, hizo la mencionada rendición de cuentas, tal y como lo amenazaba, pero de una manera digna del estudiante promedio de secundaria: leyéndolo enteramente y mal (cambiando unas palabras por otras, saltándose acentos/puntuación/letras/lógica, e incluso invéntandose términos). Lo primero que vino a mi mente fue encontrarle sentido al porqué de su perpetuo encierro en la oficina: el tipo simplemente no fue capaz de evocar una pizca de respeto en el alumnado, ¡y qué decir de los profesores! Al menos los que estaban cerca de mí murmuraban una serie de comentarios sobre su persona, nada agradables, claro está.
En segundo lugar, y más importante que el anterior, se encuentra el contenido del ya tan mencionado informe de cuentas. El tipo (que tiene fama en todos los rincones de la escuela de corrupto, ladrón, feo y antipático) dio una cantidad sumamente dispar de cifras, que sinceramente sonaban más a insulto que a burla. ¿Por qué digo esto? Pues, si sabe que está tratando con estudiantes de licenciatura, con profesores de todos los grados y uno que otro que intenta pasarse de listo, ¿Cómo se le ocurre decir que un par de rampas para discapacitados generaron un costo de $40,000? Digo, la crisis está grave, pero eso sinceramente es una patada en las gónadas para cualquiera que se digne de tener un par de neuronas funcionales (y ese fue solamente uno de muchos ejemplos).
Para no transcribir el interesantísimo informe de gastos, me limitaré a mencionar otro par de ejemplos para que puedan comprender un poco mi indignación: supuestamente, la escuela recibió un apoyo de $134,000 para acondicionar un aula de inglés (término que no entiendo mucho, pues el inglés se puede aprender en cualquier salón... si mucho hará falta un mini componente para escuchar los audio libros). La pregunta de los ciento treinta y cuatro mil es ¿Dónde está esa aula? El año pasado yo llevé el curso de inglés, y fue en un aula que parecía ser el reciclado de un pasillo ancho donde apenas cabíamos quince personas. Y mentira number two: (¿Se nota que aprendí en mi super curso?) se presume desde hace dos años de un gasto de un par de millones en un laboratorio de física, y es un muy buen gasto, dado el material y las herramientas que requiere uno. El enorme detalle aquí es: ¡Que en la escuela no hay laboratorio de física! Dos años seguidos nos tragamos la misma cuestión, sencillamente porque, al terminar, el sujeto sale disparado a su lugar, imposibilitando una muy deseada sesión de preguntas y respuestas.
No quiero pensar que los altos mandos de la educación nos consideran idiotas (me estoy refiriendo a la comunidad estudiantil, de la que honrosamente formo parte), pero mostrarnos esta sarta de datos incongruentes con vil descaro, pidiendo luego, no, exigiendo más bien, que tengamos orgullo por la institución que nos está otorgando los estudios para enfrentar al mañana y sacar a flote este barco agujerado al que llamamos país. Es triste e ilógico a la vez, pensar que porque el director lo dice, estaremos de acuerdo y seguiremos buscando el laboratorio de física fantasma. Eso sí, el día que descubra que los millones invertidos han creado un laboratorio ultra secreto debajo de las piedras, y del que solamente yo no tengo conocimiento, iré a rendirle orgullo y respeto a los símbolos de mi alma mater (símbolos que por cierto, dentro de los logros del año pasado, han sido registrados con éxito... aunque no le veo nada el caso, ¿Quién va a querer plagiar el logotipo amarillo canario de una escuela?).
Espero, sinceramente, tener alguna otra oportunidad de ver a ese escurridizo sujeto que se encuentra en la cima de la cadena alimenticia estudiantil, nada más para poder analizarlo un poco más, y ver si en verdad es tan tonto como para creer que le creemos, o si nada más es un cínico al que poco le importa lo que pensemos, pues, al fin y al cabo, no podemos opinar nada en el sistema actual (y luego nos quejamos de como están las cosas, pero cuando se trata de celebrar la democracia, ahí estamos...).
Como dije en el inicio, hoy no tengo muchas ganas de escribir, pero creo que con pocas palabras se entiende mi punto, ¿No? Un pueblo informado es un pueblo peligroso, aunque con esas cabezas de gobierno que tenemos... no mucho podemos hacer.
Nos leemos luego.