Estamos entrando en aquella época anual tan conocida, temida por algunos, repudiada por unos cuantos, pero al fin y al cabo celebrada por todos. Supongo que cualquiera sabe a lo que me refiero, y guarda al respecto una opinión personal que no quiere sacar a la luz, ya sea para evitar ser el nuevo "Grinch" o por no verse infantil ante su círculo. Como sea, y aunque no lo quieras, tenemos ya las posadas a la vuelta de la esquina, la parafernalia completa que las acompañan, seguido de la nochebuena, navidad, año nuevo y finalmente, aunque ya no tan celebrado, el día de los reyes magos (el maratón Guadalupe-reyes, pues, para los conocedores). Comida a borbotones, festejos, risas y uno que otro que se pasa con los tragos (ajá... uno que otro). Esta serie de parrandas consecutivas normalmente terminan con nuestra salud, peso y cartera, la cual, dicho sea de paso, comienza mucho más ancha de lo que estuvo durante el año, pero adelgaza proporcionalmente a la inversa de lo que engordamos nosotros. Sí, todo es felicidad, unión y buenos deseos, pero dudo que alguno nos pongamos a pensar siquiera en el significado de la razón que nos tiene reunidos, comiendo a lo idiota y saliendo a la mitad del crudo invierno a altas horas de la noche (cuando lo mejor y más cómodo sería permanecer bajo una quincena de cobertores). Pues bien, esta aburrida introducción no tiene otro motivo que abrir tema acerca del origen de las posadas... ya es hora de que lo sepas.
Resulta que hace unos 2011 años, allá por el rumbo del camino de Nazaret a Belén, andaban vagando José y María (si no sabes quienes son, vas que vuelas para el infierno), todo debido al caprichito del emperador romano César Augusto, que los quería empadronados en un censo ¿Para qué? Ahí le preguntan cuando se lo topen en el otro mundo. Dice la costumbre popular que su peregrinar comenzó el 16 de Diciembre, buscando un lugar donde poder hospedarse (ya que, debido a la gran idea demográfica del César, la ciudad estaba abarrotada de gente), y que continuó hasta el archireconocido 24 de diciembre, el día en que María dio a luz al niño Jesús... el resto de la historia lo han de conocer muy bien. Este es el fundamento sobre el que se basan la serie de fiestas en las que te pones hasta las trancas con el alcohol y comes como si no fueras a vivir mañana, ¿Lo sabías?
Mi punto es el siguiente: ¿Por qué lo hacemos? Realizar una fiesta rodeada de excesos, en la época más marginada del año, basada en un sufrido caminar de una pareja que no conseguía alojo en ninguna parte, con la mujer embarazada al borde de tener al bebé, sinceramente me parece paradójico. Si tenemos el suficiente cinismo de decir que es en honor de ello, estamos todavía más hundidos en el consumismo de lo que pensamos, porque, seamos sinceros, lo que nos importa es el consumo. Pero eso sí, cuando alguien habla mal de la religión, ahí están los guardianes de la verdad, listos para salir en defensa de aquel cuyo humilde origen celebran con una borrachera. ¿No lo hizo acaso para demostrarnos algo? Él quería que aprendiéramos con el ejemplo, y desde antes de nacer nos legó el primer mensaje... pero dejaríamos de ser humanos si aprendemos a la primera.
En este tiempo llega el maravilloso aguinaldo a los hogares, lo que conlleva a relucir la flamante ley: "si más tengo, más gasto", y salen todos a abarrotar las tiendas, gastando compulsivamente en cosas que necesitan, que desearon alguna vez, o que estaban en oferta (porque los negocios se la saben, e inmediatamente llenan de llamativos anuncios el ambiente). Simplemente es imposible respirar en los centros urbanos: la gente va y viene acarreando cosas (como si se tratase de víveres para no salir en un mes), llevando niños a escoger los regalos que la deidad de su elección les traerá, ya sea ese invento panzón de la coca-cola (léase Santa Claus) o el niño Dios. El dinero fluye como en un río, pasando de unas manos a otras con una facilidad ridícula y a un tiempo increíblemente veloz, trayendo de nuevo a mi mente el recuerdo de aquel pequeño que nació en un pesebre, sin más calor que el de sus propios padres, y que se convirtió en el más grande hombre que ha dado este mundo (sin entrar en asuntos propios de la religión, Jesús de Nazaret es la mejor persona que ha dado esta cochina humanidad).
Espero que quien lea esto piense un poco las cosas. Sé perfectamente que no va a cambiar el estilo de vida, ¿Para qué, si funciona para el mundo entero? Unos ganan un servicio, otros dinero. El punto cumbre de este vericueto es el de crear un poco de consciencia, el hacer pensar un poco en la razón que nos tiene ahí, más allá del gasto, en compañía de nuestros seres queridos. Eso era verdaderamente lo que Jesús anhelaba, que las personas encontráramos la felicidad. En palabras de un sacerdote católico que tuve el placer de tratar, y cuyo punto de vista compartía, el único mandamiento de Dios es un llamado a ser feliz, no en función de lo que tienes o los suntuosos regalos y comidas que ofreces, sino basado en el mero hecho de estar vivo, reunido con tu familia y amigos, disfrutando de estar cerrando un año más de vida, con sus altas y bajas, pero contento y agradecido por lo que tienes.
Comenzamos la época de festejos decembrinos, con la frente en alto y la cartera llena... ya calcularemos los daños el próximo año. Haz que valga la pena; disfruta, pero no olvides de lo importante. Las cosas van y vienen, pero los recuerdos permanecen por siempre...
Luego de esa serie de frases cliché, que bien venían al caso, me despido, esperando invitaciones a posadas, festejos, comidas y lo que sea... ya en Enero nos veremos la cara la báscula y yo.