Hoy, antes que nada, les debo la enésima disculpa por no publicar, ¿El motivo? Las emocionantes aventuras que se llevan a cabo semestre con semestre, debido a la odisea que representa en mi escuela el proceso de inscripción, que va desde una innecesaria vuelta al departamento de recursos financieros por un comprobante que al final no te piden, hasta pelear por abrir grupos de materias que, supuestamente, estaban planeados desde principios de diciembre. Pero luego de pelear un par de días con la burocracia que circunda sobre el sistema educativo nacional, por fin pude obtener mi horario de clases (¡Las últimas siete materias de mi carrera!) y heme aquí, disfrutando de los segundos agonizantes de éstas vacaciones que se fueron en poco y a la vez en mucho, aunque fueran nada más los momentos vividos cada fin de año al lado de la familia, que cabe destacar, ni son todos buenos ni tampoco malos, son simplemente vivencias. Con un poco de nostalgia por los momentos que se marchan, hoy he decidido ponerme algo serio para tratar un tema simple con un mensaje profundo, ¿Por qué? Por que no todo el tiempo estoy criticando o peleando con el mundo... aunque la mayor parte del tiempo lo parezca.
Una vez escuché una frase, de la cual no puedo dar crédito porque desconozco a su autor, pero decía a grandes rasgos lo siguiente: "los hombres terminamos con nuestra salud esforzándonos para obtener dinero, luego perdemos ese dinero para recuperarla". Suena gracioso, pero es un credo para un sinnúmero de personas, normalmente aquellas que viven esperanzadas al mañana ¿Alguna vez has escuchado la frase "la vida es mejor después..."? Puede ser después de ascender en el empleo, de obtener uno mejor, de terminar los estudios, de andar con la chica que te gusta, de dejar de hablarle a ciert@ sujet@, etcétera. Supongo que es naturaleza humana, pero la mayoría boicoteamos el presente como por acto reflejo, pasando los días en espera de algo mejor que creemos llegará, pero cuya seguridad no es del todo cierta. Aquí podría divagar por horas en cuestiones de frustración y casos de depresión (solía ser una de mis especialidades), pero por hoy quiero ser optimista.
¿Qué tan difícil puede ser dejar de vivir lejos de la vida misma? Cada mañana se nos obsequian veinticuatro preciosas horas, que si bien no todas son nuestras ni totalmente libres, con unas ocho que de ahí se deduzcan sería más que suficiente para ser y hacer feliz. La vida se concentra en algo que va más allá de detalles que encuentro banales, como acaudalar riquezas o el mencionado trascender. El primero es completamente inútil (el dinero es un medio, no un fin), y el segundo es una idealización de algo sencillo, pues se puede trascender de tantas maneras que solemos dejar a un lado por considerarlas innecesarias. Dicen que trascender es dejar huella, pero no notamos que podemos dejar una enorme huella al ayudar a un anciano a cruzar la calle, a un niño a alcanzar un producto de un anaquel alto en el supermercado, cediendo el asiento a una persona incapacitada en el autobús... tu marca dejada en esas personas es mucho más significativa que cualquier otra nimiedad que consideres importante, ¿Cómo? Nada más acuérdate de alguna vez que hicieron desinteresadamente algo bueno por ti, recuerdas bien a la persona, ¿No?
Hay pequeños instantes en el diario caminar, migajas de segundos atesorados en la memoria, supuestas insignificancias que no podemos olvidar. Pueden ir de un simple "hasta luego" de alguien que no esperábamos hasta la sonrisa obsequiada por el ser amado, pero su efecto es el mismo: no serán olvidadas. Esa clase de cosas, esos detalles, son los que, personalmente, considero que son la esencia de la vida misma. Lo que nos hace tener un nuevo amigo, lo que nos permite forjar otro sueño, lo que no esperábamos encontrar y que nos robó un suspiro... tantos instantes que parecemos no notar, pero que forjan secretamente una actitud conforme transcurren las horas. De nosotros depende, entregarnos a los placeres de las situaciones buenas, por llamarlas de alguna manera (las que nos provocan felicidad, pues), o al veneno de las malas. No es que hable de la archiconocida ambivalencia entre el bien y el mal, se trata de una cuestión de comfort personal, de sentirnos bien con nosotros mismos, y de tener el mente que el desear el mal ajeno solamente alimenta úlceras y otros males en nuestro cuerpo.
Disfrutemos de los pequeños detalles, de esos momentos que colman los días y que no parecen darse cuenta de su propia importancia. Hagamos de cada día algo importante, una vivencia digna de paladearse días después, cuando estés en la cima de la montaña y quieras recordar con cariño el camino cuesta arriba, porque no estarás verdaderamente arriba si no eres capaz de inclinarte ante tu propia verdad. Entonces, sólo entonces, podrás decir que tu vida fue verdaderamente feliz.
Parece que hoy no tengo mucha capacidad de sostener un hilo coherente, pero bueno, esta palabrería se debe más que nada a los pensamientos que me han rondado hoy, luego de notar que este es el primer día de los últimos escolares que me quedan. No sé ustedes, pero yo sí pienso hacer rendir cada momento, sabiendo que cada uno no volverá jamás (y quiero tener la certeza de que fue bien vivido). Sin más que agregar, nos leemos en otra ocasión...