Otro "orgullo" mexicano

Ya una vez lo hice, sin embargo, me veo en la imperiosa necesidad de volverlo a hacer. Debo aclarar antes que la televisión no es mucho de mi agrado, es simplemente que hay ocasiones en que el ánimo no da para más, por lo que es irrevocable la invitación de un cómodo lecho y un aparato que funciona a distancia, y que puede por un momento borrarnos la noción espacio-tiempo. Eso ocurrió el fin de semana pasado, en parte por desidia y otro tanto por insistencia de mi hermanito. Sin más pretextos, desperdigué aproximadamente una hora frente al televisor, viendo un programa que hasta entonces desconocía (nunca me enteré de su transmisión), pero que me dejó con el sabor de boca suficiente para dedicarle una entrada, posiblemente similar al que engalanaba al programa "Iniciativa México", ¿Pero qué podemos hacer? Televisa se dedica a lanzar porquerías a la televisión abierta sin que nadie pueda hacer nada, en especial cuando hay quienes las consumen (no somos un país muy intelectual, admitámoslo).
Entremos en materia. El programa lleva orgullosamente por título "La Expedición", y es promovido no solamente por la televisora más popular a nivel nacional, sino también por el Teleton (uno de sus tantos vástagos, aunque este tiene mérito por ser del ramo altruista) y el gobierno del estado de Veracruz (supongo que solamente presta sus locaciones). Bien, este programa consiste en un maquiavélico plan de desconocido creador, que consistió en reunir a once discapacitados (en muy variados aspectos, hay que admitir que está surtido el menú) y hacerlos escalar el Pico de Orizaba, la cima más alta de nuestro país. Desde el principio la cosa se pone fea, digo, está bien que queramos alimentar el autoestima de las personas con capacidades diferentes, ¿Pero enfrentarlas a algo que muchas personas ni con su cuerpo completo y sus capacidades sanas son capaces de hacer? Me parece sinceramente cruel querer jugar al circo romano con estas pobres personas, no digo que no puedan (nada que la magia de la mercadotecnia no pueda arreglar), más sin embargo, grabarlos tendidos en el suelo luego de haber caído (ya sea de la silla de ruedas o por ceguera) en lugar de ayudarlos es una crueldad prácticamente inhumana. Limitarse a entrevistarlos cuando se sienten mal o creen que ya no pueden (¿Qué les hace creer que no sea cierto?) es otra de sus tantas estrategias para mover fibras sensibles en el televidente, y que no se despegue de su caja tonta durante toda la transmisión.
Eso no es lo peor del caso (la verdad, no me decido qué lo será). Para colmo de males, los han hecho sufrir durante todo el trayecto al dichoso pico (¿Pensabas que los dejarían en las faldas, solamente para que ascendieran? ¡Claro que no! ¿Cómo duraría entonces los capítulos necesarios para hacer rentable esta monstruosidad?), obligando a los pobres que usan silla de ruedas a rifársela en terrenos donde las llantas simplemente no avanzan (¿Pero qué te pasa? Son sillas todo terreno... ah, no, solamente tienen adornos para parecerlo), y a los ciegos a empujar a éstos (así les sirven de lazarillos... miren nada más la crueldad a la que ha llegado la humanidad).
Supongo que no es nada que no se haya hecho antes, pero en esta supuesta era de libertad y amor fraterno (supuestos e hipotéticos ambos), tuve una vaga idea de que dejarían de utilizar a las personas como negocio (porque admitámoslo: mientras se siga ganando dinero a sus costillas, llámalo esclavitud o programa, pero es un negocio), más enorme decepción me he llevado, ahora el espectáculo humano es llevado a domicilio en la modalidad que mejor se adapte a tu grado de morbo. Podemos encontrar de todo, desde peleas callejeras hasta, ahora con esto, incapacitados subiendo un cerro a como dé lugar. Como ya lo dije una vez, en México todo es posible (úsese la frase para simbolizar lo malo, ya que las oportunidades y buenos deseos migraron al país del norte hace tiempo, luego huyeron de ahí también con destino desconocido).
Quiero aclarar que no asegure que estas personas no sean capaces de hacer lo que uno (se ha visto en muchas ocasiones que la suplencia de algo fortalece las demás partes... y esto se ve claramente en los juegos paralímpicos, en los que México se lleva gran parte de las medallas). Mi punto es la crueldad con que Televisa se maneja para ganar dinero y la intransigencia con que lo logra, porque, sinceramente, he llegado a pensar que los únicos mexicanos que logran grandes cosas son aquellos que carecen de algo, pues son los que más valoran la vida (y no se han entregado a los vicios populares de nuestra bicentenaria tierra)
Ya que no puedo hacer algo para evitarlo (lo mejor es simplemente pararme y desconectar el aparato de mi hogar, así al menos mi familia estará a salvo), no me queda más que aguardar por la próxima gran idea para denigrar personas y vender aún más.
Sin más de que quejarme por el momento, nos leemos en otra ocasión.


Tiempo de versos II

Para recuperar la entrada perdida, compartiré a la vez otro poema, escrito también el día de hoy. Este habla del orgullo del escritor, algo más dañino que una bondad, ya que traversa lo que éste desea con lo que hace, haciéndolo ver a sus obras cual hijos, olvidándose de la tan necesaria humildad que le dará la capacidad de aceptar críticas y de encontrar la anhelada perfección mediante el esfuerzo. Es un tributo al "ya sé mucho", o el "tú no sabes nada" (sip, estoy frustrado tratando de hacer entender a algunos sus errores, aunque creo ya aprendí la lección: ignorar). Tengo fe en que será de su agrado.
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Papeles, Tinta y Sangre

En la bruma de una fantasía
yace el desprecio de la comprensión,
yace un grito en gran afonía,
espera inerte una última ilusión.
Espera un deseo en una candela,
espera al día, espera la vena
creativa que le ha de dar alma,
creativa que se siente ajena.
Nada en el tiempo, nada en la calma
de la sorpresa de un porvenir;
somos un sueño, bajo una vil talma,
un simple retrato del devenir.
Calla, aguarda sin más bonanza,
que el mundo no conoce de sentimiento;
no espera sino, eterna, una venganza,
un reflejo de aquel sufrimiento.
Entre papeles, tinta y sangre...

Tiempo de versos

Bien, hoy luego de mucho pensarlo (y de estar desarrollando una idea para una entrada que subiré en otra ocasión), he decidido compartir con ustedes un par de poemas. Lo he subido ya a una web, y aunque siento que estoy repitiendo información, por el momento no dispongo de más tiempo para hacer algo diferente (la escuela me está absorbiendo de momento... de hecho ayer no hubo entrada por la entrega de un estúpido proyecto. Una disculpa por ello). Este poema fue escrito hoy en un momento desestresante, y aunque no está revisado ni tiene la calidad de uno de Baudelaire... creo yo que tiene algo interesante. Habla sobre el leer, los sentimientos de una persona al adentrarse en un sitio desconocido creado por alguien más (sí, es lo que hice en un post pasado, lo sé, pero ahora es más "artístico").
Sin más se los dejo, esperando que sean de su agrado. Espero sus comentarios.
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En Mundos Ajenos

Erase un punto en un mar blanco,
erase entonces una canción;
erase luego el impulso del sueño,
erase al instante una adicción.
Un planeta en una partícula,
Una historia, un amor de película...
Erase, entre olas de azul fuego,
Mentiras piadosas, un necio arpón
que buscaba acabar con los ciegos
que no lograban ver su creación.
Una vez un mundo ajeno encontré,
una vertiente de fastidiosa miel;
un instante con el rey, un vano tuerto,
me hizo marcharme del reino aquel.
Esperando un poco de sentido...
En un cuento estaba, y en uno acabe,
simples quimeras, castillos de cartón
donde los ciegos alaban a un rey

un ojo no mira, el otro es bufón.

¡Inicio de Nostalgia!

Hoy, que es una fecha especial, he decidido dar comienzo a la publicación de Aries en el blog. Tengo previsto publicar un capítulo semanal, los viernes precisamente, con el fin de no aburrir y que se guarde un poco de expectativa. ¡Espero sus comentarios!
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I: El Paraíso Se Terminó
—¡Despierta! ¡Tú, flojo, arriba de una vez! —escuchaba detrás de la puerta, una y otra vez. Seguramente llegaría tarde de nuevo. No le importaba, el tiempo estaba medido a la perfección. Después de todo, 2 años seguidos ya lo habían hecho un maestro de las prisas.
Luego de vestirse adecuadamente: pantalón de vestir oscuro, camisa de manga larga gris, y suéter de lana en tono ocre, procedió a acicalarse. Su cabello despeinado completamente, descansando los mechones más largos en su frente, formando un curioso copete que encubría levemente su ojo izquierdo. Una vez listo, salió de su alcoba, silbando plácidamente por el corredor.
Su madre se encontraba en la cocina, y el desayuno estaba ricamente servido. En ese momento cambio su pausado ritmo, acelerándose al extremo. Zampó el alimento con la acostumbrada agilidad, para tomar sus útiles cual bólido y cerrar la puerta principal de golpe, no sin antes decir — ¡Ya me fui, mamá! —, que era el ritual diario. Ella lo miró de reojo, sin descuidar la lectura de un pequeño librillo de pastas rosadas, como es costumbre y habilidad de toda madre. No hizo más que suspirar, y pensar en lo contradictorio que podía ser su hijo.
En el largo camino, pensaba en mil cosas menos en lo que debiera. Las calles de su ciudad natal, Din, eran una invitación a distraerse: lindas casas de todos los colores del espectro y las formas posibles, alineadas perfectamente en cuadrillas divididas por bellos caminos empedrados. Una que otra chimenea sobresalía en los tejados, soltando su evanescente humo al viento con lentitud, indicando que en ese hogar se preparaba un delicioso desayuno. Los transeúntes caminaban a sus sitios de trabajo o a sus deberes con felicidad, saludando a sus conocidos con un formalismo encantador. Era un espectáculo ver la ciudad en aquellos días.
Falcon dejó de observar esos detalles debido a la rutina diaria. Cruzando una esquina, con su sosiego particular alcanzó a ver entre los pasantes una cara conocida. Lo miró con indiferencia a sabiendas de que siempre se cruzaban en esa esquina. Se mofó de la enorme mochila que cargaba a duras penas, y continuaron su tranquilo camino, juntos.
—Veo que no has perdido la costumbre de llegar tarde, Wingen —le dijo a su amigo, que masticaba lentamente un trozo de pan, apenas venía desayunando.
—¡Mira quién habla! El que cuando empezó el año, juró que iba a cambiar —le recriminó Wingen, de apellido Garland. Era un joven de lo más común: cabello corto y oscuro (a la última moda, esa era la regla), ropas flamantes, y esa sonrisa cautivadora que decía a grandes voces ¡Soy todo un galán! Afortunadamente, él no era de esa actitud salvo contadas ocasiones. Tendía más al tipo relajado, que esperaba que el mundo se arreglara solo.
—Vamos Falcon, al menos cumple lo de salir con…
—¡Ni lo pienses! —gritó Falcon, ante la mirada estupefacta de unos transeúntes –jamás podré ni dirigirle la palabra.
—Eres un cobarde, deberías aprender del maestro —Wingen presumía cada que veía la oportunidad.
—Mejor tú deberías de ver la hora —Falcon notó la apertura de las primeras tiendas, era obvio que se habían extralimitado con su tranquilidad.
—¡Corre! ¡No nos van a dejan entrar! —gritó Wingen mientras tomaba impulso.
No tardaron diez minutos en llegar, un par antes de que se cerrara la puerta principal. Ya dentro, recobraron la calma, quedándose mirando la explanada central del instituto donde estudiaban. Era una enorme e imponente plaza, donde se daban cita los seis edificios que conformaban el complejo, enormes como gigantes, pero de un feo color beige que los hacía ver afeminados.
Pero no eran los edificios lo que Falcon miraba. A unos cuantos metros, charlando con un par de desconocidos, se encontraba el motivo de sus desvelos. La linda Marian Von Perr, hija del afamado Johannes Von Perr (dueño de la más grande compañía de la ciudad) y, posiblemente, la última de las chicas recatadas de la época. Tan solo con verla, Falcon entraba en un estado vegetativo. Wingen lo sabía, y no aguantaba el momento de soltar la guasa por ello.
—Haber, ¿Te enseño a cerrar la boca? Te van a entrar moscas.
—… ¿Dijiste algo?
—Nada, que el día está precioso.
—No tienes idea…
— ¿Sabes, Falcon? Eres un idiota.
—Lo sé, Wingen, lo sé…
Antes de sentirse ridículo, Wingen lo sacó de su letargo a empujones, subiéndolo por las escaleras a la fuerza hasta el primer salón del día. Éste se encontraba desierto, para su confusión. Lanzaron sus cosas desde la puerta hasta sus lugares preferidos, para salir al balcón.
No tardó en unírseles otro chico, que se posó al lado de Wingen sin hacer ruido alguno. Era su sigilosa manera de ser, y ya podían sentir su presencia sin mirarlo. Su nombre era Riddick Kyosube. Rostro caucásico, con una mirada clara, ensombrecida por una peculiar y perpetua tristeza. Sus rubios cabellos estaban la mayor parte del tiempo en descontrol, peinados “a su manera”. No tenía un porqué exacto para su condición, a excepción de su amor platónico. Era posiblemente el único que comprendía a Falcon en su incapacidad para hablarle a la mujer de sus sueños. Para impedir ponerse sentimentales, se evitaba el tema en todo lo posible.
—Hola, Riddick ¿cómo has estado? —le preguntó Falcon.
—De ayer a hoy, igual —sonaba agraviante, pero era su manera de dirigirse al mundo, por lo que no se injurió a nadie.
—El mundo es tan divertido cuando Riddick está entre nosotros —Wingen era un sarcasmo errante, otra de sus multifacéticas particularidades.
Así, poco a poco se fue poblando el salón de clases, a sabiendas de que los “queridos” profesores acostumbraban llegar tarde a sus labores, luego de una taza de café y un pan azucarado en la cafetería, para sobrellevar las desveladas diarias. No muchos tomaban en cuenta al trío que miraba por el balcón, y aquellos que lo hacían, no pasaban de saludarlos de lejos. No había un motivo en específico, era así la manera de ser de los jóvenes.
Sin embargo, todavía faltaba un miembro del grupo de Falcon. Llegó al último, todavía con el labio superior manchado de chocolate caliente, y migajas de pan por toda su ropa. ¿Está de más decir lo que Wingen pensó?
—Ya lo sé, otra vez me quedé dormido.
—Eso no es lo que me sorprende, lo que me llama la atención es que te atrevieras a que Pauline te viera así… —Wingen, nunca perdía el tiempo para poner de cabeza a éste, el más nervioso de todos.
— ¡¿Cómo?! —su ya pálida mirada, se puso blanca al límite. Así era Paul Quizthal, el típico prospecto a galán, que contrario a Wingen, no perdía oportunidad de hacer uso de sus encantos, lo cual eran escasamente solicitados en aquel entonces, ¿Por qué? No había un motivo claro para él. Tenía automóvil propio, guapo, rubio, de dentadura perfecta. A pesar de ello, la fórmula del Casanova le seguía huyendo. Era el demonio personal de Wingen tentándolo a hacer tonterías todo el tiempo.
—No le creas a Wingen, Pauline no tiene clase en este edificio —Riddick le dijo.
—Uff, ya me había espantado… ¿Me acompañan a limpiarme?
—Claro, no creo que llegue el profesor todavía —pensó Falcon en voz alta.
Bajó el cuarteto por las escaleras, como era su costumbre, en una formación de dos en dos, caminando como si fuesen los dueños del lugar. No eran presumidos, pero era una manera de divertirse a costa de las miradas curiosas, y la forma de enamorar de Paul.
Ya con su galán amigo limpio, corrieron tras el profesor, que ya subía la escalinata rumbo al salón. En un santiamén, ya todo el grupo estaba en su lugar, incluidos Falcon y compañía. En su alejada esquina sureste del salón podían charlar sin interrupciones del profesorado.
—Buen día jóvenes, comienza el pase de lista —dijo secamente el profesor, antes de comenzar la fatigante rutina – Ambarade, Angel.
—Presente, profesor —se puso de pie la bella Angel, dirigiendo una coqueta sonrisa al profesor, que le respondió con otra, un tanto nervioso por la actitud de su alumna. Rubia platinada, y de un cuerpo hermoso, era conocedora del impacto que causaba.
—Me contaron que anda estrenando novio —dijo Paul en voz baja a Wingen.
—A mi me dijeron que anda estrenando auto, el novio es un accesorio —le respondió este, dejando clara la actitud materialista de la joven. Y lo era, ambiciosa de familia, y con la hueca meta de casarse con un millonario algún día, y abandonar los pesados estudios.
—Silencio, jóvenes. August, Caesar.
—Presente —se escuchó una voz hasta el final del salón. Era un joven alto, moreno, e imponente. No tenía mucho cerebro, pero cuando Caesar se lo proponía, era un autentico dolor de cabeza. Para tormento de Falcon, a él le había gustado su cabello, y desde entonces lo usaba de esa manera. Odioso como pocos, era lógico que estuviera a la cima de la cadena de popularidad escolar, siendo uno de los más cotizados jóvenes, lo cual no agradaba a Paul en lo mínimo.
—Tu clon negro, Falcon —se burló Wingen con un codazo.
Éste no respondió nada, pues la mirada del profesor los fulminaba de cerca. Al no escuchar más ruido, prosiguió.
—Dupree, Chaos.
— ¡Acá estoy! —gritó asustado el susodicho. Era todavía más alto que Caesar, y posiblemente más torpe, pero de un buen corazón. Chaos era el vivo ejemplo de aquellos que anhelan una vida mejor de la que sus padres les pueden ofrecer, pero que no se quejan por lo que tienen. A pesar de ello, era frustrante ver sus desplantes de ambición. Tenía un enorme recelo hacia los que fueron sus amigos una vez, y que lo dejaron por razones poco claras.
— ¿Por qué ya no hablan a su mejor amigo? —le preguntó el chico de enfrente a Falcon, con un enorme dejo de sarcasmo.
—Supongo que no hace falta, Joist, cada uno tiene sus amigos ya —respondió éste, perturbado.
—Evest, Joyst —prosiguió el profesor.
— ¡Presente! —dijo éste chico.
—Ferrance, Shrepp.
—Acá —una mano levantada, pero nadie a la vista.
—Garland, Guztaf.
— ¡Ya le dije que me llamo Wingen! —se levantó desde su lugar, molesto.
—El nombre en la lista es Guztav, y no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo— le respondió el profesor, con la indiferencia de un simple asalariado.
—Pues como quiera ¡Pero mi nombre es Wingen!
Había una vieja historia sobre el repentino cambio en el nombre del joven Garland, pero es algo que decidió dejarse en el pasado, y que, a excepción de los asuntos formales, se dio como un cambio de persona, por completo.
—Icxen, Vivas.
— ¡Presente, profe! —el típico chico relajado, que ni esfuerzo hacía por levantarse. Gran amigo de Falcon y compañía, Vivas era el típico ejemplo de la vida fácil que otorga el dinero, gastando a manos llenas en fiestas y desenfreno. Su cabello oscuro y corto era, sin lugar a dudas, el más sofisticado de todo el instituto. Sin contar sus ropas de diseñador, su auto ultramoderno, y su rostro de galán irresistible. El joven Ixcen fue por mucho tiempo el ejemplo a seguir de Paul.
—Kyosube, Riddick.
—Presente…
— ¡Cuánto ánimo! —se escuchó la voz entre los jóvenes, sin saber quien fue el responsable.
—Maratha, Mayrle.
— ¡Por acá! —levantó la mano una joven en la esquina.
—Nyhil, Orestes.
—Presente —se escuchó una tímida voz al final de una fila. Orestes era el joven infaltable en todo grupo: aquel que jamás habla y siempre sigue la corriente a fin de no exponer su forma de pensar. Su cabello cubría la mayor parte del tiempo su rostro, un enorme símbolo del complejo de inferioridad que siempre tuvo.
—Piadoiy, Shadow.
— ¡¡¡Presente!!! —gritó a vivas voces Shadow, ante el desconcierto del grupo entero. La única heredera de la familia Piadoiy, que si bien no gozaba de una extrema riqueza, gozaban de una finez de alta sociedad. Comúnmente usaba accesorios étnicos en su arreglo personal, consecuencia de que la llamaran "belleza exótica". Tenía también la loca idea de usar el cabello corto para imponer una moda.
—Quizthal, Paul.
—Aquí.
—Reddo, Ferret.
—Qué curioso, Ferret no ha venido en días… —se escuchó gritar a Lizzie, para ser notada.
—Silverseeth, Falcon.
—Presente —dijo él, levantándose asustado. Como usualmente, lo tomaron distraído.
—Sonctum, Araly.
—Presente, señor —dijo una dulce voz, no quedo ni fuerte, el tono exacto para ser notada. Ese etéreo ser de melena dorada y figura agradable a la vista fue conocida por todos, pero tocada por nadie. Su familia la tenía la mayor parte del tiempo obligada a estudiar, lo que la forjó inteligente, ordenada, e innegablemente irresistible.
En ese momento, se escuchó un enorme suspiro, proveniente de la esquina del grupo de Falcon. Todos conocían al responsable, excepto la delicada rubia, que ni al perturbador sonido puso atención. Un joven pequeño y moreno estaba a punto de hablar, cuando fue pronunciado su nombre en la asistencia.
—Spine, Albert.
— ¡Yo, presente! —gritó, para luego proseguir con lo que tenía planeado decir desde un principio —Oye, Riddick, ¿No puedes gemir más quedito? Se escuchó hasta el primer piso —él no respondió nada, presa de la timidez. Ese era Albert, uno de los más antiguos conocidos de Falcon. De piel morena, rasgos finos, y largo cabello (a pesar de que en el instituto se prohibía), optó por pintarse el cabello del mismo tono de Falcon, tal como Caesar, en parte porque le gustaba, en parte porque creía que era una especie de amuleto. Para contrarrestar la vergüenza, insistía en que había sido Falcon quien lo copió. A pesar de su tendencia a traicionar hasta a sus padres, era una persona incondicional por el tiempo que durara, además de que era todo un genio con los números.
—Déjalo en paz, Albert, nunca ha podido lidiar con eso —entró Falcon en su defensa.
—Bien, solo quería prevenirlo.
—Falcon, Albert, hagan el favor de callarse —prosiguió el profesor —. Villard, Lizzie.
—Presente, querido profesor —nunca faltaba la clásica lambiscona, que no perdía oportunidad de “agradar”, si esa era su definición del concepto. Extremadamente común (cabello castaño y largo, delgada, ojos y cara lindos pero sin destacar), Lizzie muchas veces caía en el ridículo con tal de sobresalir. Fuera de esa obsesión física, era sagaz con lo que le interesaba, insistente como pocos, y una líder nata.
—Zöcoyotl, Maytl.
—Presente.
—Bien, a excepción de Ferret, todos estamos presentes, podemos comenzar la clase…
El tedio fue enorme, pero pudieron salir con vida de la horrible clase. Para el receso, Falcon tenía una especie de resaca mental, y una jaqueca tremenda ¿El motivo? Tener que escuchar a sus amigos, al profesor, y todavía hacer un par de tareas que no había realizado el día anterior.
Lo mejor del día, eran los veinte minutos entre clases. Era el momento en que se enfrentaban los dos grados. Ya Paul, Wingen, Riddick, Albert, Falcon, y Vivas los esperaban en la explanada, cuando apareció el otro equipo, con Allan Carter al frente.
El mejor amigo de Albert, tenía la tez de su mismo color, y solía sujetar su cabello con una mascada roja, para no tener la molestia de lidiar con los largos mechones que se había dejado desde un año atrás y para denotar que era el capitán de su equipo. Egocéntrico como pocos, posiblemente le cayera mal hasta al espejo de su casa.
— ¿Listos para otra derrota? —llegó con su habitual saludo.
— ¿De ustedes? Cuando gusten —Albert era el más hábil cuando se trataba de insultos, y el único que solía contestar a su engreído amigo.
El partido dio comienzo, mientras se comenzaba a reunir la concurrencia, en su mayoría, mocerío que solo buscaba algo que ver mientras comían. Aunque jugando, Falcon buscaba con la mirada a aquella hermosa muchacha para tener la inspiración necesaria, y porque no, la esperanza de que algún día lo viera.
Y así pasó ese día. Transitó cerca, acompañada de un sujeto que ya todos conocían. Su nombre era Josh Jyugge, y su único mérito fue haber sido la afortunada pareja de la señorita Von Perr. Obviamente era considerado repugnante por ello, pues la sonrisa que les dirigía cuando pasaba no era precisamente para animar al equipo.
— ¡Paul! ¡Ven aquí inmediatamente! —una voz chillona sacó de concentración a ambos equipos, hasta que el mencionado salía de la explanada, a reunirse con el insoportable cuarteto de chicas. Las típicas “estrellitas” de la escuela. En este caso eran Shadow, Araly y Angel, con Lizzie a la cabeza.
— ¿Qué es lo que quieren? —les preguntó de mala gana, pues se moría de ganas por volver.
—Mira Paul, supimos de buena fuente que andas de nuevo tras Pauline, y queremos que lo confirmes tú mismo —le dijo Shadow, mientras recogía su cabello del viento.
—No tengo porque decirles eso.
—Yo creo que sí, Paulito, porque verás, tú me interesas… —Lizzie nunca tuvo fama de saber esperar, era la líder del grupo, y una persona que rara vez se quedó con un antojo. En aquella ocasión, el rubio era su tentación.
—Y yo creo que no… —dijo él, antes de salir corriendo con sus amigos.
— ¡Vuelve acá! ¡Paul! ¡No corras! —gritó Angel, la menos adaptada al grupo, pero que hacía hasta lo imposible por agradarles.
—Ni lo intenten, es obvio que le dio vergüenza —Araly era la cabeza razonable del equipo.
El resto del día fue tranquilo, feliz. Como eran aquellos días de juventud cuando las preocupaciones no existen, las oportunidades se viven a diario y se disfrutan como ningún otro placer. Así era la vida para Falcon, un disfrute cotidiano que compartía con todos aquellos que se prestaban a ello, y que pensaba que jamás lo olvidarían por ello.
Sin embargo, hasta el paraíso tiene fecha de caducidad. La vorágine de felicidad se vio concluida, y cada quien tuvo que encarar su destino. Los días se convirtieron en meses, y las oportunidades en retos que terminaron por romper los tiernos lazos que la juventud formó. ¿Amistad? ¿Amor? Todo termina en el baúl de los recuerdos.
Falcon se encontraba ahora en su casa, soñando como siempre con aquellos días, huyendo de la burda realidad que llamaban vida los demás. La promesa de concluir sus estudios en un instituto de élite; el abanico de posibilidades del que todos le hablaban le parecían burlas, maneras de decirle que el paraíso se terminó, que su cuerpo envejecía y que pronto el hastío sería su nuevo modo de vida, como el de todos los adultos que conocía, incluida su madre.
Porque hablar de su padre era un golpe en el hígado. El señor Silverseeth se había marchado de su vida desde pequeño, sirviendo en las innumerables guerras que dieron forma a su nación. Era un orgullo para su patria, pero una profunda decepción para Falcon, que bien sabía que, poco antes de enlistarse, había renegado de su propia sangre. ¿Quién era él para juzgarlo? Ya estaría en la gloria de los dioses, mirándolo con su ojo acusador, y lanzándole maldiciones por su comportamiento. Era problema suyo.
La vida era una molestia, y la muerte no era una opción. Para el joven Silverseeth, el camino a recorrer era comportarse como una máquina, obedecer y esconderse. Ganarse el derecho a vivir en la negación.
Así, tal vez, un día moriría con el recuerdo en la mente y viviría eternamente en él.

La carta en el espejo

Hoy les tengo una historia corta, tanto como el tiempo que la escuela me ha dado hoy. Se trata de un pequeño escrito que escribí para una página de fics a modo de introducción. Puede no ser muy buena ni lo más original del mundo, aunada a que le falta un chequeo minucioso de ortografía... ¿Pero qué se puede hacer cuando la escuela decide no dar tiempo?
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Te has marchado, no deja de mencionármelo la frialdad del aire, haciendo coros con la tenue oscuridad de mi alma. No he parado de llorar, por lo que mis ojos son dos cuencas oscuras de lamento, de infinita tristeza, de fingida resignación.
Dejaste una nota en el espejo de nuestra recamara ¡Juraste que nunca lo harías sola! No llevaste ni siquiera aquel vestido que tanto te gustaba, tampoco el perfume del que enamoraste en las vacaciones pasadas, ni siquiera la llave de la casa. Tal vez ya sabías que no ibas a volver, pues dejaste al pequeño a cargo de la vecina. Siempre fuiste muy inteligente y precavida, virtudes que me hacían amarte aún más.
De jóvenes, antes de cruzar nuestros caminos definitivamente, habíamos dicho jugando que nos escaparíamos de la realidad, dejando atrás a todos, para vivir solos, y sólo para el otro ¿Lo recuerdas? Lo juramos mutuamente ante Dios: nada nos separaría, ni siquiera la rendición de ésta batalla que encarnamos, al no obedecer los designios necios de nuestros progenitores.
La vida nos llevó a olvidarlo, al ver que fuimos reunidos por el destino, para volver a realizar ese juramento, ante un altar. Encarnamos tan grande amor, en ese fino retrato de ambos, que no se parece a ninguno, pero que era nuestro nuevo motivo de vida ¿Acaso ya no lo amabas? Él no ha dejado de preguntar por ti, y ya se me están acabando las excusas, aunque sé que tarde o temprano sabrá la verdad.
No voy a quedarme sin cumplir mi juramento, en vista de que tú lo has hecho ya. Heme aquí, escribiendo ésta nota para quién no está, con una copa de licor barato en la siniestra. Al terminarla, habrá de ser el inicio de la travesía.
He hecho lo mismo que, cobardemente, hiciste. El niño está con la vecina, pasará un largo tiempo con ella. La puerta estará cerrada, hasta que, posiblemente, los padres de alguno de nosotros la habrá. También te he dejado una carta, idéntica a la tuya: llena de nostalgia, cinismo, y derrota, igualmente colgada en el espejo. No he de regresar tampoco, como tú, me entregaré a mis deseos más viles, perdiéndome entre las mieles de un espejismo vano, para acabar naufragando en las vastas corrientes del lago Estigio.
Ah… la sensación del cristal curtiendo la carne, es tan excitante ver mi propia sangre, desperdigada en la alfombra que tantas veces fue testigo de nuestros bajos instintos. El dolor tan placentero ¿Te gustó a ti?
Cerrando los ojos, me entrego a los mismos fríos brazos que te recibieron. He de encontrarte, así estés en compañía del mismo Belcebú…
Con cariño, tu amado esposo
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Espero que haya sido de su agrado, saludos.

La "libertad" de expresión

Andando de curioso por un diario un tanto amarillista de la web, tuve la suerte de encontrarme con una noticia, algo que no tuvo mucho ruido, pero que en lo personal considero algo digno de discusión. Bueno, primeramente veamos los hechos: En Chile (un país del que no se escucha mucho, me imagino que ha de ser aburrido), un joven llamado Richard Emilio Chavez León (Veo que tienen mucha capacidad para aceptar los nombres extranjeros... y combinarlos con nacionales), miembro del voluntariado Kúrame (algo promovido por EsSalud... no me pregunten, son datos triviales que menciono nada más porque sí), tuvo los suficientes pantalones para estar en frente del presidente de su país (Alan García) y decirle al rostro lo que pensaba de él (un sincero y simple "corrupto", algo que muchos quisieramos tener el privilegio de decir). La noticia no habría pasado a mayores, sino hubiera sido porque el honorable mandatario, luego de recibir semejante cumplido, le dio una sonora bofetada al joven, y, según versiones extra oficiales, luego los miembros de seguridad lo golpearon en el piso (esta es la versión de un testigo). No está de más decir que los presentes se pudieron inmediatamente del lado del joven, acusando a vivas voces de abusivo al presidente, porque, hasta donde comprendí la forma de escribir de los chilenos, se lo querían llevar acusado de difamación o algo parecido.
La vida para el valiente Richard cambió completamente luego de este acto de valentía, pues fue expulsado del grupo que pertenecía y obligado a pedir disculpas una y otra vez por lo ocurrido. Lo peor fue que el titular del poder judicial, Javier Villa Stein, ahora alega que se presente una querella en su contra, sabrá Dios con qué intenciones, pero dudo que sean tan tiernas como un jalón de orejas. Seguramente la noticia pasará pronto, y no quedará ni el recuerdo para muchos, pero no me imagino lo que esté pasando en la vida de este ilustre personaje que se pasó de "sincero".
Bien, esta noticia llamó mi atención más que nada por aquello de la libertad de expresión, algo que está cada día más maquillado y que, sinceramente, ya no sé bien en qué consiste en realidad. Yo supongo que Richard tuvo un motivo para decir eso al presidente (no se suele decir enano a alguien de más de dos metros, si entiendes lo que digo), y aunque tenía todo el derecho de ofenderse, llorar amargamente y publicar mensajes de odio en facebook, Alan García debía recordar qué es lo que lo tiene en el puesto que hoy desempeña (y del que debe sacar mucho dinero): la gente. Esas personas que lo eligieron gobernante y que pusieron su fe ciega en él, esperando un resultado lo menos nefasto posible (porque hablar de buenos políticos es como pedirle peras al olmo... se aplica la ley del "menos peor"), para obtener a cambio un sujeto intransigente que no es capaz de contenerse ante la mínima opinión pública. Si eso le hizo a un simple joven, cuya opinión no pasaría de la situación, no he de imaginarme lo que haría si un diario publicara una nota difamatoria sobre él.
La expresión libre como tal, existe cada vez menos. Podemos encontrarnos con ejemplos desde la infancia (el profesor que se niega a entender que simplemente no le entiendes) hasta la senectud (al que no le creen porque ya "chochea"). Todos tenemos algo importante que decir, algo que puede cambiar al mundo o simplemente divertirnos, algo para sentir, algo para saber que estamos vivos y que hay otros seres vivos a nuestro alrededor, con pensamientos e ideas distintas a las nuestras, en las que encontraremos tantas cosas (iba a decir buenas, pero hay de todo en este mundo). Nos encontramos en una nueva era, donde a pesar de los grandes avances en comunicación, cada vez podemos expresarnos menos (no hablo de contar al universo tu estado de ánimo en alguna red social, sino de algo que de verdad sea importante, aquello que te pueda meter en problemas, pero que deba ser sabido). Después de todo, nos honramos de historias sobre héroes desinteresados que lucharon a brazo partido por lograr la libertad, una libertad que se está atando a sí misma, y que terminará envuelta para regalo de unos cuantos.
Me encuentro sumamente indignado con lo ocurrido en Chile, y de verdad espero que el panorama se vislumbre optimista para Richard. En cuanto al presidente "princesa", espero que algún día recuerde que también es una persona, pero sobretodo, que puedes ofender a alguien con una mentira, pero lo pondrás furioso si le dices la verdad.
Por hoy es todo, nos leeremos en otra ocasión.

Introducción a un sueño

Simplemente me es difícil centrarme en un objetivo. No sé porqué. Tal vez algo dentro de mí tiene un poco de déficit de atención (Dios me libre) o más normal: soy perezoso. El caso es que tengo severos problemas para serle fiel a una idea el suficiente tiempo como para verla concluida. Lo hago, pero no en el tiempo debido o siguiente un lineamiento continuo. Hay un argumento que alimenta mi conformismo barato: no soy el único, habemos miles de personas con más tareas que sentarnos a escribir, a algunos incluso se nos complica encontrar unos cuantos minutos para darle continuidad a ese escrito que ruega en silencio por un final... son tantas las cosas como los pretextos, pero muy pocas salidas.
Desde que comencé a coquetear con la escritura tuve en mente una historia. En un principio una típica historia de novato sobre un chico simple y sus simples aventuras, que fue pasando por varias reediciones hasta convertirse en mi proyecto más largo y ambicioso, aquel que no me da permiso de morir hasta verse concluido: Aries. Se trata de una extensa novela, mucho más elaborada, que narra (a grandes rasgos y sin echar a perder la historia) la vida de Falcon Silverseeth, un chico común y corriente, cuyo único rasgo sobresaliente es su necedad de querer lograr las cosas. ¿Suena común? Este resumen tan improvisado no cuenta absolutamente nada de la historia ni lo desea contar (eso será para otra ocasión). Aquí hablaré de la historia detrás de Aries, todo los cambios que ha pasado desde el 2003 (año en que nació la idea) hasta la actualidad (porque aún le queda mucho por delante).
La primera versión fue escrita en menos de un mes, en un pequeño encuadernado hecho a mano con hojas sueltas al que llamé llanamente "Destino". En ellas se contaban los primeros años de vida de Falcon (nombre que, por cierto, ha permanecido intacto a lo largo de los años), desde que despierta un día sin recuerdo alguno a la edad de cinco años, hasta los 16 que ha terminado su aventura en el Otro Reino (un sitio alterno a la tierra, congelado en la época de las grandes civilizaciones). Mi caligrafía de aquel entonces hace complicado el entender la trama, aunado al hecho de que alternaba los colores de pluma rojo y azul entre hoja y hoja. Utilizaba conversaciones de tipo guión y la redacción es mala, pero lo guardó celosamente más que nada por tratarse del primer escrito oficial que realicé. Como dato curioso, admito haber creado esta historia con el propósito de transportarla al ámbito de los videojuegos (más concretamente a lo que tenía al alcance en aquel tiempo: el RPG Maker), por lo que en esta primera versión es sumamente obvio el manejo de las aventuras como si se tratase de una guía más que de una historia. El "jefe final", como puedo llamarlo aquí, no era sino Falcon mismo, que no era capaz de controlar el poder obtenido en sus aventuras.
Luego de ver la imposibilidad de transportar la historia a un juego (una larga historia relacionada con los Radical Dreamers, un grupo desarrollador al que pertenecí hace mucho tiempo, y del que pienso hablar alguna vez), opté por hacerle un par de cambios y adaptarla a modo de novela. Así surgió la segunda versión, a la que llamé "Suerte Y Destino", debido a que esas dos fuerzas tienen una gran importancia en mi historia. Ahora no fue uno, sino tres pequeños libros los que hice, adaptando y alargando el argumento de la versión original para que tuviera más sustancia. Estos libros se distinguen de los demás porque son los únicos que tienen dibujos hechos por su servidor (unos buenos, otros malos... y la mayoría pésimos), y porque tenían una serie de frases de mi autoría en la parte superior de algunos capítulos. El final no era lo más impresionante que podía haber, y fue el detonante de lo que vino después. Esta vez el enemigo era alguien mucho más poderoso que Falcon, el ser que manejaba su vida desde las sombras: un sujeto conocido simplemente como "el amo del destino".
La tercera versión fue un alargamiento de la historia, haciendo pequeños cambios a los primeros tres libros para que admitieran esta extensión sin que se viera forzada. La cantidad de historias totales fueron ocho, y los temas variaban con cada una, aportando algo nuevo a una trama que comenzaba a verse compleja. Por ejemplo, un detalle que parecía no tener importancia en algún libro podía ser el motivo que detonara la historia de otro, o una charla sin motivo aparente, contenía información valiosa sobre eventos posteriores. Esto mostraba que, conforme yo crecía, iba tomándole gusto a las tramas complejas, y mi "vastago" estaba asimilando todo esto. Por fin la historia tenía un final decente. Ahora el enemigo a vencer era una leyenda antigua acerca de una línea de elegidos (muy clásico, ya sé), y su consecuente línea de enemigos que la equilibraban.
Pese a ello, duró unos meses para dejar de convencerme. El mundo que había creado era demasiado grande para desaprovecharlo en una simple leyendita urbana. Un par de historias finales eliminadas, un retoque a algunas otras, y estaba lista la historia para un cambio radical. Esta versión (la cuarta ya), se llamó "Apocalipsis", ya que comencé a jugar con mensajes de la biblia, y más concretamente, aquellos del libro de la revelación. Para hacer más sencilla la lectura, "comprimí" las historias en pequeñas trilogías contenidas en libros, los cuales tenían un nombre simple que definía al trío completo. Así, las doce historias se convirtieron en cuatro libros: Génesis, Revelación, Apocalipsis y Renacer. Por vez primera, Falcon perdía el protagonismo absoluto, dando paso a la vida de otros personajes, todo bajo una súbita idea que tuve: todos podemos hacer grandes cosas. Aquí el principal enemigo era el antiguo rey de Mesopotamia (sí, la civilización, también metí aspectos reales), que buscaba una manera de realizar un pacto para poder descansar en paz.
Sin embargo, y pese a que me agradó en sobremanera la historia como estaba, en el 2006 quise hacer algo más por mi historia. Dividida ahora en tres grandes segmentos llenos de aventuras, y bajo el nombre de "El Ciclo de la Existencia", la historia ahora nos mostraba un lado más oscuro de la vida. Las tres partes eran un simbolismo de la madurez, siendo la primera un mundo perfecto e infantil, la segunda un sitio lleno de retos donde las decisiones tenían un peso substancial, y la tercera mostraba un mundo decadente y lleno de tintes grises, algo nuevo en una historia que hasta entonces se había mantenido juvenil. Cabe destacar el hecho de que las dos primeras partes están constituidas principalmente por pedazos e ideas de todas las partes anteriores, con uno que otro detalle nuevo y algunos descartados, incluyendo también nuevos segmentos para aclarar algunas lagunas y otras para crear otras. La última parte era una historia completamente nueva que narraba la más grande aventura de Falcon: una afrenta contra las profecías divinas del fin del mundo, concluyendo con un viaje al mismo infierno en pos de enfrentarse en persona a los dioses que escribieron dichas revelaciones. Debo mencionar que esta versión es la más negativa de todas, pues, para dar un ejemplo, Falcon se suicida en una parte de la historia, cediendo el protagonismo a los demás.
Dos años duró esta pesimista historia, antes de que superara un periodo gris y decidiera darle a la historia el final que se merecía. Así nació en el 2008 "Sanctasanctorum", sexta versión de la historia, esta vez mucho mejor trabajada y aplicando los conocimientos adquiridos hasta entonces de redacción. Dividida en siete libros, la historia contaba los hechos a partir de lo que sería el tercer segmento de la versión pasada (solamente el lado "maduro", por así decirlo), agregando otras situaciones y una multitud de nuevos personajes que daban una nueva visión a la trama. Esta vez Falcon sobrevivía a su arranque de depresión, enfrentándose finalmente a los dioses y descubriendo el sanctasanctorum. Como dato curioso, esta versión ignoraba por completo los sucesos anteriores, tomándolos solamente como recuerdos en las partes donde eran necesarios.
Espero no haberlos cansado, pero hemos llegado al 2009, año en que la novela sufrió su último cambio definitivo. La lista de libros quedó en cinco, agregando uno con las historias eliminadas en la versión anterior. Ahora la lectura es menos pesada que en otras versiones (ahora sí tomaba en cuenta al lector) y Falcon pierde en gran parte el control de su historia, girando ahora en torno a todos los personajes que nacieron a su lado. Llena de reflexiones y pensamientos propios y ajenos, "Aries" (título final de la saga) es un relato que narra la vida antes de la vida, una historia previa a la que conocemos, donde la razón vaga entre lo que se ve y lo que se siente. Llena de sentimentalismo, es el fruto de mi juventud, la cual me encuentro por fin transcribiendo a la computadora y que espero en breve terminar.
Muy pronto publicaré aquí, en Lunae Clarum, un segmento de la historia a razón de introducción, escrito especialmente para dar a conocer mi mundo imaginario. Si les gustan las historias largas, reflexivas, llenas de detalles y con un toque de humor de todos colores, yo creo que Aries te agradará.
Sin más, y luego de tan larga entrada, me despido. Hasta otra.

Altruismo bicentenario en subasta

Ya sé que con el bicentenario todos nos hemos "puesto la camiseta", sentido muy patriotas y, aunque nos resistamos, sé que todos sentimos algo por este país minimamente bueno, aunque pudiera ser sólo el sentido de pertenencia. Personalmente, no puedo decir que me siento orgulloso de la cadena de derrotas continuas que es nuestra venerable historia, ni que los supuestos héroes que nos dieron la patria (que para qué nos hacemos, cada uno tuvo su muy particular interés en hacer esto... querían muchas cosas, pero no creo que regalar el fruto de su esfuerzo). Desde mi muy subjetivo punto de vista, esta celebración no consiste en recordar esos hechos tan irracionales (festejamos no el día en que se firmó la independencia, sino cuando se improvisó un movimiento armado sin mucho fundamento), sino en aprender a unirnos como país, para variar, y hacer algo con este buque en picada al que llamamos México y que unos cuantos se siguen repartiendo como si de un juego de turista se tratara.
No estoy tratando de desprestigiar al país ni mucho menos (las palabras sobran, ahí tenemos los actos en vivo a diario). Mi punto son las celebraciones que con tanto bombo y platillo se han venido avisando desde que comenzó este 2010: que si comerciales con las bellezas naturales, que un programa de televisión con todos los cantantes nacionales, que nuevas leyes, que el presidente manda cartas a cada casa para sentirnos "íntimos" con él (en mi opinión debería invertir ese dinero en otras cosas, pero a mí quién me hace caso...), que si una iniciativa para cambiar el país... espera, hemos llegado al punto crucial del asunto.
Entre los ya correteados comerciales del nacionalismo barato, fui atraído desde principios del año por unos en especial. Unos que parecían mostrar un lado rudo del patriotismo, mostrando personas y situaciones que de verdad actuaban como si les importara su nación, gritando al pueblo para que se les uniera y, juntos como los hermanos que somos, alterar el rumbo que llevamos directo al hoyo. Todo, pintado bajo un bonito emblema con el mensaje "Iniciativa México". Debo admitir que dejé salir un "Wow, por fin hacen algo diferente". Nada más alejado de la realidad.
Fue cuestión de tiempo para que la mentada iniciativa mostrada su verdadera cara, una que venimos viendo los mexicanos desde hace muchos años ya, y que cada vez las televisoras nos venden como novedoso: un reality show. Las grandes ideas de un montón de ingenuos fueron puestas a debate por un grupo de sujetos que en realidad poco han de saber de lo que les hablan, limitándose a ver las situaciones de extrema importancia que les plantean como simples concursantes para ofrecer al televidente en una macabra función de "elige a quién salvar". Esa tonta mecánica podría funcionar para niños mimados que juegan a ser cantantes, pero ¿Para debatir a cual problema de México ayudar? Según el otro día vi (eso de no tener qué hacer en domingo), sólo concursan para pasar a siguientes rondas aquellos que el público mediante llamadas decida, aunque no me explico cuantas rondas pasarán para que dejen de jugar con los sueños de esa gente puramente altruista.
Por una parte tenemos a una mujer (omitiré nombres porque no sé qué siento por estas personas... tal vez considero que están siendo usados) cuya iniciativa consiste en ayudar a conseguir empleo a pobladores con sordera de la comunidad Chican. Otra mujer busca fusionar varias instituciones para brindar apoyo psicológico a mujeres vía telefónica. Un hombre espera encontrar la manera de hacer contacto en Tapachula con niños y pandilleros con la idea de cambiar su rumbo de vida... en fin, son varias las historias, todas tiernas y llenas de buenas intenciones, pero manchadas por el comercialismo eterno de nuestro país, que, para no variar, ni en sus doscientos años, deja de aprovechar un negocio rentable.
Poco falta para que nos pongan dos enfermos terminales en la pantalla, con dos números para llamar y decidir a cual dar el tratamiento que salvará su vida... pues en donde compran hasta las piedras, cualquier cosa es digna de subasta.
Bueno, mientras hayan consumidores, habrá comercio. Nos leemos en otra.