viernes, 17 de diciembre de 2010

Nostalgia Cap. 9

IX: Ojos Petrificados
La vara surcó un cálido cielo, seguida por el imponente can. Unos metros detrás de éste, dos jóvenes charlaban durante el camino. Uno, el orgulloso dueño del perro, no le perdía la vista de encima pero tampoco el rumbo de la conversación. El otro se limitaba a charlar, caminando por el borde de la calle.
Los años los habían cambiado un tanto, pero en esencia continuaban siendo el mismo par de personas, fácilmente reconocibles por toda la generación escolar. Un poco más viejos, pero no por ello maduros, eran Paul y Wingen.
—Debimos haber hecho esto desde hace tanto… —dijo Paul, mientras recibía la vara de su perro, para volverla a lanzar.
—Claro. Lástima que no encontramos a Falcon y Riddick —Wingen, como solía serlo, siempre deseaba el grupo unido.
—Pues sí, pero ya cada uno está con sus propios problemas… —el tono de Paul quería decir que él tenía los suyos. Rara vez decía algo por los demás.
—Lo bueno es que nosotros nos dimos el tiempo de hacerlo.
Caminaban por el viejo camino hacia la escuela, con el pretexto de sacar a pasear a Sparky, la indócil mascota de Paul. Era lo único incompatible en su vida, ya que todo era de marca, calidad o precio elevado, excepto él. Lo encontraron cuando era un cachorro, hacía ya muchos ayeres, y el pequeño Paul se encariñó tanto con él, que sus padres no pudieron hacer nada para separarlos. Tal vez era la única prueba de que el rubio no sólo pensaba en sí mismo.
El camino fue corto, comparado con todo lo que charlaron. Era difícil poner al día sus vidas, cuando el tiempo fue tanto y las vivencias también. Cada uno continuaba sus estudios en escuelas separadas. Wingen, en la Universidad local. Paul, en la de la vecina ciudad de Orefarr. Los amigos eran otros, los días diferentes, pero de alguna forma ellos eran los mismos.
Sparky no duró mucho en cansarse debido a los años que ya se le venían encima. Tomaron asiento en un parque que encontraron de paso, aquel que solían ver a diario en su camino de vuelta al hogar luego del colegio. Fue entonces cuando los tocó la nostalgia y los invadieron los relatos del pasado, los mismos que eran la dulce pesadilla de Falcon.
—Fueron bellos momentos —suspiró Wingen.
—Pero no podemos quedarnos suspendidos en ellos, la vida nos depara muchas cosas todavía.
—Eso sí, hay que aprender a valorar el pasado, pero vivir en el presente. Aunque no se compare, podemos hacerlo pasable.
—Claro, eso dices tú porque tu buena época fue esa. Pero yo, que por fin soy el galán que debí haber sido desde un inicio, no tengo queja alguna —fue un desplante enorme de orgullo, tan típico de Paul.
—Eso ameritaría una apuesta… —Wingen volvía a caer en las palabras de Paul, y de su propio orgullo.
Casualmente, vieron pasar un par de jovencitas. No eran extremadamente bellas, pero ambos se vieron a los ojos: la apuesta estaba declarada. Con paso decidido, se fueron acercando a sus próximas víctimas. Como en aquellos días, el dúo dinámico entró en operaciones.
Paul dio inicio al ataque, posando su brazo sobre el hombro de la más pequeña de las chicas. Ella volteó grácilmente, y cual no fue su sorpresa al reconocerse mutuamente. El grito que se escuchó, fue una combinación del de ambos, aunque por diferentes motivos.
— ¡Shadow! —gritó Paul asustado, al reconocer a aquella joven ridícula y exagerada.
— ¡Paul! ¡Que linda sorpresa! —dijo ella, sumamente contenta por la jugada del destino.
Wingen trató de no ponerles atención, al acecho de la amiga de Shadow, una jovencita de ojos grandes y talle delgado. En un descuido de su viejo contrincante de amores, se la llevó a charlar al parque.
Paul, que no veía la manera de escaparse de la embarazosa situación, trataba de encontrar un tema de conversación que no lo comprometiera, fingiendo la decepción y el enojo de ser vencido por Wingen otra vez.
— ¿Y qué has hecho en todo este tiempo? —preguntó indiferente.
—Estudiando en el extranjero, el instituto de Azirema ha sido un lugar maravilloso para mis estudios de estética ¿Y tú? —era lógico, una persona tan superficial no podía estudiar otra cosa.
—Vagar por ahí, encontrando lo que en realidad quiero hacer… todavía no sé qué hacer de mi vida —ni él supo porque fue sincero con ella, posiblemente derecho de antigüedad.
— ¿Y qué cuentan tus amigos? Digo, Wingen aquí está, ¿Pero Falcon y Riddick?
—No hemos sabido mucho de ellos, de hecho Wingen y yo nos juntamos hoy apenas, teníamos meses sin vernos. Del único que sé decirte es de Vivas…
—Sí, supe lo que le ocurrió… —dijo Shadow con tono triste,
—Nadie pensaba que fuera a morir tan joven… aunque llevara una vida de excesos —Paul recordó el funeral, lo duro de ver al primer amigo que muere y el reflejo de sí mismo: el clásico “pude ser él”.
—Pues sí. Por mi parte, yo sé decirte que: Lizzie está estudiando en Runnay, Araly vive allá también y Angel estaba estudiando aquí, pero me dijeron que se salió.
—Posiblemente se haya casado… —dijo entre dientes el rubio.
— ¿Dijiste algo?
—Nada, sólo que siempre fue una impredecible. Te aseguro que ya no tienen idea de donde está.
—Eso sí, pero ya la conocías…
La charla continuó con preguntas triviales sobre lo hecho y lo habido. Wingen rondaba cerca, presumiendo su victoria con cada vuelta que daba al parque. A Paul dejó de preocuparle, sumido en una interesante charla con una vieja conocida, que por ese día, se estaba comportando como una verdadera amiga.
El atardecer le indicó a Shadow que debían marcharse. Se despidieron de ambos jóvenes, no sin dar a Wingen el número de su recién anexada conquista. Ya solos, los dos amigos bromeaban sobre lo ocurrido en un ambiente de antaño, con el regalo de volver a ser aquellos jóvenes.
—Hemos cambiado la vida que teníamos, pero tienes que admitir que esa fue la mejor época que pudiste haber vivido —remató Wingen lo que habían dejado pendiente.
—Lo acepto, no sería tan irresistible si en ese tiempo no me hubieran rechazado tanto.
—Nunca vamos a cambiar ¿O sí?
—No, aunque no por eso somos estatuas.
—Yo creo que más bien camaleones, nos adaptamos a donde estamos.
Su estilo de vida era diferente, pero no por ello menos significativo. Sus ojos miraban un presente, esperanzador o desolado, pero con la decisión de enfrentarlo con valor. No eran como Falcon, cuyos ojos petrificados le impedían ver más allá de lo ya visto.