viernes, 7 de enero de 2011

Nostalgia Cap. 11

Como lo prometido es deuda, aquí les traigo los dos capítulos de la historia, la cual, por cierto, está a punto de llegar a su conclusión. No sé si haya personas que la lean por esta vía, pero me gusta cumplir con lo que digo (cosa que, por cierto, no se ha notado mucho últimamente, más que nada debido a las vacaciones, la falta de tiempo y la necesidad de compartir la computadora). Dejando de lado las excusas, ya que en la anterior entrada, en una de las más estúpidas jamás creadas, dije bastantes. Sin más que decir, les dejo el undécimo capítulo y el duodécimo, esperando que sean de su agrado.

XI: Una Nueva Tierra
Escuchó ecos de una batalla a lo lejos que cesaron tan rápido como surgieron. El viento avanzaba con fuerza hacia aquella dirección. Era innegable lo que estaba ocurriendo allá. No le preocupó.
Caminaba por un sendero recorrido antes, en dirección al único lugar que no conocía en la región. Pensaba acatarse al trato que había forjado con Gaia hasta donde la conveniencia le favoreciera. Todavía le parecía extraño haberlo sacado de las profundidades de sus pensamientos, de lo que no conseguía sacar a la luz. Originalmente, su única meta era preguntarle el porqué de su amnesia, que no lograba admitir como ocasional. Al negarse el pagano, fue cuando obtuvo la idea de proponerle vengarse de las razas que extinguieron a la suya. Su sombra seguía sin aparecer. No le preocupaba, era un indicio de que no había perdido la razón, de que estaba actuando de acuerdo a sus propias ideas impulsadas por la mano del destino. Estaba decidido a hacerlo, aunque no dejara de pensar en su borrado pasado. Las palabras de la sombra lo acosaban y no podía avanzar si no lograba darles un significado completo.
“Solo haz lo que hiciste en el futuro…”
¿Cómo pudo haber hecho algo en el futuro? Solo Gaia era capaz de saber algo así, y se negó a decírselo. La frustración le causaba jaqueca, y ésta una mayor frustración. Sentía que la cabeza iba a estallarle, pero ni así iba a sentirse mejor.
El árido escenario que lo veía era testigo de sus desvaríos, junto con el intenso calor que provoca el crepúsculo inminente. Sería la primera noche en mucho tiempo que la pasaría fuera de casa. La primera de esa vida sin recuerdos.
Se sentó sobre una enorme roca, a un lado de un pequeño risco que le daba una acogedora sombra. Necesitaba descansar, y tratar de dejar de pensar por un segundo. La fresca brisa, el perpetuo silencio, todo se prestaba para que la mente se echara a volar libremente y dejara caer todo lo inservible por el desértico camino, para que florecieran ideas nuevas. Cerrando sus ojos, se entregó al cansancio y no supo si dormitaba o se perdía dentro de su propio cuerpo, pero dejó de sentir sensación alguna.
Ahí, en el abismo mental que se encontraba, comenzó a captar un aroma. Una fétida esencia a residuos industriales invadía su cuerpo, al grado que sintió unas profundas nauseas. Quería abrir los ojos, pero estos no respondían a su orden, adoloridos por un intenso calambre que recorría toda su espina. A pesar de ello, no sentía miedo, no sentía nada excepto una sensación de calma, de introspección.
Lentamente, las imágenes fueron tomando forma dentro de sus párpados. Visiones de un mundo supuestamente utópico, negro y oxidado, venían a su memoria como vivencias recientes. En ese futurístico lugar, pudo reconocer a un quinteto, que avanzaba con hermetismo a través de las sucias calles desiertas. Su atuendo tenía la higiene de un país tercermundista, pero no dejaban de verse modernos y con estilo.
Los años los habían cambiado, pero seguían siendo ellos, los reconocería a toda costa. Se trataba de Paul, Wingen y Riddick, mientras que los otros dos habían formado parte importante del derruido pasado de Falcon. Hizo un gran esfuerzo por recordarlos.
Los cinco llegaron a un departamento de mala nota, donde entraron con rapidez. Tomaron asiento en un comedor metálico mientras Wingen (que parecía ser el dueño del lugar) encendía la televisión sintonizando el noticiero.
—Mírenlo ustedes mismos, de todo lo que se habla es de Falcon —dijo Paul, cuya voz se había vuelto profundamente grave.
—Lo veo, pero sigo sin creer que todo lo que dicen sea cierto —esa voz infantil no podía ser de otro que de Sother, el eterno niño que se negaba a crecer. De mediana estatura y complexión delgada, casi minúscula. Tenía profundos ojos azules, y cabello negro y corto. Aunque los años se le habían venido encima, insistía en usar una banda en el cabello, como señal de personalidad propia.
—Más te vale creerlo. Falcon controla la ciudad completa a su antojo a través de FZ… ha comprado al gobierno, los cuerpos de seguridad, y hasta a los delincuentes —dijo Wingen en tono de enfado. Se veía tan distante de aquel amigo suyo.
—¿Pero cómo llegó Falcon a tener ese poder? —dijo con voz fuerte Jack. La contraparte de Sother, y hermano no oficial, era un sujeto alto y portentoso, de cabello en mechones sobre el rostro, y con una banda idéntica a la de Sother, pero puesta a modo de collar.
—Nadie lo sabe a ciencia cierta. Desde que estudiábamos, él se encontraba desarrollando un software, que nunca nos dijo para qué servía en realidad. Dejamos de verlo por un tiempo, y de pronto aparece en los noticieros como el presidente ejecutivo de Nihil, la empresa que logró derrocar del monopolio total a Setagg Inc. Su principal producto es FZ, el programa que hizo en la adolescencia —contó Paul con un dejo de misterio.
— ¿Y qué es FZ a ciencia cierta? —preguntó Sother.
—Ese es el mayor misterio de ésta era, incluso mayor al origen de su riqueza. Muchas empresas trataron de apoderarse del secreto funcionamiento del programa, pero poco a poco fueron desapareciendo —dijo Riddick, que había permanecido escuchando en silencio.
—Dicen que fue Falcon el que las destruyó, a base de alianzas con los mayores mafiosos del mundo, para terminar traicionándolos a ellos también —Wingen señaló.
—Se dicen muchas cosas alrededor de él, pero nadie sabía lo que ustedes descubrieron, ni siquiera nosotros —Paul quería interesar a sus dos amigos, que no sabían lo que estaban por decirles.
—Para eso nos reunimos, para que nos contaran —dijo Riddick, impaciente.
—Bien. Luego de que volviéramos a la ciudad en más de una década de ausencia, nos encontramos la ciudad, transformada en una lata de basura —comenzó Sother.
—Luego nos enteramos de que todos fueron movidos aquí a causa de la contaminación originada por la antigua empresa de Din, y que la enorme cúpula que lo cubre los mantiene vivos —Jack interrumpió.
—Aún así, no me explico como nosotros veníamos de afuera y no morimos —se preguntó Sother.
—Eso es extraño, porque se ha prohibido la salida a todos de la ciudad por ese motivo, ¿Cómo fue que ustedes entraron? —le surgió la duda a Wingen.
—Digamos que la ciudad tiene un par de guardias menos —dijo Jack a secas.
—Y digamos que nos hemos salido de tema —Riddick estaba desesperado por saber el resto de la historia.
—Cierto. Luego de investigar un poco en la ciudad, descubrimos donde vivía Falcon. Como deseábamos ver a nuestro amigo, nos dirigimos allá sin saber sobre su nuevo estado. Cual sería nuestra sorpresa al encontrarnos un enorme complejo en la dirección, que más parecía fábrica que casa. Como nadie abría a nuestro llamado, nos sentimos con la confianza de entrar por un balcón que se encontraba abierto… —Sother estaba por contar lo más interesante, cuando lo interrumpió de nuevo su hermano.
—Y nos sorprendimos al ver a muchos de nuestros conocidos ahí, atrapados como animales, en un extraño salón.
—¿Quiénes estaban ahí? —preguntó Riddick, nervioso.
—Vimos a Lizzie y sus ayudantes, a Chaos, Caesar… —continuó Sother.
—¡Él tiene a Araly presa! ¡Tengo que hacer algo! —por fin salió a relucir el motivo de la preocupación de Riddick.
—Tranquilo, Romeo, tenemos que planear lo que vamos a hacer —dijo Wingen con su habitual calma.
Las imágenes en la cabeza de Falcon eran tan reales, que sintió el impulso de tocarlas. Quería saber como él mismo había llegado a ser tal, y por qué tenía encarceladas a esas personas.
Vio a sus cinco amigos discutir acciones, hasta llegar a decidir terminar con el que fuera su amigo. Sintió extraño observar a sus amigos conspirando contra él, un dolor que traspasó el umbral de la fantasía, llegando a sentirse profundamente triste. Ya había tenido esa sensación antes, pero no lograba comprender cuando, y cómo terminó.
Las imágenes se disiparon, dejándolo saborear el dolor de la traición. Gritó para conservar el recuerdo, pero todo se desvanecía sin remedio, tomando una nueva forma. No lo advirtió, hasta que pudo ver que se encontraba sobre un enorme balcón de metal, situado en un enorme edificio, observando hacia abajo.
Ahí se encontraban nuevamente sus amigos, preparando equipo para invadir el lugar. Se encontraban en la casa que Sother mencionó. En un instante, los pudo ver de cerca, subiendo por el balcón con sigilo, haciéndose señales para dividirse en equipos. Vio marchar a Sother por un lado, y a los otros cuatro por el contrario.
Su recuerdo siguió a Paul y compañía, que avanzaban con miedo por los oscuros y fríos pasillos de lo que parecía ser el fruto del cruce entre una mansión y una metalúrgica. Entre sus susurros, escucha que buscan la sala donde están presos sus amigos, mientras Sother desactiva la alarma.
No logran llegar muy lejos, cuando se topan con un sujeto mal encarado. Claramente lo reconocieron, a pesar de los caros ropajes y el intento por ocultar su característico cabello. Era el amigo pródigo, decidido a enfrentar sus acciones personalmente.
—Por fin te dignas a aparecer, Falcon —dijo Paul, desafiante.
—Yo creo que son otros los que se ocultaban —su voz era cortante, distante de la del joven Falcon que nunca podía ocultar su temor.
—La televisión te hace ver como un santo, pero hemos descubierto tu lado oscuro —dijo Wingen, mientras sacaba una pistola del bolsillo.
—¿Piensan matarme? ¿Por las piltrafas que tengo guardadas? Más es un favor que les hago al desaparecerlos del mapa.
—Pero ¿Por qué quieres matarlos? ¿Qué te han hecho ellos a ti? —usualmente Jack no dejaba ver que le importaban las personas, salvo cuando corrían peligro de verdad.
—No es algo que les importe. Si me disculpan, tengo que ir a leerle su cuento de buenas noches a mis nuevas “mascotas”, los dejo en buena compañía —luego de decirlo, se marchó tranquilamente.
Detrás de la esquina por la que Falcon se fue, salió una enorme bestia cuadrúpeda. Era idéntica a la de los libros de mitología, se trataba de una Quimera.
—¡Yo pensé que esas cosas no existían! —gritó Paul asustado, mientras sacaba su pistola.
—Es una máquina, uno de los tantos juguetes de Falcon que les dije —dijo Jack, mientras se ocultaba detrás de un mueble para disparar.
El estruendo de los disparos, y los ataques del enorme robot, causaron un profundo dolor de oídos a Falcon, era demasiado fuerte el recuerdo. Apretó los ojos mientras trataba de no escuchar, y las imágenes de la batalla se perdieron entre una fuerte punzada en la sien derecha. Cuando se hubo recuperado ya no veía la misma escena.
Estaba Sother en un cuarto con un enorme ordenador, sentado en posición de flor de loto y tecleando sin parar en un teclado frente al monitor principal. Vio que Sother era un as de la tecnología, a pesar de no tener suficiente preparación. Un pitido intermitente (señal de que el sistema estaba encendido) cesó de pronto.
—Lo logré, ahora tengo que volver con los otros —dijo triunfante el joven, poniéndose de pie y acomodándose la banda.
No había pasado 1 minuto, cuando se escuchó una voz mecanizada, proveniente de las bocinas que producían el pitido anterior.
—Buenas noches. Bienvenido sea, visitante, gracias por visitar la mansión. Mi nombre es PIC.EXE, mayordomo. Esperamos que su estancia sea placentera.
—¿Qué demonios? Pensé que había cortado la energía de todos los ordenadores —dijo nervioso Sother.
—Negativo, el procesador cuenta con su propia fuente de energía, autoregenerable y perpetua. Imposible el apagado.
—Tú eres el sistema del que Wingen me contó, el responsable de la seguridad.
—Positivo.
Haces de luz comenzaron a salir de las esquinas del lugar, creando a su alrededor figuras holográficas. Cuando las luces terminaron, Sother se vio rodeado de siete sujetos idénticos, que hablaban con la misma voz del programa de seguridad.
—Nombre: PIC.EXE... mayordomo y sistema de seguridad... confirmada acción de emergencia... borrado de amenazas— se acercaban lentamente, mientras se generaba una pistola en su mano derecha.
—¡Tengo que hacer algo! ¡Ésta cosa me va a matar! —dijo Sother desesperado.
—No te molestes en intentarlo, vas a fracasar —dijo una voz en la puerta.
Se trataba de Falcon, que veía satisfecho la escena. Los hologramas desaparecieron con su llegada, pero la presencia del programa podía sentirse.
—Bienvenido, señor, ¿Desea abortar la orden?
—Afirmativo, desaparece Pic, no te necesito —dijo Falcon indiferente.
Los altavoces se apagaron. Falcon se vio a sí mismo acercarse a Sother con una mirada de pocos amigos. Las preguntas fueron las mismas, el resultado también.
Todo terminó con una visión de sus amigos, presos con los demás, mirando a través de una enorme ventana la luna. Era el único sitio en la ciudad desde donde se podía apreciar. En el centro del lugar, Falcon estaba sentado, con un pequeño libro entre sus manos. Con un gesto cansado lo cerró. Su mirada se clavó en el título, y volvió a la realidad, asustado.
La noche ya había caído, y él dormía sobre la roca. Había logrado recordar un trozo de su pasado, o de su futuro, y se sentía satisfecho con el resultado. Ahora las palabras de la sombra tenían sentido, tenía que crear el mundo que estaba destinado a mandar, pasando por encima de los recuerdos y los viejos conocidos. Tenía que formar una nueva tierra.
A pesar de ello, todavía sentía un profundo vacío al recordar a sus amigos traicionándolo, y la dura sensación de haberles hecho daño. No era tan duro como para hacerlo, pero sabía que su enorme orgullo era capaz de orillarlo a ello. Estaba entre la espada y la pared, sin saber si continuar o intentar ser feliz.
El sueño sería su mayor consejero. Aún acalambrado por la dolorosa posición, se acomodó de nuevo, dispuesto a entregarse a los brazos de Morfeo una vez más, y tratar de descubrir más sobre ese mundo propio, donde el sufrimiento ajeno era el placer personal, y un motivo para compadecerse a la vez.