martes, 15 de febrero de 2011

Amor en tiempos de mentiras

Ok, ya sé que esta entrada debió de haber sido publicada ayer, ¿Pero saben qué? Simple, sencilla y llanamente tuve algo que hacer repentino (tristemente, nada alusivo al día... mis obligaciones escolares me tienen preso dentro de la escuela todo el mugroso día). Alcancé a publicar el capítulo que debió haber ido el viernes, pero no esta entrada, que carecía de un poco de sentido y consistencia (¿Se nota el caos por el que está atravesando mi vida en estos tiempos? No logro acomodar una cosa sin tirar otra... suele pasar). Pero bueno, henos aquí, proporcionando al mundo de nuevo unas cuantas gotas de sabiduría innecesaria, cortesía de su servidor (o un texto virtual que vaga a la deriva en el internet, como más te guste).
Hoy es inevitable tocar el tema alusivo a la fecha que, todavía un día después, sigue impregnando el ambiente con olor a flores. Debo admitir que, en un principio, me vi tentado a escribir algo semejante a lo sucedido con la serie navideña (entiéndase como todos los escritos en los que criticaba duramente al comercialismo de la época decembrina). Pese a lo tentador de la propuesta, opté por hacer algo un poco diferente, no me pregunten la razón, porque ni me estoy ablandando ni voy a dejar de pensar que el mundo es manejado por la publicidad. Así que, en lugar de hacer algo hiriente, me enfocaré al lado bonito de la celebración: los verdaderos orígenes del día de San Valentín, del amor y la amistad, o simplemente el 14 de febrero, como lo quieras llamar, el fraude viene siendo el mismo (¿Fraude? ¿No se suponía que no criticaría la celebración? No lo haré, sino que atacaré su peculiar origen, que para variar, es una tras otra mentira).
Comencemos de adelante hacia atrás. Lo primero que todos solemos pensar, cuando nos encontramos por estas fechas en una tienda de regalos, antes del "¿Qué rayos voy a comprar?", es el "¿A quién rayos se le ocurrió que tenía que comprar?". Triste, pero cierto; todos alguna vez hemos maldecido al ocurrente que decidió obligarnos a comprar osos de peluche, flores, chocolates y demás mercancía cursi para agradar a alguien y a la sociedad (porque no te imaginas la cara que pone alguien cuando te preguntan "Y tú, ¿Qué vas a regalar?", mientras te rascas la panza y cínico respondes "nada, no tengo a nadie a quien darle"... es el equivalente moderno a una blasfemia, y más de un puñado ya nos hemos ganado la hoguera por semejante pecado al orden actual. Nos encontramos así, pues, con el primer probable origen de la celebración: el comercialismo. Algún pelele con ventas bajas decidió que le sobraban regalitos cursis, por lo que comenzó a hacer propaganda, metiendo veneno en nuestra santa sociedad (¡Ajá!), haciendo una maléfica labor lentamente, hasta lograr convertir un día común y corriente, pero tranquilo, en una honda global de ventas de globos y todo tipo de artículos con forma de corazón, llenando el aire de aromas frutales y enternecedores, ¡Y dominando al mundo con un malvado grupo de ositos de peluche con mirada tierna y relleno suavecito! (Admitámoslo, algún día alguien hará de esto un guión para un próximo éxito de suspenso... y será demandado por su servidor).
Sinceramente no sorprende a nadie que el dinero haya metido sus narices de nuevo, pero tenemos que tomarlo en cuenta como punto de partida, para sentar las molestas bases de lo que viene a continuación (Si vieran, este viaje nos llevará por intrigas, traición y persecuciones policíacas con sexys chicas en bikini... bueno, tal vez eso último no, pero ¿A poco no sería genial?).
Segunda parada. Se dice que por allá en la antigua Roma existía un sacerdote católico de pintoresca sonrisa y cándido caminar, llamado Valentín. Este sujeto era una alegre criatura del señor que andaba por la vida pregonando el evangelio del Señor y recogiendo flores de la pradera. Resulta que al siempre loco emperador romano (desconozco el motivo por el que todo el que era nombrado César, al día siguiente perdía la razón) se le ocurrió sacarse de la manga un decreto, una linda orden para prohibir que cualquier ser dentro de sus dominios contrajera matrimonio, ¿El motivo para semejante estupidez? Que los hombres solteros eran mejores soldados (se nota que el célebre Claudio II no era muy diestro en control de población; si llevaba a todos sus hombres a la batalla, se quedaría sin pueblo al que mandar). Como es clásico en las siempre célebres vidas de los santos, nuestro feliz y tierno Valentín se rebeló al decreto de Claudio, casando a los jóvenes enamorados en secreto bajo la ley de Dios. Hermoso, ¿No? El hombre se convirtió en el cupido a escondidas de una época oscura, pasando de un simple mortal feliz al símbolo de una nueva era. Aunque, entrando más en materia, no fue por ese motivo que se le concedió el título de San. Se dice que, al enterarse Claudio, pidió apresar al sacerdote, y que luego de tenerlo entre sus manos, como todo buen dios que se digne de parecerlo, le dio la opción de arrepentirse de sus pecados y adorarlo una vez más, a lo que este padrecito respondió con una fuerte dosis de catolicismo, en el que casi cae el emperador, de no ser porque siempre tenía a la mano lamebotas dispuestos a recordarle que era un supuesto dios. Así, sin más, Claudio ordenó su ejecución. Se dice que su carcelero le pidió educar a su hija, ciega de nacimiento, y que Valentín lo hizo con gusto. Pero no sólo eso, sino que además optó por devolverle la vista en unos minutos libres que tenía. Ese milagro es lo que lo elevó a los cielos y a la perpetua inmortalidad (¿Se nota que no soy muy adepto a los santos?). No tengo mucho que decir sobre esta versión, sino que es otra maquillada historia, cortesía de la iglesia católica, para darle color a un trasfondo gris que pretendían ocultar. ¿No me creen? Sigamos entonces a la tercera y última parada.
Antes de los regalos, del compromiso social y de Valentín, estuvo Lupercus. Como los medianamente estudiados en materia de teología entenderán, todo festejo católico (o casi todo, la verdad lo desconozco) se remonta en su origen a una celebración pagana, y ésta no iba a ser menos. Lupercus era una deidad pagana, la de la fertilidad más específicamente, a la cual se le adoraba a mediados de febrero (¿Coincidencia?) en la llamada grupa Lupercal. Sacrificando animales y dando latigazos a las chicas, los jóvenes paganos buscaban obtener el favor de su dios, pidiéndole favores de"ese" tipo fervientemente (todos sabemos lo que pretendían estas pobres almas). Fue a un papa, Gelasio, al que se le ocurrió, otra vez, cambiar en sus mentes el nombre de Lupercus por el de San Valentín, sabiamente.
Volvamos rápidamente a la actualidad en un resumen fugaz: Lupercus daba favores a los jóvenes paganos, pero al papa Gelasio se le ocurrió crear a un santo en su lugar, San Valentín, cuya historia conmovería y haría llorar hasta a una piedra. Luego los altos mandos del mundo tomarían la costumbre para vendernos toda clase de productos. Punto. Hemos descubierto el origen y causa del día del amor y la amistad.
Por hoy, no voy a decir mi conclusión personal al respecto, sino que la dejaré a conciencia de cada quien, esperando que tomen un poco de razón y decidan un poco más su actuar en estos días.
Me despido, esperando mañana poder publicar en la fecha señalada por una vez en un largo tiempo.
PD: Lunaeclarum no es socialista, aunque algunas personas piensen lo contrario.
PD2: Sí, compré y di un regalo ayer, tenía que hacerlo.
PD3: Al fin y al cabo, el origen es lo que menos importa, el chiste es celebrar, ¿O no?