Hola. Hoy, como ya se está haciendo costumbre, aquí traigo el capítulo semanal de Nostalgia. Espero que sea de su agrado, y que comiencen a comprender la historia (cualquier duda, aclaración o sugerencia será bien aceptada). Sin más, aquí lo tienen.
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V: Castillos En La Arena
El fango había entrado hasta en sus encías, pero no le importó. Se incorporó con calma, limpiándose lo poco que podía. No podía pensar en otra cosa que no fuesen las imágenes de su sueño. Los gritos, el caos, eran lo que nunca había visto como solución.
Estaba sumamente cansado, extrañamente. Más extraño fue notar la falta de sombra. Lo alivió el acto, pues demostraba que no había sido un sueño, del todo. Era estremecedor, una señal de “no hay marcha atrás”.
Sus pensamientos fueron arrancados de tajo por un fuerte golpe en la espalda. Un par de garras que lo derribaron en peso. Se levantó prontamente, teniendo de frente a un imponente cuadrúpedo de rasgos felinos y agilidad enorme. Eran muy comunes en aquella región, pero no por ello menos peligrosos. Ya se había topado con algunos en otras ocasiones, pero nunca tan cansado como hoy. Dependía su vida de que se defendiera de aquel feroz lobo.
No tardó mucho en ser derribado de nuevo por una embestida del animal, quedando de cara al fango. No se levantó. Las fuerzas le flaqueaban. En parte deseaba ser atacado y sucumbir antes de llevar a cabo su disparatado plan. Mientras esperaba la garra que lo atravesaría escuchó un fuerte estruendo, y un agonizante rugido.
Luchó por pararse, y lo consiguió no con poco esfuerzo. A su lado estaba la bestia, dando los últimos alaridos de una lastimera agonía con un humeante agujero en la yugular. Se limpió un poco el fango del rostro para encontrarse con aquel que le salvó la vida.
A unos cuantos metros, se encontraba un joven con una pequeña pistola de mano, que sonrió con un brillo amistoso. Su cabello era más largo de lo usual, llegando hasta su cintura, y era de un curioso azul resplandeciente, que en el sol parecía un espejo. Su vestimenta era cómoda. Pudo tratarse de un cazador si no hubiera sido por el más curioso de sus detalles: en su rostro colgaba un antifaz.
— ¿Quién demonios eres tú? ¿Un superhéroe? —le preguntó Falcon, entre molesto e intrigado.
—Soy un viejo conocido, pero no deseo revelar mi identidad —su tono de voz le pareció sumamente familiar, pero no lograba recordarlo, como muchas otras cosas.
—Gracias… siento mi reacción, pero no he tenido un buen día —contestó. Después de todo, había salvado su vida. Importaba un bledo quien era, tarde o temprano habría de seguir su camino.
—Entiendo, no hay problema, yo te conozco de hace mucho tiempo, y solo es un favor comparado con lo que hiciste por mí.
—Cómo quisiera recordar quién eres, pero simplemente no puedo… —ésta clase de situaciones solían hacer sentir a Falcon como a un tonto.
—No importa, si puedo ser de ayuda para algo más, tan solo dilo. Puedes confiar en mí, no creo que vuelvas a verme de todas maneras —aún con el antifaz puesto, se veía triste.
—Está bien, siéntate, voy a contarte un par de cosas algo extrañas…
Y así comenzó Falcon el relato de lo recién vivido, teniendo como prueba fehaciente su falta de proyección en la luz. Al principio, pensó que el desconocido estaría escéptico, pero extrañado lo escuchó de inicio a fin, sin objetar nada, como si se tratara de lo más normal del mundo. Cuando por fin concluyó, volteó a mirarlo fijamente, y le dijo con indiferencia.
—Construyes castillos en las nubes.
— ¿A qué te refieres?— preguntó Falcon, extrañado.
—Estás pensando en formar un sueño en la realidad que simplemente no se puede. Piénsalo por un momento: como un joven como tú, con tantos conflictos de personalidad e inexperto, podría llevar a cabo un plan de venganza, que por cierto me parece sumamente infantil.
— ¡No se trata de una venganza! —renegó Falcon —sino de recuperar todo aquello que alguna vez significó algo para mí, ¡quiero mi vida!
—Muchos la quisiéramos, pero no somos los que hemos de tomar la decisión de si la merecemos. Hay muchas fuerzas que afectan la vida, Falcon, y no podemos contra ellas.
— ¿En serio? Creo que no me conoces tan bien como piensas.
—Te conozco mejor de lo que crees, pero no he de ser yo el que evite que cumplas un sueño. Más algo si he de decirte, no vas a afectar en lo mínimo a los inocentes.
— ¡Tú que sabes de inocencia! Nadie en este mundo es inocente en realidad.
—No tiene caso hablar con alguien que vive de sentimientos intangibles. Veo que no has cambiado en nada, todavía estás aferrado a todo, hasta a tus errores.
— ¡Eres un estúpido! —fue lo último que atinó a decir, antes de lanzarse contra él, cual animal feroz.
Forcejearon por un momento sobre el suelo, dejando atrás la pequeña arma que salvara su vida. Durante todo el tiempo, Falcon dominó la situación, gritando insultos mientras golpeaba sin pensar. El otro sujeto se defendía, pero no hacía intento por atacar.
A la primera oportunidad, el joven esquivó un ataque, y se dio a la fuga sin decir más.
Cerca, Falcon encontró entre el fango la pistola. La tomó y comenzó a recorrerla con la vista, tratando de encontrar una pista de la identidad del dueño. Parecía irreal, no hecha en los alrededores, con una tecnología bastante avanzada para ser de tan compacto tamaño. Sin embargo, encontró algo que lo hizo pensar: sobre el gatillo del costado derecho se encontraban, finamente talladas, las siglas H.A.
Éste par de letras le trajo vagos recuerdos, sin forma alguna, que luchaban por salir a la superficie de una mente densa y oscura. Una jaqueca se asomó mientras se incorporaba para ver el horizonte. El sujeto tenía razón, se conocían de antes, y tal vez él lo conocía mejor de lo que pensaba.
No podía olvidar sus palabras, tan contrarias a lo que la Sombra le dijo. No podía vivir de un sueño pasado, ni crear un futuro a su gusto a costa de los demás. Deseaba tanto hacerlo, que estaba dispuesto a romper la regla. ¿Quién era él para hacer su voluntad? No lo sabía ciertamente, pero estaba seguro de que, con la ayuda adecuada, lo lograría. Y sabía perfectamente a quien podía acudir.
No había vuelto a pensar en ello, pero de no conseguía recordar detalles tan esenciales como un rostro. No tenía idea de cómo ocurrió, pero sus primeros recuerdos, los días de escuela, eran el motivo más dulce que tenía para luchar.
Fue entonces cuando pensó –sí, estoy forjando castillos en las nubes, pero en ellos voy a vivir eternamente, aunque no lo comprendan— una multitud de nombres le vinieron a la cabeza, figuras familiares que desearía olvidar.
Castillos o no, su mente era a final de cuentas, una nube.