I: En Un Lugar
El tiempo no pasa para la juventud; no es una preocupación o una forma de miedo, sino meramente el medio por el que fluyen sus vidas e ilusiones. Van y vienen, gozan y sufren. El mundo no es más que el patio de juegos para la joven generación que está por alzarse con el mando, pero que por lo pronto disfruta de ese paréntesis entre la inocencia y la responsabilidad, el único espacio en el que se pueden cometer errores, pero ninguno parece grave; donde el tiempo parece pasar, pero a la vez no.
Cada día era diferente para un lozano Falcon, pues encontraba algo especial en el detalle más pequeño, casi sin notarlo. Ya fuera en los retrasos diarios para llegar a la escuela, en los desayunos apresurados o hasta en los frecuentes regaños de parte de la directiva escolar exigiendo que se cortara el cabello; todo conspiraba en una perfecta armonía desarmonizada, como unos engranes bien aceitados de un reloj que da mal la hora. No podía más que sonreír, permaneciendo sentado al lado de sus eternos compañeros en un salón escolar que, contra la lógica, se sentía frío pese a los sofocantes días de un fuerte verano. Escuchaba a medias el vericueto de un profesor sin vocación sobre algo ajeno a la materia pertinente, mirando de reojo a su alrededor, esperando que los minutos pasaran rápidamente y le permitieran huir del lugar. Ese día en especial lo necesitaba, debido a los eventos que aguardaban en las horas siguientes. Lo podía sentir en las miradas fugaces de los chicos a su alrededor, todos pedían clemencia al sujeto de enfrente, que se callara y les diera la libertad de marcharse a la cita prometida: la olimpiada anual del instituto, donde los mejores estetas se disputarían los títulos de velocidad y fuerza una vez más, y en el que el que Falcon y su equipo defenderían la corona en la carrera de relevos. Él, Wingen, Paul y Riddick habían compuesto un equipo balanceado, cuyo anterior miembro, su otro amigo, Vivas, había saltado a las ligas mayores al ser incluido en eventos individuales. Los cinco, ubicados en el rincón derecho del aula, movían los pies nerviosamente, esperando mantener los músculos calientes para el gran momento. Wingen tocaba su peinado a cada momento, cuidando su fijación óptima para no perderlo con la velocidad; Paul, por su parte, tocaba sus piernas para enorgullecerse de la fuerza obtenida, esperando que alguna chica se enamorara de ese par de músculos en shorts. Riddick, sumido en su acostumbrada timidez, no hacía más que aguardar impaciente; caso contrario a Vivas, que llamaba la atención a vivas voces, ya fuera por su atuendo fluorescente de carreras o el gesto de “nadie podrá conmigo”.
Pero ellos no eran los únicos que sufrían por la lentitud de los segundos. Un joven moreno de largos cabellos lacios y blancos (pese a que lo negara, obviamente teñidos), miraba su reloj de mano con nerviosismo, sonriendo para sus adentros al admirar al grupo de amigos del rincón. Su nombre era Albert, pero también acostumbraban referirse a él como Spine, su apellido. Se trataba de nada menos que del presidente del comité de alumnos, la temida agrupación que informaba al profesorado de las actividades de los alumnos desde adentro, como una especie de espías. Para el chico, no era más que la tapadera para hacer toda clase de desvaríos que le venían en gana, moviendo las aguas a su favor haciendo gala de una labia mareadora. Y ese día no era menos, pues tenía un plan entre manos confabulando con otro alumno destacado: Carden Carasvle, el presidente del consejo estudiantil, la pequeña organización que se encargaba de los eventos realizados dentro de las instalaciones, los viajes y toda la parafernalia concerniente a fiestas. Hacía tiempo que Albert tenía un pequeño problema con Falcon del que se negaba a hablar, e ideó una solución para resolverlo: invertir los papeles de él y Vivas en los eventos; así, Vivas pasaría a formar parte del equipo de relevos, y Falcon quedaría a solas con él en el maratón, un evento en el que no podría perder, derrotándolo de una vez por todas en una vieja enemistad.
Por fin sonó el timbre que anunciaba la salida, y todos los jóvenes abandonaron el lugar a velocidad relampagueante, con el grupo de corredores al frente, gritando y empujándose entre juegos, golpeando a un cuarteto de chicas en el trayecto. Los estridentes grillos chillones no se hicieron esperar, provocando la pronta huida de los chicos. Se trataba de las amigas Lizzie, Shadow, Araly y Angel. Shadow, era la típica joven que no puede vivir sin chicos, asediando víctimas distintas cada día, siempre detrás de la falda de su mejor amiga, Lizzie; ella, por su parte, tenía fijo el papel de líder moral de ese grupo, confiada y llena de energía en todo momento. Araly era una tierna rubia que solía seguirlas en silencio, pero que nunca dejaba palabras guardadas cuando las tenía. La última siempre era Angel, la demacrada y blanquísima chica que hacía de todo por agradarles, pero cuyos esfuerzos parecían no venir al caso, pues ya estaba dentro del grupo. Ellas, como los demás, tenían su propia meta en ese día.
—¿Otra vez participarás en la carrera de velocidad? —preguntó Shadow a Lizzie, acomodando su larga cabellera negra conforme caminaban.
—No, ya me he cansado de ganar ahí —dijo, acomodando sus cabellos castaños en una cola de caballo —. Esta vez he decidido entrar a la de resistencia.
—Pero yo siempre compito en esa estipulación —objetó Araly, sorprendida.
—Entonces tendrás un poco de competencia este año, amiga —sonrió confiada su amiga, provocando que la rubia se adelantara, obviamente contrariada por la noticia.
—Sabes que Araly ha ganado la competencia dos años seguidos, ¿Verdad, amiga? —habló Angel, intentando entrar en la conversación.
—¿¡En serio!? —la chica tuvo problemas para tragar saliva —No creo que sea tan buena, le han faltado buenas competidoras…
—Lo dudo, rompió el record escolar hace dos años, y el pasado rompió su propia marca… —la de cabellos negros alimentó su intriga con un dejo de burla, mientras observaba al grupo de chicos corredores con un interés obvio.
—¿Para que me lo dices, Shadow? ¡Tú no sabes nada! Aparte, ¿En qué vas a competir? —estresada, la castaña intentó cambiar la conversación.
—¿Yo? En nada, correr te hace sudar, y sudar, menos linda —dijo, antes de marcharse con un rostro hipnotizado lejos de sus amigas para perderse entre la gente.
—Yo me inscribí en gimnasia, donde he ganado dos años seguidos también —Angel intentó sostener una conversación con la supuesta lideresa.
—¿Ah sí? ¿Y tienes competencia en esa categoría tan rara? —no parecía interesarle mucho, pero necesitaba distraerse.
—La verdad, no, ninguna puede hacer mucho en esta escuela —suspiró ella, haciendo menos su esfuerzo para agradar de nuevo.
A su llegada, ya el pequeño estadio escolar se encontraba abarrotado de jóvenes de todos los grupos y edades. El día fue declarado libre por los achichicles de Carden, permitiendo a todos asistir al afamado evento donde apoyarían a sus camaradas en las estipulaciones, haciendo además una que otra ilegal apuesta a favor de sus favoritos. Tanto el consejo estudiantil como el comité de alumnos tenían reservado un sitio especial debajo de todos, en plena pista, donde cómodamente observaban la situación bajo un techo de lona y tomando bebidas. Albert y Carden se encontraron ahí, saludándose y cruzando un par de palabras, puesto que el primero se preparaba para participar en su evento, y por su propia fama era necesario que ganara.
—¿Hiciste el pequeño cambio que te pedí? —susurró el moreno, indiferente.
—Por supuesto, Falcon por Vivas, como acordamos —Carden reía complacido, era el tipo de persona que, por ver arder una casa, era capaz de incendiar la propia, aunque claro, debía haber un “incentivo” de por medio —. Por cierto, súmale un favor al consejo.
—Por supuesto, encubriré la próxima estupidez que hagas —callado, recordó que el chico solía cometer toda clase de atropellos abusando de su poder como estudiante privilegiado, y que él debía cubrir sus huellas ante el profesorado desde su puesto, haciéndose de la vista gorda a cambio que él hiciera lo propio con su poder.
—Mucha suerte, te estaremos esperando en la línea de meta para la fotografía del recuerdo —con otro apretón de manos, el chico se marchó a su asiento, dejando al otro calentando.
Cerca, el equipo de Falcon hacía lo propio, acompañados por un serio chico que también solía ser su amigo, pero que su alta inteligencia era equivalente a su torpeza en los deportes. Su nombre: Ferret. Los miraba prepararse, cuidando sus mochilas desde la sombra y charlando desde allá con ellos, que corrían en pequeños círculos y estiraban las piernas sobre unas bancas, sin sospechar el movimiento recién hecho en su contra.
—He estado analizando a sus competidores, y no hay manera posible de que los venzan —exclamó Ferret, lanzando una botella de agua al aire.
—Confiamos en ti, genio —Paul, tomando la botella, le dio un sorbo y la lanzó de nuevo.
—Ferret nunca se equivoca, tenemos esta carrera en la bolsa, y los corazones de todas también —Wingen, echándose agua en la cabeza y estropeando el peinado, hizo lo mismo que Paul con la botella.
—Luego de esta carrera, los invito a celebrar como nunca lo hemos hecho —Vivas, tomando agua, la dio a Falcon sin lanzarla, como si presintiera que no era capaz de cacharla en el aire.
—No lo sé, tus festejos no duran menos de tres días, y yo tengo que volver a mi casa —objetó el chico, lanzando la botella de vuelta a Ferret —, ¡Y Vivas, ya te he dicho que sí puedo atrapar la botella!
—Lo que digas, Falcon, lo que digas —lo conocía de años, y seguía viéndolo como un chico indefenso.
—Algún día entenderás que… —Estaba por quejarse, cuando vio venir a alguien, la única persona que podía robarle las palabras y las sonrisas sin mirarlo, solamente apareciendo en sus pensamientos. Esta por demás decir lo que sentía por ella, solamente que su nombre era Marian, una frágil niña de cabellos cortos y negros con un gusto marcado por la gimnasia y los estudios, recién llegada ese año al instituto. Iba camino a la reunión de su evento, y una mirada fugaz bastó para perder a Falcon del tiempo y el espacio.
—¿Otra vez embobado? —lo empujó Wingen, luego de ver que se había detenido en seco.
—Me vio… —susurró éste, sin sentir el golpe ni obedecer la intención en él.
—Ese es tu problema Falcon: te pones metas muy pequeñas, y no logras nada —dijo Paul, acariciando su rubio cabello y mirando a la multitud, esperando encontrar muchas miradas femeninas sobre él, pero todo lo que encontró fueron chicos riéndose de la llamativa ropa de Vivas.
Entre los otros equipos había viejos conocidos, resentimientos y amistades de años que se encontrarían en la pista. Uno de ellos era Chaos, el chico que hiciera equipo con Falcon, Paul y Wingen dos años atrás, y que perdiera su lugar debido a una riña que culminó con una fuerte amistad. Se había inscrito con otro equipo, esperando cubrir el sentimiento que le causaba ver de cerca a aquel del que pudo haber tomado parte. Enorme, pero de corazón blando, parecía un bebé, inquieto e incomprendido. Se le acercó alguien, un moreno que de un tiempo a la fecha se volviera su única compañía; de nombre Caesar, era un joven con ansías de brillar equiparables a su incapacidad para hacerlo. Molesto como pocos, creía que las personas correctas eran las que conformaban las oportunidades, y ese gigante se había convertido en el arma secreta ideal para la competencia de relevos contra el equipo de Falcon.
—Hasta que no veas que los venciste, no se darán cuenta del error de dejarte ir —le dijo sin inmutarse, acomodando unas largas calcetas en sus delgadas piernas.
—¿Para qué? No me importa lo que piensen esos perdedores —hizo un mal intento de encubrirse, imitándolo en el gesto de prepararse.
Un sonido sordo anunció el inicio de la competición, invitando a los competidores a pasar a la parte trasera del campo, donde aguardarían a ser llamados para participar. Ferret se despidió con un ademán de sus amigos, para pasar a sentarse a las altas gradas con el resto del alumnado, que para estas alturas se encontraba aburrido y algo cansado, divagando en cualquier cosa que no fueran los eventos deportivos. Escuchó a un profesor en el altoparlante dando una absurda bienvenida, pidiendo silencio en más de un trío de ocasiones para poder continuar, cediendo la palabra al director, simplemente para que repitiera sus mismos conceptos bajo otras palabras. Luego de quince fastidiosos minutos, permitió al evento continuar, permitiéndole mientras hablaba ir a comprar un bocadillo y un refresco, volver a su lugar y todavía escuchar el orden de las competencias. El primer evento sería el de gimnasia, tal vez el único placer por el que acudían los hombres: ver a lindas chicas en ajustados leotardos compitiendo en una disciplina que, más que artística, era vista como algo sensual. Al intelectual Ferret no le importaba mucho esto, recordando que su compañera de aula Angel competiría ahí y que tenía la obligación moral de apoyarla. Dio un sorbo a su refresco mientras las chicas iban entrando en la explanada, cubriéndose en el acto los oídos por la avalancha de chiflidos que se dejaron ir contra las lindas jovencitas y sus escotados conjuntos, que dejaban al descubierto en proporciones generosas sus encantos y muy poco a la imaginación. El fuerte ruido no le dejó advertir que alguien había llegado, sentándose a su lado.
—¿Tampoco tienes con quién ver la competencia? —la chillona voz de Shadow le hizo voltear.
—Me agrada la soledad —intentó ser cortés al hacerla a un lado. En verdad quería estar solo.
—Pues ya está, la veremos juntos —gritó al pensar que hablaba, haciéndole notar al chico que sería una tarde larga.
Las primeras chicas pasaron a realizar su rutina, aburrida, monótona y simple. Pero luego vino Angel, mostrando a todos, una gracia y belleza distante de la chica lambiscona con la que convivían a diario. Molesto, Ferret tuvo que lidiar con una chica que gritaba a vivas voces apoyando a su amiga, saltando y pidiéndole que la imitara, pero no hizo más que aplaudir cuando ésta hubo concluido, llevándose una larga ovación que, al dar paso a la siguiente, todavía continuaba. Se trataba de Marian, que en su primer año de estudios se había atrevido a participar con una pequeña rutina. Tampoco estaba mal, pero nadie podía desprenderse de la actuación de la rubia platinada. Shadow no se movía de su asiento, mirando con atención a la joven mover unos listones en círculos y emitiendo uno que otro bufido molesto.
—Esa tipa se cree la gran cosa desde que llegó, solamente porque es hija del dueño de las industrias Von Perr —compartió su enojo con él, al que no le importaba en lo mínimo.
—¿Ah sí? Pues no es tan mala con los listones —no quitaba los ojos del escenario.
—¡No puede gustarte su actuación! Tú debes apoyar a Angel, ella cuenta con su grupo incondicionalmente —fingía no poder respirar conforme hablaba —. No sé si lo sepas, pero ellas dos han tenido grandes problemas desde que la princesita apareció en esta escuela.
—No es algo de mi incumbencia, yo solamente digo lo que pienso.
Entre una discusión que no iba a nada, el evento concluyó sin que Ferret pudiera ver a las demás chicas. La premiación fue dejada para el final del evento, tiempo en que los jueces podrían deliberar. Luego vino la carrera de relevos, y un profesor fue anunciando a los integrantes de los equipos para que pasaran a tomar sus puestos en la larga pista. Vieron pasar al equipo de Caesar, conformado por Chaos, Josh (el mejor amigo de Marian, un moreno con pretensiones de sangre azul cuyas verdaderas intenciones todos conocían, menos la ingenua señorita Von Perr) y Allan (un deportista nato que provenía de otro grupo de la escuela, al que Falcon y compañía se enfrentaban diariamente en competencias de todo tipo). Luego de un par de nombramientos sin gracia, vino el de los campeones invictos: Paul Quiztal, Riddick Kyosube, Vivas Ixcen y Gustaff Garland.
—¡¿Cuántas veces les he dicho que me llamo Wingen?! —gritó el joven Garland, molesto, antes de notar otro detalle en el nombramiento —¡¿Vivas?!
El propio chico estaba confundido por la mención, corriendo hasta la mesa de directivos para aclarar el malentendido. La profesora June, una rígida mujer entrada en años, le indicó que así estaba marcado en la hoja de inscripción, y que nada se podría hacer a esas alturas para cambiarlo. Entre fastidiado e impotente, Vivas se reunió con sus amigos para acordar el orden en que correrían. Ferret observó desde su asiento, deduciendo en el acto la mano traicionera de Albert y Carden en ese percance, aunque no se explicaba el motivo para hacerlo, puesto que, con Vivas, era más que obvio que volverían a obtener el primer sitio. De hecho los principales opositores a ese cambio era el equipo de Caesar, conocedores de la habilidad del joven Ixcen en las pruebas de velocidad, más ya nada se pudo hacer para cambiarlo, y la carrera dio inicio de esa manera. De la línea de partida salieron Carden y Riddick a toda velocidad, pasando el relevo en la cuarta parte a Caesar y Paul respectivamente, y éstos a su vez a Allan y Wingen, dejando al final ambos a sus respectivas armas secretas para un final sumamente cerrado. Chaos miraba cerca a Vivas, sintiendo la esperanza de poder derrotarlo por primera vez, hasta que notó que éste estaba trotando nada más, sonriéndole de forma sarcástica. A escasos tres metros de la meta aceleró el paso, dejándolo atrás al instante y ganando la carrera fácilmente. La multitud se levantó en aplausos, y Paul y compañía subieron a su amigo en hombros para celebrar, burlándose de cegar a todos con su vestimenta.
—Esta carrera ni siquiera se debió haber hecho —escuchó el chico decir a Shadow —. Aunque, si no hubiera sido por el ridículo Vivas, tus amigos no hubieran ganado.
—Tal vez, pero quiso la suerte que participara, ¿Qué iba a hacer él? —le molestaba que ella pretendiera pedirle explicaciones que desconocía.
Cambiando de competición, vino el turno de la carrera femenil. Lizzie y Araly se encontraban en la meta preparándose. A Ferret le sorprendió no estar viendo a su acompañante saltando de la emoción por ver participar a sus dos mejores amigas, sino que se encontraba en silencio, inerte, sobre su asiento, con una cara que rayaba en el puchero de un bebé. La curiosidad antevino a la lástima, y decidió preguntar el motivo de esa peculiar tristeza.
—Araly ha ganado esa carrera dos años seguidos, y ahora Lizzie quiso participar para vencerla —se calló, teniendo problemas para pasar saliva por su garganta —. Siento que mis amigas terminarán mal.
—No te preocupes, no puedes hacer nada para evitarlo —le sonrió. Sin encontrar que más decir, decidió poner atención en el frente.
Las chicas partieron a la señal, dando todo lo que podían en el corto tramo impuesto. La rubia prácticamente volaba, dejando atrás a las que se dignaron a competir contra ella, siendo seguida de cerca solamente por una castaña que a duras penas permitía el paso de aire por sus pulmones. Era lógico que le estaba exigiendo demasiado a su cuerpo, pero no le era suficiente para vencer a su amiga. Shadow permanecía en el filo del asiento, oprimiendo sus manos una contra la otra en espera de un milagro. No supo si atribuirlo a la fe que tuviera de pronto, pero Lizzie consiguió rebasar a su amiga y ganar en el último instante de la carrera, dejando a su amiga en un digno segundo lugar que no le robó la sonrisa, sino que fue hasta la ganadora y le dio un enorme abrazo, ante la mirada enternecida de su otra amiga, que por fin respiraba con tranquilidad.
—Te dije que no pasaría nada. Ustedes son muy buenas amigas —le dijo el chico.
—Gracias, Ferret. Sola me hubiera vuelto loca —el tono de su voz fue suficiente para hacer desconfiar de la intención de la frase. Nervioso, prefirió concentrarse de nuevo en el evento.
Hubo un tiempo en que nada atrajo su atención, puesto que solamente pasaban desconocidos que no les importaban, hasta que llegaron al gran final: la carrera masculina de resistencia. Uno a uno fueron pasando los competidores, incluyendo a Spine, hasta que nombraron al último integrante de los únicos cuatro que se atrevieran a participar: Falcon Silverseeth. Hasta entonces comprendió Ferret la entrada de Vivas al equipo de relevos: dejar el camino libre a Albert en la competencia mayor, compitiendo contra el menos capaz del equipo. El estadio completo se sobresaltó, pero nadie más que el propio Falcon, que hizo lo mismo que Vivas para intentar remediar el error, obteniendo la misma negativa de la estricta June. Tomando un largo suspiro, y ante una mirada esperanza de sus compañeros, avanzó resignado a la línea de salida, esperando no cometer un error. Escuchó a su lado reír a Albert, y prefirió no hacer comentario alguno al respecto. Respiró hondo y se dejó llevar, escuchando la salida y emprendiendo la carrera con la fuerza completa de sus piernas. Veía la espalda de Albert frente a él, corriendo tranquilamente para guardar fuerzas, e intentó darle alcance. Escuchaba la voz de sus compañeros apoyándolo, de la multitud entera lanzando porras a su favorito, y de Albert riendo centímetros adelante. Hizo lo mismo que Lizzie, forzando su cuerpo al límite para darle alcance al moreno. Se sorprendió, pues consiguió estar a su lado y pasarlo sin darse cuenta, llegando a la delantera en pocos segundos. Sonrió para sus adentros, y bajo el ritmo para guardar energías, ante una lluvia de ovaciones.
Paul, Wingen, Riddick y Vivas ya se encontraban al lado de Ferret entre el público, comiendo en grandes cantidades y gritando el nombre de su amigo a todo pulmón. Ninguno creía posible que fuera en la delantera, pero se aferraban a la idea de que podría lograrlo, luego de los meses que entrenaron juntos para la carrera de relevos. Llegó un momento en que incluso dejaron de comer, centrándose por completo en el intento de Albert por retomar la cabecera sin éxito. Reían y gritaban eufóricos, pidiendo a los de su alrededor hacer lo mismo. Solamente restaba una vuelta a la pista y Falcon seguía a la cabeza.
—¡Lo va a lograr! ¿Quién hubiera creído que lo iba a lograr? —gritaba Vivas, lanzando su botella de agua al cielo para que los empapara.
—Nadie, y eso lo hace más especial todavía —Wingen abrazó a su amigo, levantando los brazos para aplaudir.
—Vamos todos: ¡Falcon! ¡Falcon! ¡Falcon! —la misma Shadow estaba apoyando al chico, que se estaba convirtiendo en el favorito de todos.
Con el estadio completo pidiéndolo a gritos, el joven Silverseeth reanudó la marcha forzada en los pocos metros que quedaban, notando que Spine hacía lo mismo detrás de él. Conteniendo la respiración, agitó sus brazos y dio todo en un segundo, con la respiración del enemigo a sus espaldas, cada vez más cerca, acercándose en un final suyo, hasta que sintió algo más: Albert, en su esfuerzo por llegar, había tropezado al cruzar mal los pies, cayendo de bruces justo detrás suyo. Nada pudo hacer para ser llevado también por el impacto y caer al suelo a gran velocidad, viendo pasar dos pares de piernas un segundo después. El lugar completo permaneció inerte, sin saber si reír o lamentarse el hecho, hasta que un chico cruzó la línea de meta y provocó los aplausos de la multitud. Solamente el grupo de Ferret seguía sin poder hablar, mirando levantarse a los dos competidores, ayudándose uno al otro para permanecer mirándose un momento, hasta desternillarse ambos a carcajadas. Algo que pocos conocían era que su antipatía era equiparable a una vieja amistad que mantenían cuando no había una competencia de por medio. Ayudándose a caminar, salieron de la pista cojeando hasta las gradas, para reunirse con los demás.
Llegó la premiación, y fueron llamados los miembros del equipo de relevos a recibir su presea, así como Lizzie y la ganadora del concurso de gimnasia: Angel, algo que todos esperaban. Lo que no, fue que, al descender la rubia del estrado, la esperaba Marian; mucho se especuló cuando quedaron frente a frente, pero la pequeña Von Perr solamente quería estrechar su mano en un acto de deportivismo nato, a lo que aplaudieron tranquilamente los presentes. Estaban premiando al ganador de la gran carrera cuando Albert y Falcon llegaron con sus amigos, que presumían a las chicas su galardón con singular galantería.
—Felicidades —dijo Falcon, abrazándolos uno a uno.
—Todos sabíamos que esto sería así —presumió Paul para ser escuchado por las presentes —. Lo que nadie se explicaba fue a ti, ¡Corriste mejor que Vivas!
—No fue para tanto, pero lo hiciste muy bien —herido en su orgullo, el chico Ixcen se rió —. Si no hubiera sido por este tramposo, seguro habrías ganado.
—Ya aclaramos ese asunto —el moreno se excusó, aunque el rostro de Falcon demostró lo contrario —. Todo era una cuestión de orgullo, y algún día lo arreglaremos como los hombres.
—Cuando ambos lo sean —se burló Paul, volteándose para notar que ya las chicas los habían abandonado para marcharse con el ganador de la gran carrera —. Vaya perdedor, solamente tuvo suerte.
—Yo digo que los ganadores deberíamos de festejar —se apareció Lizzie de la nada con sus amigas, abrazando a Paul —. ¿Les parece irnos de aquí?
Buscándolo para que inventara una excusa, los chicos notaron que su amigo el intelectual ya no se encontraba con ellos, y tuvieron que acceder a marcharse con esas molestas chicas. Cansado de tratar a Shadow, Ferret se encontraba de vuelta en la escuela, tomando sus útiles para volver a casa. Había sido un día interesante, como todos los demás, y se sentía sumamente complacido con los compañeros que lo rodeaban. Salió a la calle, pensando en una y mil cosas, cuando tuvo la sensación de ser observado. Volteó a todas partes, pero no vio a nadie. Unos cuantos pasos volvió a sentirse igual, y dio media vuelta rápidamente. En la lejanía de la calle se encontraba una silueta inamovible, que parecía clavar sus ojos en él con interés. Le extrañaba, pero no tuvo reparo en ir a averiguar. Estaba cansado, y por ese día habían sido suficientes emociones.