XII: Serena Eternidad
El rico aroma de unas flores que tomaban el sol sobre una ventana. El sol sobre un bello sombrero de paja. Sus confiados pasos eran una invitación a la felicidad. No faltaba el vulgar que mal tratara de cortejarla, pero esa beldad de dorados cabellos flotaba por encima de deseos corrientes y erróneamente pensados. No por propia intención, era solamente su manera de ser: tocada sin tocar, y sentida sin sentir.
Pareciera que los mismos girasoles de la florería dejaran de posar su atención en el sol cuando se detuvo, confundiendo los rayos del astro rey con los rizos que coronaban su cabeza. Era toda una experiencia verla abrirse paso con delicadeza entre los mortales, con una humildad que la hacía todavía más inalcanzable.
Simplemente caminaba, sin mayor intención que llegar al lugar anhelado. Avanzaba con la decisión de una triunfadora en el paso a la gloria. Las flores en realidad no eran para ella.
Llegó a una humilde casa, y tomando un respiro para despojarse del sombrero con la mano que no ocupaban las flores, saludó a la agradable ancianita que estaba en la entrada. Como todas las tardes, ella observaba el paso de aquellos que todavía disfrutaban del buen funcionamiento de sus piernas, con un lejano dejo de envidia, mermado por la misma edad.
—Buenas tardes, señora, ¿Cómo ha estado? —le dijo la joven con una sonrisa.
—Muy bien, bonita, ¿Buscabas a Lizzie? —la señora reconocía su voz, dado lo frecuente de sus visitas, porque su vista ya no daba para mucho.
—Sí, ya es otra vez aniversario…
La señora se puso triste. Si bien no recordaba muchas cosas, eso era algo que había quedado firmemente asentado en su memoria. Son la clase de noticias que hacen pensar a las personas en la fragilidad humana, y que dan sentido a la empatía.
Como si hubiese escuchado su nombre, la engreída joven salió de su hogar, vestida como personaje de historia gótica (pantalón y blusa negros, coordinados con un caro par de guantes de seda en el mismo tono), y con un sombrero muy parecido al que ya traía la otra muchacha en la mano, pero claro, este debía ser sobresaliente.
—¡Araly! Preciosa, que bueno que tuviste oportunidad de venir, tú sabes lo importante que es esto para todos nosotros… —dijo en un tono que rozaba la burla.
—No faltaría por nada, es un deber que tenemos desde que pasó —dijo ella, sin el menor rencor por el comentario de su amiga.
Se saludaron cariñosamente, tal como en los días de escuela. A pesar de que los años pasaran tan vertiginosamente y los lazos juveniles sean tan frágiles, la amistad de aquel grupo de chicas seguía intacta. Lizzie, Araly, Shadow y Angel seguían siendo intimas confidentes y grandes apoyos mutuos, llegando al extremo de estudiar en la misma universidad, con tal de seguir viéndose a diario.
—Adiós abuela, vuelvo en la tarde, y no se le vaya a olvidar que tiene que meterse temprano. Estamos en temporada de lluvias y no quiero que entre con los pies mojados —le dijo Lizzie a la ancianita, que luchó por incorporarse para besarla como cuando era una pequeña, pero su nieta no se lo permitió.
Ambas jóvenes se marcharon presurosas, dejando a la pobre con su intención desperdiciada.
Cerca de ahí, las esperaban sus otras dos compañeras, listas para un tristísimo entierro. Entre tanta prenda negra, desentonaba completamente el blanco vestido primaveral de Araly, que pensaba que era más adecuado para la ocasión. Cerca de ahí, las esperaban el único trío de hombres que entraban en su selecto grupo social. También antiguos miembros de la generación: Chaos, Albert y Caesar, a bordo del reluciente vehículo que el último había comprado a base de esfuerzo y trabajo extenuante.
—¡Te pasaste! Este mueble está precioso, debiste haber trabajado mucho para pagarlo —dijo Chaos, encantado de estar ahí dentro.
—No mucho, digamos que tengo un “trabajito” muy bien pagado —Caesar no podía reservarse el secreto de su riqueza, no era su manera de ser.
—No vayas a salir con que te metiste con la mafia, porque… —Albert, aunque era un desastre como persona, bien conocía los límites.
—No tanto, solo tengo los contactos necesarios para “sacarle jugo” al negocio —el moreno no pudo haber sido más obvio: era un gato de los delincuentes.
—Me están dando muchas ganas de bajarme en este momento —dijo Shadow, asustada por lo que estaban diciendo.
—Nadie se baja hasta no haber llegado, ¡Es una tradición! —gritó Lizzie para imponerse –. Y tu, Caesar, no nos importa lo que hagas de tu vida, solamente llega rápido.
—Así será, señorita —la burla era más que obvia.
A bordo de la hermosa camioneta, se abrieron paso a través de la ciudad, hasta llegar a la salida, donde estaba situado su destino: el cementerio.
Descendieron del vehículo, llevando con ellos las flores que cada quien había comprado, unas cuantas franelas y un par de baldes, que Lizzie obligó a Chaos a llenar de agua, para poner ahí las flores y evitar que perdieran su radiante belleza desde la entrada, hasta la tumba a la que se dirigían.
Con sumo cuidado, entre los siete jóvenes limpiaron la lápida. Con un compañerismo de años, dieron mantenimiento a la escultura de mármol que servía de recuerdo a aquel ser querido que perdieran en los años dorados. Entre ellos se consideraban una familia, aunque el trato entre algunos no dejara de sentirse hostil, denotándose cuando Lizzie ordenaba con firmeza a Chaos como a un sirviente, a la falta de conversación entre Araly y los chicos, o en el coraje que se tenían Caesar y Angel, fruto de una relación amorosa que no llegó a ningún lugar. Eso sin considerar la infidelidad.
Finalmente, la tarea concluyó. Como las anteriores veces, se arrodillaron frente a la tumba, y dio inicio una pequeña oración grupal.
—Como todos los años, hemos venido otra vez, Vivas, a darle un poco de cuidado a tu lugar de descanso, a decirte que te extrañamos, y que no dejaremos de venir a visitarte —cuando Lizzie quería, podía parecer una ternura total.
—Nunca me he explicado que fue lo que te llevó a ese tipo de vida, y a separarte tanto de aquellos que nos dijimos tus amigos, sé que nunca nos llevamos del todo bien, pero no se deja de extrañar a aquel con el que pasaste la mayor parte de tu vida —oraba Araly en silencio, sin ponerle atención a la sarta de palabrería que decía su amiga.
—Y pensar que yo pude haber terminado así, siempre te envidié por tu vida tan libre, tan rica. De saber que ibas a terminar así, no te hubiera recomendado comprar un carro tan rápido —pensaba Caesar, olvidando que estaba caminando el mismo sendero.
Lizzie finalizó, levantándose todos y limpiando sus manchadas rodillas. La tumba del joven, reluciente de nuevo, parecía brillar ante los ojos de aquellos que la visitaban, dándoles las gracias. Mientras volvían su camino, no pudieron evitar el comentario punzocortante de toda la vida.
—¿Por qué nunca vienen Falcon y ellos, si eran más sus amigos? —si Lizzie no empezaba la discusión, nadie más la seguía.
—No lo sé, supongo que vendrán a veces… —Araly hacía el esfuerzo de ver el lado amable a su amiga.
—¡No lo creo! La tumba está tan sucia cuando venimos, que parece que lo hacen a propósito —Shadow vivía para solapar a su lideresa.
—Que yo sepa, ni siquiera se siguen hablando —comentó Chaos, con un ahogado resentimiento hacía ellos.
—Resultaron tan buenos amigos, tal como decían en los juegos —Albert, que bien fue parte de esos juegos, nunca estaba de un mismo lado, tenía la virtud de ser tan flexible, que a veces podía confundirse con traición.
—Olvídenlo, lo importante es que nosotros lo seguimos viendo, y cuidaremos de su tumba todos los años —Angel era vista como una entrometida, porque no había conversación en la que no dijera su opinión.
La noche los alcanzó de regreso en casa de Lizzie. Bajaron ella y Araly, que dijo a Caesar se quedaría ahí un momento, y este se marchó rápidamente, preocupado por no terminarse el combustible en sus “queridos” amigos.
—Pues ya van dos años que hacemos lo mismo… —dijo Araly a su amiga, mientras se sentaba en el borde de la acera sin preocuparse por la limpieza del vestido. Parecía más marrón que blanco.
—Sí. Espero que sigas viniendo cada aniversario de su muerte —le respondió ésta, limpiando el abundante polvo de su sombrero.
—Lo haré. Ya me quedó la duda, ¿Porqué dejaron de hablarse los del grupo de Falcon? Eran tan unidos en la escuela.
—Tal vez les afectó el haberse separado en universidades diferentes. Yo por eso les dije a cual debíamos entrar todas, para no andar pasando esas tragedias —la presunción de la chica llegaba tan lejos como quería.
—Todavía no sé si en verdad quiero estudiar ahí, no me gusta del todo… —solo cuando estaban solas, Araly se atrevía a exponer su manera de pensar.
—No digas tonterías, es la mejor escuela que pudiste haber elegido. Además, gracias a eso es que todavía estás aquí, y no sola buscando amigos, como Falcon, Paul, Riddick y Wingen.
—A lo mejor, pero estaría en pos de cumplir un sueño propio. No el tuyo para cada uno de nosotros.
—Estás muy cansada, amiga. Vete y descansa. Nos vemos en la escuela— fue lo último que dijo antes de hacer su salida triunfal, dejando a su querida amiga con la queja en la boca como era su tan aferrada costumbre.
—¡Abuela, manchaste toda la sala de lodo!— se escuchó en toda la cuadra, mientras la bella Araly se ponía de pie, tomaba su sombrero mirando de reojo a su amiga hacer rabietas, antes de emprender el camino de regreso.
—Si yo tuviera una abuela tan linda, creo que la trataría mejor… —se quedó pensando –. Lizzie tiene tanto que no creo que tenga tiempo de valorarlo. No es una mala persona, es solo que cree que sabe lo mejor para todos, pero es porque nos quiere y se lamentaría perdernos.
Su mente era inocente, pero no al grado de la ignorancia. Dejó de pensar en los enredos de su amiga para volver a pensar en su occiso compañero.
—Vivas, nunca fuiste de mi completo agrado, con tu manera de pensar tan despilfarradora y libertina. Espero que, dondequiera que estés, no existan los excesos que provocaron tu destrucción y que encuentres la paz, lo único que necesitabas para ser feliz —Araly podía haber pertenecido al grupo popular de la escuela, pero no por eso era tan hueca como los demás –. Sé que no estás en esa fea tumba que Lizzie nos hace limpiar cada año en tu memoria, sino que te encuentras entre nosotros, cuidando a los que llegamos a quererte por lo que eras, no por lo que gastabas en regalos y fiestas.
Y ahí es donde están aquellos que se marchan. Un sitio donde la ley es su pensamiento, y los deseos se cumplen al margen de la imaginación, en un sueño del que no será capaz de despertar, y del que ultimadamente no se desea salir.
En esa serena eternidad, es donde Araly pensaba encontrarse algún día con su amigo.