Hola. Sé que algunos pudieron haber pensado que Lunaeclarum ya había pasado a mejor vida, más lamento informarles que, para bien o para mal, esto no es verdad, ya estoy de vuelta con otra de mis incoherencias para demostrar que todavía hay mucho que decir y tonterías que dar a conocer, unas conocidas, otras no tanto, pero con el toque justo de subjetividad que me he esforzado por defender.
Antes de entrar en materia, quiero poner en claro un par de puntos. El primero es un motivo personal de celebración: ¡Lunaeclarum ha alcanzado las mil visitas! A dos meses y medio de haber recomenzado (recordemos que el blog inició en Mayo, pero su desconsiderado creador lo dejó cinco meses flotando en el limbo) tenemos nuestro primer número de tres cifras en el contador de visitas. No sé si a la gente le gusta lo que encuentra al entrar, pero prometo que me esforzaré por hacer de este lugar algo interesante al que puedan volver gustosos, en el que encuentren puntos que discutir y otros que apoyar, en fin, un espacio para personas que tengan el pensar como uno de sus hobbies. Eso me lleva a preguntar algo: ¿Por qué teniendo mil visitas hay tan pocos comentarios? A excepción de cierta personita constante (Tú sabes quien eres, ¡Sí tú), el lugar ha brillado por su austeridad en cuanto a opiniones, así que, ¿Te gustó algún artículo? ¿Crees que puedes mejorar algo de lo aquí propuesto?, ¿Detestas mi forma de pensar y quieres conocer mi dirección para asesinarme lenta y dolorosamente? ¡Ahí está la sección de comentarios! Todo lo que pongas será tomado en cuenta, te lo prometo (dije tomado en cuenta, no obedecido, ¿Eh?).
El segundo punto, y que es la introducción al tema de hoy: defenderme de la acusación de dejar este lugar abandonado por siete días. Este pobre, tierno espacio del internet en el que expongo mucho de lo que nadie a mi alrededor quisiera escuchar, el sitio que deja grabado para la posteridad todo pensamiento incoherente que tengo, se vio perdido a la mitad de la nada, carente de información actual, gracias a esa parte temida de la vida escolar que a todo estudiante de niveles medio y superior les ataca dos veces por año: los proyectos finales. Resulta que tenía un par de proyectos desde inicios de semestre, con los cuales me serían calificadas dos importantes materias de especialidad; esto debido a la carencia de profesores capacitados para impartir tan importantes materias, así que optaron por pedirnos hacer desde cero un par de robots y un sistema de control sin tener muchos conocimientos en el campo (¿Captaron el sarcasmo? Nos pidieron hacer algo que nos debieron haber enseñado a hacer). Pues bien, siendo un estudiante promedio, y sin muchas pretensiones en aprender, no me molesto en un principio el no tener que asistir a dos clases y poderme concentrar en las demás... ok, no me iba a concentrar en ellas, sino que me iba a estresar menos. El tiempo pasó vertiginosamente, y heme a una semana de concluir las clases, trabajando como enfermo mental para terminar los dichosos proyectos, que dicho sea de paso, funcionaban un día y al otro no (bendita electrónica, un corto y todo se va al demonio). Ese es el motivo por el que tuve que abandonar el blog, para salvar mi pellejo de verse en la penosa necesidad de irse a curso de repetición... aunque todavía no recibo calificaciones... pero bueno, dejando de lado esta larguísima introducción, quiero entrar en el tema de hoy: la organización, vista con el hermoso ejemplo unas líneas atrás mencionado.
Una y mil veces maldije a la suerte que me hizo posponer esos proyectos hasta quedar a un paso del abismo. Una y mil veces pensé en que no volvería a hacerlo jamás. Una y mil veces dije que una y mil veces lo había dicho el semestre pasado... y ahí estaba otra vez, atorado hasta las trancas, enredado entre cables y circuitos, tratando de darle vida a un mugroso carrito hecho de quedes de juguetes y componentes de alto costo, que se quemaban con más facilidad que un bombón en una hoguera. Soy una persona que se jacta de hacer las cosas mejor bajo presión y de último segundo, pero sinceramente esta vez fue un caso extremo, ya que sentí que me explotaban las sienes durante durante cinco días, tuve una comida al día los últimos tres, y ayer a duras penas podía pronunciar mi nombre... pero al menos uno de los dos medio hizo lo que debía (seguir una pinchurrienta rayita... disculpen mi folklórico lenguaje, pero por esta vez lo amerita).
Esto se hubiera podido evitar si tuviera una pizca de eso que los seres intelectuales y con un ritmo de vida normal llaman organización, pero que al parecer para mí es tan ajena como si se tratara de un alimento extraterrestre. Si hubiera obedecido al pie de la letra el cronograma falso que incluí en la documentación hecha un día antes, bien pude haber invertido una hora al día o menos y los proyectos estarían relucientes y listos para entregar desde hace dos semanas. Si tuviera un equipo organizado con el que pudiera apoyarme, que me empujara cuando viera que me quedaba atrás en el camino, o que simplemente me recordara de vez en cuando, con vocecita de conciencia limpia y correcta "tienes un proyecto que entregar dentro de cinco meses", tal vez fuera más organizado y tuviera avances de verdad para entregarle al profesor. Si fuera de convicción férrea y objetivos fijos, con la mirada puesta en el objetivo de lograr un bien común, seguramente en este momento incluso estaría al tanto con el blog... pero las utopías no son lo mío, ya que, como sabiamente dictaminó un comercial de soda marca sprite hace ya algún tiempo: "el hubiera no existe".
La organización a mí es como el blanco al negro: constrastes. Si tan sólo pudieran ver mi espacio de trabajo (un escritorio en el que tengo revueltos mis cuadernos de narrativa, entre una y un montón de historias diferentes, con los de poesía y algunos de la escuela), es lo que algunos llaman, para no sentirse menospreciados, una especie de organización personal. Todos hemos escuchado el "así es como me hallo yo", luego de que nos quejamos de que tal persona tiene un infierno en su habitación y se niega a recoger al menos aquello que no pudo terminarse de comer hace un mes y parece que está por decir sus primeras palabras. Porque eso sí, hasta para la desorganización hay divisiones, si las pudiéramos llamar así. Tenemos mi triste caso (el problema para coordinar el tiempo), el desorden en la higiene, algunos que no pueden organizar prioridades (¿Qué es más importante: la final de fútbol o el funeral de un familiar?), los del "desorden organizado" y los que viven en la negación ("... pero no lo vuelvo a hacer"), por citar los ejemplos que me vienen a la mente.
El mundo sigue girando, mis sienes se recuperan de su extenuante rutina de ejercicios y yo vuelvo a sentir que el aire entra y sale por mis pulmones con facilidad, listo para disfrutar de las vacaciones decembrinas, ir a una que otra posada y aguardar por un semestre lleno de proyectos que dejar para el final... nos veremos dentro de seis meses, señor estrés, descanse y disfrute de este tiempo libre, tome un par de tragos a mi salud y se abriga, por el frío parece que va a estar algo crudo este invierno. Si se acuerda de su servidor durante alguna posada, hágase al propósito de visitarme un poco antes de como acostumbra, tal vez así pueda por fin vencer este extraño déja vú que me ataca cada final de semestre...
Espero no faltar más a la palabra que di a este lugar de tener constancia, me despido, volviendo el viernes con dos capítulos de Nostalgia, dada la ausencia del de la semana pasada. Se abrigan y ya saben, en esta época de fiestas: si toman, no manejen... por eso hay muchos que no manejan.
PD: El título de la entrada de hoy es con un doble propósito: devolverle la vida al blog, y por ese par de palabras que todos decimos cuando logramos que algo funcione, y que me quedé con las ganas de gritar cuando por fin mi robot dio sus primeros pasos... o giros, yo que sé.