XVII: Todavía En El Agua.
Esa mirada ya la había sentido con anterioridad, pero nunca tan profundamente clavada en su cuerpo. Ese infinito odio que transmitía, la mueca torcida al extremo, ninguna máquina podía fingir sensaciones tan profundas.
—No puedo creer que te hayas dignado a aparecer de nuevo, luego de lo que viste que ocurrió —dijo Falcon en un tono furioso —¡No debiste haber regresado nunca!
—Tú mismo sabes que estás sosteniendo un error, pero no te atreves a dar marcha atrás— le respondió con serena indiferencia —lo ocurrido aquella vez fue planeado, no esperaba que las cosas llegaran a este extremo.
Los días habían pasado vertiginosamente. Los irrecordables sucesos, con sus debidas cicatrices permanentes para el alma, no podrían ser superados más que con la más lógica consecuencia.
Ya todos se encontraban derrotados, resignados a la voluntad de aquel que hoy se regía como dueño de sus existencias, a ser tratados como viles animales, a morir en el letargo de un dolor inmenso. Todos excepto una, que todavía miraba a su captor con una profunda lástima, y con el misterio que siempre la caracterizó.
Frente a la maquiavélica estructura esa noche se encontraba él, el autoproclamado amo de la nueva era, cara a cara con aquel extraño sujeto. El único que luego de la serie de intentos fallidos por el rescate se atreviera a lanzar el desafío. Muy pocos se dignaban a mirar la escena, resignados a olvidarse de toda posibilidad por encontrar esperanza, en volver a sentir la brisa fresca, en ser de nuevo tratados como humanos.
—Mira lo que has hecho con estas criaturas, no has logrado medir el límite de tus bajos deseos —dijo él con una profunda tristeza, recorriendo con la vista la inhumana escena que entre las sombras se ofrecía.
—Años guardados, años sintiendo heridas desangrándose. Nunca será suficiente castigo para aquellos infractores que se atrevieron a osar tocarme siquiera una vez —la soberbia de Falcon era inmensa.
Los recuerdos de ese último día eran borrosos, pero volvían con su determinante paso. Una batalla. Lágrimas en todos los presentes. Un deseo que no cabía dentro de su poseedor. Golpes en la piel y en el alma, salpicando de dolor un piso en donde ya no tenía lugar más sangre. Era demasiado para cualquier persona. Su final solo podía ser uno.
—¡Ya basta! —se escuchó un grito ahogado, desde lo más profundo de una de las celdas, donde la lastimada criatura se ocultaba de las circunstancias, sin atreverse a mirar al par que decidía su destino con una guerra personal. Extrañamente, el par de gladiadores se detuvo.
Silencio. Fue todo lo que reinó por un instante eterno, en el que parecía que todo volvía a una tierna calma, a una frágil pero encantadora tranquilidad. Ella, herida y desaliñada, salió de su escondite y tocó los barrotes de su prisión, dirigiendo una lastimera mirada a Falcon, que no pudo soportar el peso de su culpa ante eso.
—¿Por qué sigues con esto? —le dijo con voz quebrada, de niña lacerada.
No hubo respuesta, solo una enorme laguna dentro de la mente de Falcon, que se negaba a traer de vuelta un momento tan doloroso. Es curioso como a veces el subconsciente nos protege de nosotros mismos, evitando que nos causemos dolor con aquello que no queremos volver a vivir, aunque de verdad deseamos volver a sentirlo.
Un enorme salto en el tiempo fue la única solución. Los recuerdos volvían a surgir. De nuevo la batalla, de nuevo el carmesí derramado sobre los rostros manchados de lágrimas. Aquel instante borrado era la clave de toda la historia, pero no conseguía traerlo de vuelta.
En su lugar, una magistral batalla se libraba. Eternos fueron los contados minutos que duró y las consecuencias de sus actos. Los presos comenzaban a animarse al notar que el tiempo pasaba y no triunfaba Falcon, que estaba por desesperarse, siendo que su contrincante no hacía más que huirle.
—Esta es la venganza de mi raza —le dijo enfadado él, mientras esquivaba con maestría cada posible ataque.
Al borde de la desesperación, Falcon se detuvo, diciendo con soberbia seriedad, dominado por la furia de sentirse ya cansado y no triunfar —no saldrás con vida de aquí, nadie lo haremos… —y dio una sentencia a PIC.EXE —ejecutar operación final.
—La operación final requiere de autorización, prueba de voz, y contraseña de máxima seguridad, ¿Desea proceder? —se escuchó el timbre metálico del programa.
—¿¡Qué demonios es lo que planeas, Falcon!? —gritó Paul, desconcertado por lo que estaba ocurriendo, y por las sirenas que comenzaron a sonar por todo el salón.
—La policía ha llegado, veo que consiguieron filtrar una llamada —dijo él con calma, a sabiendas de que no iba a ser vencido —¡PIC! Proceder con rutina de operación final, reitero mi aprobación. Falcon Silverseeth. Contraseña de máxima seguridad: M1590P1140M1366E. ¡Ejecutar ahora!
—Contraseña aceptada, rutina en proceso. Tenga un buen día. Gracias por usar el servicio de PIC.EXE. Vuelva pronto —dijo con sórdida voz el programa, dada su automatización.
El lugar completo crujió, mostrando lo peligroso de la acción de Falcon. El miedo fue general, exceptuando al herido contrincante de Falcon, que lo miraba con extrañeza.
—Has elegido la clásica salida del cobarde, llevarnos a todos contigo al infierno— sentenció, resignado a morir ahí —¿En verdad sabes lo que acabas de hacer?
—Es la única opción, así estuvo planeado desde un principio. Estamos parados sobre una enorme llaga en el mundo, y estamos por suturarla. Tanto dolor y pena solo puede ser borrado de esta manera.
—No eres tan tonto como pensé, pero tampoco ameritas la soberbia que sostienes. No sé que me inspiras, pero respetaré tu derecho a morir —le dijo el sujeto, antes de marcharse de un salto por el enorme vitral, arrojándose al barranco.
Falcon cayó al suelo, vencido por el cansancio, mientras las todas prisiones eran abiertas por el procedimiento que estableció Falcon como final. Desde que decidió comenzar con ese plan ya había premeditado como había de terminar. Estaba ocurriendo claramente, aún con las inesperadas intervenciones que tuvo.
Estaba viviendo su propia historia, y a esas alturas no sabía si era lo que en realidad hubiera deseado. ¿Por qué no haber disfrutado la riqueza que forjó? ¿Viajar por el mundo? ¿Pretender a Marian de la manera tradicional, como no se atrevió? No quedaba oportunidad para el arrepentimiento. Para nada.
Todos gritaban asustados al notar que la enorme puerta del salón no cedía. Sus intentos de derribarla, con fuerza bruta y luego golpeando con los muebles, fueron tan vanos como su esperanza. En un intento conclusivo, se acercaron al derribado Falcon.
—Por favor, Falcon, tú nunca fuiste así en realidad… —dijo Lizzie en un tono dulce.
—Perdona todo lo ocurrido, y comencemos de nuevo —entre sollozos pronunció Angel.
—Míranos. Estamos los que éramos parte de un todo, y puede volver a ser así —Albert, sumamente golpeado, mostraba que el rencor había desaparecido.
—¡Tienes que dejarnos ir! —gritó horrorizada Shadow.
—Falcon, escúchanos, somos todos tus amigos —intervino Wingen.
—Ya no resta nada para nosotros, solo esperar a que el agua nos termine de cubrir —la voz cortada de Falcon manifestaba seriedad, limpia de pasiones desoladoras.
Como trasfondo, se escuchaban golpes por toda la mansión, mientras los miembros de seguridad irrumpían en cada habitación, encontrando una completa calma. Jamás encontrarían el salón, no a tiempo. Sirenas y caos. Dolor y resignación. Tal como una profecía, el diario llegaba a su capítulo final.
—El salón ha sido aislado. 5 minutos para inmolación —se oyó decir a la computadora.
—¡Por favor, tienes que dejarnos ir! —el pánico en la voz de Araly era inmenso.
—¡Por favor contrólate, inepto! —Allan asestó un golpe en el rostro a su captor, que no hizo intento por detenerlo. Cayó al suelo con la boca sangrante, pero ni así salió de su letargo.
—Ya se los dije. He trazado mi vida de acuerdo a un diario, y se han ido cumpliendo los capítulos uno a uno. Estamos en la recta final: tiempo de reconciliación y felicidad, la despedida de la cruel realidad.
—¡Esto no puede estar pasando! ¡Intenten de nuevo tirar la puerta! —balbució Josh, jalando a Carden y Chaos.
Presas de la desesperación, arrancaron la cama de una de las prisiones, y ayudados por Caesar y Albert golpeaban la enorme puerta. El resultado fue el mismo: la puerta no cedía.
—¡Esta porquería esta blindada! —la pateó Caesar, horrorizado.
Falcon se hincó en el suelo, limpiando su rostro con un par de dedos. Miraba la desesperación, y no pudo evitar la lástima, las ganas de abrir las portezuelas de la vida a esos que tanto significaron para él. Nuevamente se impuso el orgullo.
—Nada te hará cambiar de opinión —pensó Riddick en voz alta, conociendo a su amigo.
—Es la mano que me quedó por jugar —le respondió éste.
Lizzie y sus amigas miraban por el ventanal que se arrojara el pagano. Era una altura todavía más mortal que la explosión. Presas del pánico inminente, se soltaron llorando. Estaban ante el umbral de la muerte, y nada podían hacer para evitar traspasarlo.
—Disfruten por última vez el piso sobre sus pies, y la compañía de sus únicos seres queridos —les dijo Falcon, poniéndose de pie y mirando por la rota ventana, dejando en claro que no sería parte de ese momento.
Los prisioneros se miraron, comprendiendo finalmente que el final no dependía de ellos, sino del libro que reposaba en el sangriento piso. De reojo, Falcon los vio reunirse en círculo, y decirse en silencio cuanto se estimaban uno al otro, fundidos en un tierno abrazo grupal. Una lágrima recorrió su frío semblante, deseoso de correr a su lado, pero así no estaba escrito. Todo sería al pie de la letra.
Estaban demostrándose el cariño que se tuvieron, regalando sus últimos minutos en hacer sentir especial a alguien más, fuera del dolor y la pena que ese ser le hubiera causado en el camino de la vida. Estaban perdonándose de corazón, entregando sus más profundos sentimientos ante la falta de un mañana. No resistía la idea de estar del otro lado, de ser el verdugo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Una mano se posó sobre su hombro derecho sin advertirlo. Tras él, frágil y temblorosa, se encontraba Marian. Las reacciones internas fueron inconmensurables, pero externamente, solo frunció el ceño con extrañeza.
—¿Qué… qué haces aquí, conmigo?
—Nada, solo quería pasar estos segundos contigo, creo que te lo debo… de alguna forma.
Sin decir palabra, ambos se quedaron mirando al vacío de la cañada, uno al lado del otro, cual desconocidos. Sin embargo, podía percibirse un enorme calor a su alrededor, un confort indescriptible.
Un ligero pitido irrumpió en la habitación, indicando que la conclusión estaba cerca. Falcon emitió un largo suspiro, antes de comenzar a hablar.
—Creo que, después de todo, va a haber un ligero cambio de planes.
—¿A qué te refieres? —dijo Marian, cuyas palabras la sorprendieron, una microscópica chispa de esperanza brotó en su corazón.
Falcon no la escuchó. En lo intrincado de su fracturada conciencia, nadaba entre el líquido de los sucesos recientes, buscando el hilo del sentido entre las ramificaciones de los errores, que era como veía a veces sus ideas, para obligarse a creer que había hecho lo correcto. Ahora, a pesar del mar de la confusión, podía ver con claridad un nuevo final, que encajaba perfectamente, mejor que el anterior.
—¿Por qué no me respondes? ¿Falcon? —insistía ella, presionada por el fatal pitido.
—No tiene caso guardar esperanza. Lo único que sirve a este mundo de pretexto para seguir siendo habitable es el amor —pronunció Falcon, cerrando los ojos y suspirando de nuevo, inhalando el aire aciago que él mismo generó.
De un movimiento rápido, jaló a Marian hacía donde él estaba. Los tres segundos previos a la explosión se eternizaron, convirtiéndose en la conclusión idónea. Aquellos del abrazo grupal, estrechándose otra vez, cerraron los ojos para entregarse al reposo del alma. Falcon, tirado en el suelo por su precipitado movimiento, miraba a Marian, también caída, que no entendía. En el instante fatal, se escuchó antes de la explosión una voz lastimera, la original que debió haber sido.
—Te amo, Marian…
El dolor dejó de existir, envolviéndose en una nube de escombros y recuerdos, al compás de los gritos de los servidores de la justicia, que no cabían dentro de su confusión. A la sensación de entregarse a semejante descanso, no pudo habérsele llamado muerte. Todos lo sintieron, ahogándose en las turbulentas aguas de la venganza. Todavía en ellas, pero por fin en calma.