XIII: Día De Recreación.
—Señor, confirmada presencia ajena en el complejo, ¿Desea proceder con rutina?
—Negativo, este día será especial, es el día de recreación.
El señor de la mansión avanzaba ondeando la larga túnica de finas telas por el pasillo, hacía la sala de control. Tenía cuatro intrusos más en el recinto, y le sobreexcitaba la idea de volver a enfrentarse a ellos, luego del malogrado intento de sus amigos que, por cierto, ya eran parte de su colección de “mascotas”.
En uno de los monitores, los vio dividirse en dos parejas, e inmediatamente reconoció al grupo, a pesar de no haberlos visto, como a sus amigos, en tanto tiempo. El que parecía el líder, uno pequeño de tez morena, no podía ser otro que el Allan de la escuela, que no superaba la moda del pañuelo de capitán. Otro de ellos, el más alto y con cara de tarado, también era altamente reconocible: Chaos, de la misma época, un inútil que rara vez acompañaba al equipo de la escuela por ser muy malo, aunque fue gran amigo de Falcon en su juventud. Otro de ellos era Josh, el novio de Marian, que seguramente se enteró del secuestro de su amada, y acudió al rescate como el más romántico patán, pues era sabido por todos que siempre le era infiel a la primera oportunidad. El último de los ingenuos se llamaba Carden, heredero de la familia Carasvle. Un rubio de excéntricos movimientos, y autoestima excelso. Sus clarísimos ojos eran un característico que lo hacía incontrastable ante las chicas de tiempos pasados, así como sus ropas modernas y su transitar cándido. No fue el último genio que dio la tierra.
—Señor, intruso no identificado en el ala este del complejo, ¿Acción a realizar?
—Cierra todas las puertas del pasillo, dirige al primer grupo al salón de ilusiones, al otro, envíalo a cualquier habitación sin ventanas. Nos aseguraremos de que no salgan.
—Positivo, acción en proceso.
Como Falcon lo mencionó, el primero de los grupos caminaba por un largo pasillo, donde las puertas se iban sellando conforme pasaban, abriendo solo aquellas por las que el sistema apetecía que pasaran. Ambos, Allan y Josh, tenían una noción de lo que estaba pasando con ellos, pero no hacían nada por evitarlo, pensando confiadamente que podrían con cualquier reto.
PIC.EXE los regía a placer, como ratones en busca del queso, hasta el aludido salón de las ilusiones. Incluso, para persuadirlos de sus ideas de ser controlados, envió algunos guardias de seguridad virtuales (como los que intentaron atacar a Sother) a atacarlos, para dejarse ser vencidos, y dar una falsa sensación de seguridad.
—Este lugar me sorprende, es como una enorme sala de tortura… —dijo Josh con mal disimulado miedo.
—Eres un inepto, no sé qué es lo que Marian ha visto en ti todo este tiempo —Allan no perdía oportunidad para marcar el infortunio que le causaba estar con el novio de su antigua amada. A grandes voces, siempre dijo que le encantaba Marian, y que no descansaría hasta que ella lo amara. Era un capricho tan grande como estúpido.
—¡No te atrevas a hablarme así! ¡Tú sabes que soy mejor que tú! ¡No te necesito para rescatar a mi querida Marian!
—Si no recuerdas, tú fuiste el último en enterarte, y si no hubiera sido por el inepto de Carden, ni siquiera estarías aquí —indicó Allan, remarcando el poco interés en su novia.
—Él es el único buen amigo que tengo. Además, si Marian hubiera necesitado ayuda, me hubiera llamado, no es tan tonta.
—No, el tonto eres tú, ¿Cómo va a hablarte si está secuestrada?
Antes de que el enfurecido torpe se lanzara contra su compañero, éste lo detuvo abruptamente, señalando una puerta frente a ellos, finamente adornada, lejana de la decoración restante. En su marco superior, se alcanzaba a leer con letras doradas “salón de ilusiones”.
—Bien, hasta aquí llega el camino que seguimos, ¿Quieres que entremos, inepto?— preguntó Allan, aprovechando el cambio de tema.
—Llegaré hasta donde sea necesario por mi chica —Josh dio el primer paso.
La puerta cedió fácilmente a sus manos, dejándolos internarse en la oscuridad de uno de los lugares predilectos del amo de la mansión, posiblemente el más portentoso, sólo superado por el salón ceremonial, donde tenía presos a sus amigos.
La luz se encendió por sí sola, viéndose finalmente en un salón finamente adornado, salido de una estampa victoriana. Finos asientos hacían juego con adornos dorados y pinturas de artistas reconocidos, montados en paredes refinadamente moldeadas. Era un monumento a la perfección renacentista, una perfecta reconstrucción de la gloria del pasado. Lo que no sabían ese par era que, enteramente, se trataba de una reconstrucción de la oficina de Destiny en la Pirámide.
De una de las muchas puertas que desembocaban ahí, para sorpresa de los dos invasores, entró el dueño de la mansión. Vestido con una larga túnica de descanso en tonos oscuros, su largo cabello le cubría gran parte del rostro, dándole más el aspecto de un fantasma que de un magnate. Sin poder salir de su repentino asombro, no se atrevían a mover ni los párpados, mientras que Falcon avanzaba con lentitud, y se sentaba en uno de los señoriales asientos, para sonreírles luego con descaro.
—Buenas noches caballeros, disculpen que no les abriera la puerta, pero ustedes mismos encontraron una mejor forma de entrar —su tono de voz era natural, a la vez misterioso.
—¡No nos vengas con estupideces, Falcon! Sabes a qué hemos venido, y te has entregado por tu propio pie, ¡Pero mira inepto que resultaste! —gritó Allan, ya cuando hubo corroborado que no venía Falcon con la policía.
—Pero que descortesía, no les he ofrecido nada a mis invitados, permítanme… —dijo, y, sonando una pequeña campana, se escuchó inmediatamente el crujir de otra de las puertas.
Cuando el par volteó, no cupo dentro de su sorpresa. Por su propio paso se acercaba Marian, cargando en sus manos una charola de plata con bocadillos, que dejó en la mesa de centro, para ir a sentarse al lado de Falcon.
—¡Mi vida! ¿Qué estás haciendo? —Josh no lograba comprender la situación.
—Eres tan inepto, Josh —Marian hizo uso de la típica frase de Allan, que no pudo evitar decir “te lo dije” —. ¿No es obvio? Todo el tiempo he estado aquí por mi propio gusto, al lado de Falcon.
—¡No te creo! Por todas partes se dice que Falcon te tenía prisionera, junto con otros tantos —Allan se resistía a creer.
—Tal vez fuera en un inicio, pero todos tenemos derecho a cambiar de opinión— dijo ella, con completa naturalidad.
—Ya escucharon estúpidos, no tienen un motivo para haber entrado a mi hogar. Márchense cuanto antes —Falcon fue determinante.
—¡Vas a venir con nosotros, Marian! ¡No sé qué te haya hecho este loco, pero yo te curaré! —Josh no pensaba irse con las manos vacías.
—Te he dicho que no, ¡Y será mi última palabra! —Marian se puso de pie.
—No hemos venido en vano, ¡Ven con nosotros! —Allan corrió con ella, y trató de tomar a la fuerza su brazo.
Cuál no sería su sorpresa al notar que su mano abanicó el aire, sin poder tocar la piel que veía. Fue entonces cuando Falcon se puso de pie, y dio la última palabra.
—Han caído completamente en mi trampa. Bienvenidos al salón de las ilusiones… —dicho esto, toda la habitación comenzó a difuminarse, junto con la pareja que les sonreía malévolamente.
—¡Hemos caído en una sala de hologramas! —gritaba Josh, lleno de pánico.
—Ya lo sé, inepto, dime algo que no sepa —era más el coraje que sentía Allan, pues ya toda luz se había apagado, y se encontraban en una oscuridad infinita, de la que no volverían a salir.
Para ese entonces, ya el otro par había quedado encerrados en una habitación sin mucho preámbulo. Ellos cuatro no fueron el último intento por salvar a los prisioneros, pero sí uno de los que más marcó a Falcon. Tuvo la oportunidad de aplastar a la pareja de Marian de una vez por todas, explotando todo el rencor que el silencio le había obligado a tragar en variadas ocasiones.
—Hemos concluido el día, mi querido mayordomo, fue tan divertido como lo pensaba, y de mucho provecho —dijo Falcon a su computadora.
—Afirmativo señor, ¿Desea realizar algún procedimiento contra los nuevos prisioneros?
—No, deja que la locura los consuma un par de días, ya luego los agregaremos a la colección. Por hoy, mi estimado, descansa.
Borrado de la existencia, Falcon una vez fue una criatura sanguinaria con el único deseo de vengarse de todos aquellos que alguna vez le hicieron daño. Cobró la sangre que le sacaron gota a gota, para derramarla sobre el manto donde una vez se limpió las lágrimas.
Ese día fue el único que Falcon sonrió en aquella época. Por un motivo cruel, fue una sinceridad que no volvió a reflejar hasta el mismo día de su muerte.