VII: Perfección En Su Mirada
Miró con extrañeza al cielo mientras caminaba rumbo a casa. El chofer se había retrasado en recogerla del instituto, y optó por ir a pie hasta su hogar como quiso hacerlo desde un principio, antes de que su padre le impusiera la limosina.
Le gustaba soñar con cada paso, sintiéndose entre las nubes que la sobrepasaban, vagando con los pensamientos de tantas veces en una vorágine de hechos placenteros y dolorosos, siendo los más, aquellos duales.
¿Quién comprendería a esa alma misteriosa? Su ideología se basaba en el sentirse plena al día, como fue acostumbrada por su adinerada familia. Su único motivo para moverse era el mero hecho de seguir, buscando algo que ya tenía y sintiendo lo que ya experimentó en el pasado.
Pero entre la confusión y la complacencia, estaba el reencuentro. Tantas veces soñó con el mismo personaje, que se acercaba con su rostro manchado, para decirle que dejara de llorar, que todo estaría bien algún día.
Reencuentro de una primera vez, hacía ya muchísimos ayeres, cuando la oscuridad reinó en la luz pero su corazón se sentía vivo.
Marian era una estudiante aplicada en su oficio, sin detenerse a pensar en detalles como el amor o la amistad, recibiendo todo cuanto llegaba de buena gana. Ese actuar la hizo aceptar a Josh en su vida, quién fuera el primero en ofrecerle su amistad a su llegada a Din, y posteriormente le declarara su amor.
En aquel apartado tiempo que ahora evocaba, el moreno todavía no era su pareja, y sus sentimientos, puros y joviales, aguardaban a flor de piel por la primer ilusión. Para su desgracia, los planes del destino eran muy distintos.
Había un trío de chicos que se disputaban su amor entre ellos, sin atreverse ninguno a acercarse a pretenderla. El primero siempre traía una pañoleta en la cabeza, presumía de ser el capitán de un grado entero y solía pasar por su casa cantando a capela. El segundo era gran amigo del primero, de largos cabellos teñidos de blanco y ojos vivaces; un gran pretendiente si se tomaba en cuenta que se trataba del presidente del consejo estudiantil, y de una gran influencia en la escuela entera. El tercero era un chico reservado de cabellos grises, distraído al extremo y con una timidez tan grande como el halo de misticismo que lo rodeaba.
Un día, la delantera la tomó el primero del trío, que resultó llamarse Allan. Dio el paso decisivo y abrió plática con ella, todo con la intención de robarle un beso. No fue largo, tampoco dulce, solamente un experimento para apagar la duda e inducir el deseo de algo real. No fue difícil decirle que desistiera.
Albert fue el segundo intento. El joven hablaba con ella en muchas ocasiones, primero ocasionalmente, pero luego tan a menudo que llegó a ser molesto, más por que el único tema de conversación era él mismo, parloteando sobre sus logros y todo lo que podría alcanzar si un día decidiera hacer uso de sus muchas relaciones sociales. En un desplante ceremonial de modales, le pidió que la dejara en paz.
Esperaba que el tercer chico hiciera su intento, pero eso jamás ocurrió. Cómo por arte de magia, Falcon desapareció de la faz de la tierra. Estuvo triste todo ese tiempo, pensando que la posibilidad que tuvo de un primer amor se había esfumado sin dejar rastro, y que nadie más se fijaría en una chica tan callada y fina como ella. Fue en ese tiempo que conoció a Josh, y que aceptó su precipitada propuesta.
Sin esperarlo, una noche, mientras ella se preparaba para dormir, él apareció en su recámara. Su semblante distaba del de antaño, y sus ojos prácticamente inyectaban hielo en cuanto veían; las ropas que lo ataviaban eran como salidas de otra época, haciéndola pensar que se trataba de un sueño. Él no se acercaba, limitándose a esperar en la puerta un primer movimiento que Marian no pensaba hacer.
Finalmente, Falcon se acercó a ella con pasos temerosos, rompiendo la impresión de ser duro. Ella sintió alivio al ser mirada con temor, con un cálido y tierno temor. Perdida en sus pensamientos, no se dio cuenta de la mano que se extendía, ofreciéndole una pequeña caja de madera.
— ¿Qué... qué es esto? —dijo Marian, sorprendida.
—Es un regalo, pero te pido que no lo abras... no hasta dentro de un tiempo —respondió Falcon con miedo, esperando su primera impresión.
Lo tomó entre sus manos, y acarició las formas y sus contornos. Estaba extrañada por el detalle; a la vez, sumamente enternecida. Sonrió en señal de agradecimiento, y él procedió a marcharse en el acto.
—Espera, ¿A dónde vas? ¿Porque me has dado esto?
—No habría mejor persona para cuidar lo más valioso para mí. Cuando no me veas en mi mirada, entonces deberás abrirlo.
Luego de pagarle la sonrisa, desapareció, desvaneciéndose entre el aire. Ella miró con curiosidad la caja, pero no se atrevió a desobedecer sus órdenes, aunque no las comprendiera del todo. Quedó ahí, pensando en el significado de tan extrañas palabras. Más extrañas fueron cuando descubrió que, ante los demás, Falcon seguía desaparecido. Pero lo inverosímil fue despertar un día, y notar que la caja ya no estaba donde la había guardado.
Mucho tiempo pasó antes de que volviera a ser visto. No era el mismo chico de antes, sino que se había convertido en un joven taciturno y fácilmente irritable, al que sólo parecía importarle el reconocimiento ajeno. Se convirtió en una estrella del deporte, luego en un primer lugar del cuadro de honor, pero nada parecía saciar el hambre de triunfo que el reaparecido tenía. Incluso sus amigos llegaron a desconocerlo, cosa que notaba al verlos discutir en los corredores del instituto con frecuencia.
Pese a ello, Marian parecía tener un interés curioso en el enfadoso Falcon, como si esperara que volviera a ser el chico tímido, e intentara salvarla de la prisión de banalidad en la que sola entró, y de la que no salía por no herir a su único amigo, que aunque se enteró en varias ocasiones de sus amoríos con otras chicas, pensaba que en realidad la quería.
Al ver que para Falcon ella no existía más, decidió encararlo un día y comprobar que era la misma persona. Al salir de clases lo esperó con nervios, teniendo la esperanza de que no hubiera asistido. Pero al verlo acercarse a la única salida del lugar, entendió que debía hacerlo, por el bien de su propia salud mental. Con un leve toqueteo en el hombro comenzó el capítulo más embarazoso de su vida.
— ¿Qué se te ofrece? —le dijo Falcon en un tono molesto, mientras sostenía su escarcela con útiles. Atravesaba a la chica con su mirada de juez.
—Nada en especial, ¿Tienes un minuto? —su voz se quebraba, y el pasar de tantas personas le causaba un pánico incontrolable.
Tomaron asiento en una pequeña banca cerca de la salida, que originalmente fue puesta para que los elementos de la prefectura vigilaran a los alumnos que entraban por la mañana. Su costumbre se perdió rápidamente, dejando el espacio libre para los rebeldes enamorados que insistían en verse en el instituto, pese a su prohibición.
—Quiero preguntarte... sobre la caja que me diste —por fin se alentó a decirlo.
— Oh... ya recuerdo... —la voz de Falcon fue bajando de volumen, como si quisiera detener el tiempo para pensar su respuesta. Luego de unos segundos en incomodo silencio, prosiguió —. Yo mismo tomé la caja de tu habitación, preferí que no vieras su contenido.
—No entiendo, ¿Por qué? —Marian pensó lo que dijo, y rectificó —. Para empezar, ¿Por qué me la diste a mí?
—Son detalles que no puedo decirte ahora, cosas que no debí haber hecho —se puso de pie, colocándose frente a ella en pose retadora —. ¿Qué quieres? ¿Qué te diga que te amaba? Los tiempos terminan por destrozar todo...
—Entonces... ¿Ya no? —la joven parecía decepcionada.
—Algún día te daré una respuesta...
— ¿Cuándo? ¿Cuándo vuelva a verte en tus propios ojos?
Esa frase sacó de sus casillas a Falcon instantáneamente. Sin tener un mejor argumento, optó por irse sin decir más, ignorando a la chica que lo perseguía con la mirada desde su asiento. Ese fue el incidente que marcó una enorme diferencia en la vida de Falcon, y ella jamás lo supo.
Volvió a desaparecer. Marian ya estaba acostumbrada a pensar que se trataba de un fantasma, y que algún día saldría de la coladera mientras tomara un baño, o de entre un libro de terror cuando estuviera leyendo. Como fuera, por fin había entendido las palabras que le dijo la noche que le dio la caja, y pensaba que ese secreto los unía, no en amor, sino en algo que trasciende las fronteras humanas. No era él, y solo ella lo sabía.
Nunca supo que fue lo que ocurrió, pero un día, ya cerca de que la generación se graduara, otro nuevo Falcon llegó al instituto. Se trataba de uno parecido al primero, tímido, reservado y encantador, pero difería en que éste parecía no conocer a nadie, ni siquiera a sus entrañables amigos. Ellos parecían saber el origen de su amnesia, porque se encargaban de instruirlo en todo lo que fuera necesario, incluso volvieron a presentarle a todos sus conocidos, que no terminaban de comprender la situación. De entre los confundidos Marian era la más atormentada, pues no sabía si volver a acerarse a él o dejarlo en paz, sintiendo todavía la culpa de su última desaparición.
Optó por lo segundo. Miró al joven de cabellos grises marchar una tarde, feliz por haber concluido los estudios, y preparándose para los siguientes. Para sus adentros, Marian sonrió, la felicidad que buscaban ambos parecía no cruzarse. Él estaría triunfando por la vida, y ella aprendería a ser feliz con su mejor amigo, con la esperanza de llegar a sentir latir su corazón por él.
Tal cosa no ocurrió. Ahora Marian era una chica taciturna que se perdía en los vanos pensamientos de querer regresar el tiempo, y tratar de ser feliz con el hombre que despertaba en ella un sentimiento de aventura, de una tierna introspección.
A pesar de ello, una parte de ella estaba contenta. Su caballero empedernido había dejado las conquistas vanas, recuperándose a sí mismo. Lo pudo ver aquella última vez, en la perfección de su mirada.