jueves, 21 de octubre de 2010

La carta en el espejo

Hoy les tengo una historia corta, tanto como el tiempo que la escuela me ha dado hoy. Se trata de un pequeño escrito que escribí para una página de fics a modo de introducción. Puede no ser muy buena ni lo más original del mundo, aunada a que le falta un chequeo minucioso de ortografía... ¿Pero qué se puede hacer cuando la escuela decide no dar tiempo?
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Te has marchado, no deja de mencionármelo la frialdad del aire, haciendo coros con la tenue oscuridad de mi alma. No he parado de llorar, por lo que mis ojos son dos cuencas oscuras de lamento, de infinita tristeza, de fingida resignación.
Dejaste una nota en el espejo de nuestra recamara ¡Juraste que nunca lo harías sola! No llevaste ni siquiera aquel vestido que tanto te gustaba, tampoco el perfume del que enamoraste en las vacaciones pasadas, ni siquiera la llave de la casa. Tal vez ya sabías que no ibas a volver, pues dejaste al pequeño a cargo de la vecina. Siempre fuiste muy inteligente y precavida, virtudes que me hacían amarte aún más.
De jóvenes, antes de cruzar nuestros caminos definitivamente, habíamos dicho jugando que nos escaparíamos de la realidad, dejando atrás a todos, para vivir solos, y sólo para el otro ¿Lo recuerdas? Lo juramos mutuamente ante Dios: nada nos separaría, ni siquiera la rendición de ésta batalla que encarnamos, al no obedecer los designios necios de nuestros progenitores.
La vida nos llevó a olvidarlo, al ver que fuimos reunidos por el destino, para volver a realizar ese juramento, ante un altar. Encarnamos tan grande amor, en ese fino retrato de ambos, que no se parece a ninguno, pero que era nuestro nuevo motivo de vida ¿Acaso ya no lo amabas? Él no ha dejado de preguntar por ti, y ya se me están acabando las excusas, aunque sé que tarde o temprano sabrá la verdad.
No voy a quedarme sin cumplir mi juramento, en vista de que tú lo has hecho ya. Heme aquí, escribiendo ésta nota para quién no está, con una copa de licor barato en la siniestra. Al terminarla, habrá de ser el inicio de la travesía.
He hecho lo mismo que, cobardemente, hiciste. El niño está con la vecina, pasará un largo tiempo con ella. La puerta estará cerrada, hasta que, posiblemente, los padres de alguno de nosotros la habrá. También te he dejado una carta, idéntica a la tuya: llena de nostalgia, cinismo, y derrota, igualmente colgada en el espejo. No he de regresar tampoco, como tú, me entregaré a mis deseos más viles, perdiéndome entre las mieles de un espejismo vano, para acabar naufragando en las vastas corrientes del lago Estigio.
Ah… la sensación del cristal curtiendo la carne, es tan excitante ver mi propia sangre, desperdigada en la alfombra que tantas veces fue testigo de nuestros bajos instintos. El dolor tan placentero ¿Te gustó a ti?
Cerrando los ojos, me entrego a los mismos fríos brazos que te recibieron. He de encontrarte, así estés en compañía del mismo Belcebú…
Con cariño, tu amado esposo
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Espero que haya sido de su agrado, saludos.