XV: Crucifícame.
Dormía, no sabía si soñaba. Falcon se encontraba derrotado. Los sucesos en la enorme fortaleza oxidada le estaban destrozando la salud mental. Cada vez eran más frecuentes los golpes a un cuerpo inerte que trataba de sacar a flote los sentimientos que dolía reprimir. Pero no iba a dar marcha atrás: desde la creación del diario, todo estaba destinado a la catástrofe. Pero el dolor no era lo único; los recuerdos recientes eran una llaga fresca, cuencos vacíos de tanto sangrar donde moraba una esperanza muerta.
Estaba sentado, en la soledad de su habitación. Con el pequeño libro de su desgracia en el regazo, pensaba en los incidentes que lo orillaron a ese estado. Uno acudió en el acto a la cita.
Eran los inicios de su compañía, se encontraba sólo en las ruinas de lo que fuera Din . A cada paso que daba, la niebla y el polvo se alzaban con rapidez. Nadie en la redonda, excepto el eco y los árboles secos del último invierno, que no volvieron a renacer jamás. Él mismo llegó a prohibir el paso por esos lares dada su peligrosidad biológica y lo abandonado de la zona, pero una situación ameritaba romper toda norma escrita.
El lujoso automóvil que tenía había quedado atrás, pues el camino era imposible de transitar en el estado que se encontraba. Los lentes que cubrían su identidad le impedían ver, pero si alguien llegaba a encontrarlo en ese sitio, no perdería la oportunidad de sacar partido a ello. Los asaltantes y criminales eran fieles merodeadores del lugar, y era seguro que reconocerían su rostro.
El frío caló hasta en sus huesos. Fuera del clima controlado de la ciudad, era un crudo invierno holocaustico, del que ya no muchos se acordaban. La niebla densa que cubría el petrificado bosque era producto de la contaminación tan fuerte, envuelta con los desastres ambientales que se habían suscitado de pronto.
Recordó la llamada. El día anterior, una misteriosa voz le pidió asistir a una dirección de la antigua Din, donde hablarían sin testigos. Si su memoria no le fallaba, esa voz era de la causante de tantas cosas en su vida, y ahora ésta dependía de esa cita.
Caminaba con dudas, como un jovencito que va a salir a conocer al primer amor, con el impulso de salir corriendo. Pero no iba a hacerlo, no en vano habían pasado tantos años, ni había logrado tanto para huir al final. A pesar de no estar escrito en el diario, era un cambio de planes que aceptó gustoso.
Llegó a la dirección marcada: una casa abandonada, al igual que todas las de la ciudad. Sus habitantes fueron trasladados a Nueva Din, luego de la catástrofe atmosférica en que se vio sumido el país. El hogar seguía conservado a pesar del lógico deterioro. Todavía se podía leer en la placa de la puerta, con grandes letras doradas “Familia Von Perr”.
—Hola Falcon, me da gusto que hayas tenido oportunidad de venir —se escuchó una voz escrupulosa dentro, acercándose hacia la puerta.
El pulso de Falcon se aceleró, mientras se descubría la silueta de Marian entre la niebla. Seguía tan hermosa, tan indescriptible, perfeccionada por el paso de los años y la entrada de la juventud. Algo opacaba esa finura: una mueca de tristeza perpetua.
—Hola, no tenía idea de que siguieras en la ciudad —dijo Falcon, fingiendo no haber pensado con antelación que se trataba de ella. Recordó que su familia se marchó de Din, cuando la compañía de Falcon derrocó a la del patriarca Von Perr.
—Volví yo sola, no resistí vivir en otra parte que no fuera mi hogar, pero no pensaba encontrarlo así.
—Han pasado muchas cosas, si quieres un lugar donde quedarte, puedo ofrecerte mi humilde hogar —dijo él, quitándose las gafas por educación. A pesar de su fingida dureza, no podía controlar su corazón acelerado, ni la idea de ser feliz al lado de ella.
—Ya encontré donde quedarme en Nueva Din, pero muchas gracias. Te he citado hoy para hablar de cosas “diferentes”.
Falcon mostró confusión, acercándose a Marian y sentándose en una roca, olvidándose del costo de su vestimenta. Ella, de pie, comenzó a contarle una historia, sobre un joven que perdió los estribos conforme iba obteniendo más poder económico, político, y social. Cómo pasó por encima de las leyes y de sus seres queridos para saciar una infinita sed, llegando al extremo de llevarse tras él a la naturaleza, y a un legado familiar. Cómo se olvidó de todo, incluso de él mismo.
—Deja de fingir, sé perfectamente de quien estás hablando —dijo Falcon molesto, poniéndose de pie con intención de marcharse.
—No intento regañarte, nadie puede juzgar tus actos, solo quiero que me respondas algo, luego puedes olvidarte hasta de que me viste —dijo ella, recurriendo a la ternura.
Falcon volvió a tomar asiento, como muestra de aceptación, aunque al escuchar la pregunta, deseó haberse marchado.
—¿Haces esto porque que me amas?
Un colosal escalofrío. Momentos de años atrás, cuando era inocente y le daba pena pronunciarlo en público volvieron. Miró esa tierna cara, esos enormes ojos del color de la noche. No podía negarlo, no con esa mirada frente a frente.
Su boca estaba por afirmarlo, cuando el eco de una piedra resonó dentro de la destruida casa. Su intuición levantó la guardia y caminó hacia adentro, dejando a Marian sin respuesta.
Dentro, maldiciendo su suerte, se encontraba un viejo conocido, que no hizo más que sonreír al verse descubierto. Se borró la mueca de su rostro al ver un arma de fuego apuntándolo directamente.
—¿Qué estás haciendo aquí Albert? ¿Sabías de esto?
—Yo lo organicé— dijo con voz asustada —¿Cómo crees que Marian obtuvo tu número de teléfono? Estaba preocupado por ti, y pensé que ésta era la mejor manera de ayudarte.
Falcon bajó el arma, sintiendo a Marian tras él, emitiendo un asustado gemido.
—Falcon, queremos ayudarte, sabemos que no estás bien —Marian se esforzaba, pero su voz temblaba por algún motivo.
—Hay muchas cosas que deben aclararse, pero todo llegará a su debido tiempo— Falcon no estaba dispuesto a desnudar su alma con Albert ahí, ya el ambiente de tranquilidad se había roto.
—¡Somos tus amigos! ¿Qué tiene de malo en que nos intereses? —Albert se le acercó, esperando comprensión de parte de su conocido.
—No mientas, en algo has de querer que te ayude, y no lo haré —le respondió antes de darle la espalda, y emprender el camino de regreso.
Mientras pasaba por donde se encontraba Marian, le murmuró, casi en un suspiro— crucifícame, pero no me obligues a decírtelo… —Marian se extrañó con su respuesta, pero luchó por no hacer mueca alguna, para no advertir a Albert. Ya sin Falcon, éste dejó de fingir.
—¡Qué se cree ese engreído! ¡Mira que venir a una cita con una pistola!
—No debiste haber venido, no sirvió en nada.
—¡Tú que vas a saber! Solo tenías que averiguar porque Falcon actuaba extraño. Ya luego podríamos volver a controlarlo como antes, ¡Pero te distrajiste!
—No fue culpa mía, ni de nadie, estamos haciendo mal al querer manipularlo. No quiero seguir con esto.
—¡Qué bueno, porque no lo harás! Ya me arreglaré con Lizzie cuando aparezca. Tú… vuelve a dondequiera que estabas.
Afortunadamente, la llevó de vuelta a Nueva Din sin más reclamos, donde se pagó una habitación de hotel. Pensó en llamar a Falcon para hablar de nuevo con él, esta vez sin intermediarios. No podía apartar de su mente aquellas palabras que le susurró.
Eran crueles, pero el mensaje era obvio. Optó por no llamarlo, el destino habría de poner a cada uno en donde debía. El diario se cumplía paso a paso, manipulando un mar de sentimientos con dirección a la nada, como se llegó a ver. Ya en los últimos segundos, recordó su error en no haber enmendado aquella cita y cambiar la historia completa. Pero no hay una segunda oportunidad en la tierra para aquellos que se obligan a la soledad.
Al pie de la letra, Marian lo crucificó con tal de no hacerlo hablar, el resto lo hizo él por cuenta propia.