Un día de estos, en los que no hay nada mejor que hacer que dedicarse a ser producto de gallina, me encontraba con mi mamá, viendo a mi hermano menor hacer fila para comprar ese producto de la canasta básica que cada día está más caro y que, por desgracia, los mexicanos no podemos dejar de consumir (será herencia milenaria o algo así, pero es la verdad). No es que no quisiera hacer fila, es que había algunas otras cosas que comprar y a él le correspondía dicha tarea. Pues bien, resulta que de la nada llegó un sujeto (un cincuentón sin mucha gracia: camisa, pantalón, sombrero; de ese modelo clásico del que hay centenares idénticos), y sin articular palabra se plantó en frente de mi hermano. Está por demás decir lo que todos los que divisamos semejante acto de impunidad pensamos, pero nadie atinó a hablar más que mi madre, que le preguntó irónicamente si él había llegado antes, a lo que el muy cínico respondió que sí, sin inmutarse. Es curioso, pero un acto tan sencillo y común puede significar tantas cosas, desde las más sencillas (como que el viejo se pudo haber ganado un buen trancazo... aunque sí se llevó una docena de insultos de propios y ajenos) hasta una que otra reflexión que va más allá de la comprensión de nuestro senil amigo aventajado. Por tal motivo, el día de hoy está dedicado a esa clase de personas, con mucho cariño y recuerdos para sus señoras progenitoras... pero más que nada, a la cultura y el modo de vida actual.
No sé quien fue el primero que tuvo la genial idea: vio a alguien del que pudiera sacar ventaja, ya fuera un lugar preferente en un servicio, obteniendo más dinero del que debiera... lo que sea, pero sintió el impulso, vio la oportunidad de hacerlo, y no lo pensó más de un segundo, se entregó al vil instinto y obtuvo lo que quería, mandando al diablo a una persona que, sea o no mala, ya perdió con algo que no debía ni temía. Así de simple, la tentación se propagó y ahora vivimos infestados de personas que, sin mucha lógica, valores ni temor de que cualquier ser superior le patee el trasero una vez que cuelgue los tenis, estafan a otros que consideran fáciles o débiles, se puede decir que ya hasta sin pensar. Es algo de todos los días, simple y llano, que nos ha venido haciendo en unas personas desconfiadas, incluso descorteses, lejos de la camaradería y amistad que, se supone, deberíamos de compartir. Nos lo hemos venido ganando, porque no dudo que alguna vez lo haya hecho incluso yo, ya fuera porque tenía prisa o creí necesitar algo más que otro, no estoy exento de esa maldición que cargamos por gusto propio.
Pero no tengo muchas ganas de criticar, hoy no (y eso sí que es raro). Quiero extender por este medio una invitación a todos a cambiar, a dejar de sentirnos mejores o con prioridades, a entender los valores de la verdadera amistad o, ya más llanamente, del convivir en sociedad, apegados a unas normas, tontas tal vez, pero al fin y al cabo normas. Solemos saltarlas porque vemos al de al lado hacerlo, sin notar que alguien cerca nos vio y lo ha tomado como suyo, creando una costumbre leprosa que se propaga como la polvora, mermando todavía más a una sociedad opoíde (me gusta llamarla así, lo siento) que se hunde por su propio peso. Pero podemos sacarla de ahí, si en lugar de mostrar el mal ejemplo hacemos lo contrario. Si vemos al de al lado cometer un mal, es más fácil suprimir el sentimiento de venganza inmediata, ir hasta él y hacerle notar su error (te juro que la vergüenza que sentirá, si tiene un mínimo, será un golpe directo al higado, suficiente para que la piense en una segunda ocasión).
Como personas, somos complejos y propensos a cometer los mismos errores, a caer en los mismos huecos. Pero, como las malas costumbres, un buen detalle a la vez, cada vez que lo recordemos, se va convirtiendo en una costumbre, y una costumbre buena lleva a otra, terminando en un decente modo de vida. Tal vez, incluso, puedes llegar a tocar a alguien más con tu manera de ser, e ir propagando otra especie de "pólvora mental", que contribuirá a crear un mejor mundo. Nada de "tienes el valor o te vale", de comercialismos baratos para exaltar un nacionalismo vacío, de pensamientos nobles para presumir que caen en costal roto. Tenemos que ir haciendo algo, por nosotros mismos, por las cosas que nos gustan y que queremos (aquel que pide seguridad, empleo y precios más bajos, pero contribuye a la inseguridad o provoca pérdidas en las tiendas... debería ser colgado de sus zonas blandas por hipócrita).
Hoy no traigo mucha imaginación, solamente una propuesta y algo de indignación... por lo que hasta aquí llego. Nos vemos el miércoles, quienesquieran que lean este pedazo de internet, y espero que no se anden colando en la fila de las tortillas... alguien los está viendo (puede ser la persona de atrás, puede ser Dios, puede ser un psicópata asesino con propensión a los buenos modales).