Hoy mi mochila se rompió. Uno de sus costados perdió una parte de la cubierta, causando que se saliera el forro y dando un aspecto de tripas salidas. Es comprensible, está ya vieja. Aproximadamente cinco años a mi lado son más que suficiente para un objeto hecho de tela, que ya más parece trapo que mochila, pero que, viéndola ahí, tirada tristemente en el suelo, me hizo darme cuenta de una parte tonta de mi ser, y de todos los seres humanos: la necesidad de tener algo en que depositar la fe y la confianza, un objeto que nos dé seguridad.
Conozco a más de uno que porta una medallita de tal o cual santo, un rosario o un escapulario. De pequeños les enseñaron que ese objeto inanimado les protegerá dependiendo de su función, hace poco me enteré que hay santos de todos sabores para toda ocasión, así que hay que asegurarse de no pedirle seguridad al santo de la salud... dudo que te haga caso. Es muy respetable y hasta cierto grado bueno, ya que, confiados en lo que portan, salen a la calle sin temor alguno, y como dicta la ley de la atracción, obtendrás lo que esperas (o puede ser que sí funcione su amuleto, esa ya es falta mía de fe y un gran tema aparte), ya sea el amor de tu vida, suerte para los juegos de azar, o la fortuna de no encontrarte con un delincuente (de esos que casi no hay en nuestras ciudades) y que te despoje de lo que traigas puesto, incluyendo tu artículo de buena suerte. En contra de todo pronóstico y de la misma lógica, funciona, no me preguntes cómo, porque eso ya sería hablar de corrientes filosóficas muy altas, esas a las que sólo se les puede alcanzar haciendo uso de ciertos "estimulantes"... cosa que no hago ni espero hacer.
Volviendo al tema, hay otros que no entran con la religión, sino que simplemente eligen un objeto y lo bautizan de un día para otro como mágico o de la suerte. Todos hemos visto (o sido) alguna vez un chico con su camiseta de la suerte o el lapiz especial para sacar puros dieces en los exámenes (o mínimo pasar, depende de la necesidad y el autoestima de cada uno). Estamos rodeados de ellos, creyendo vehementemente en que sólo eso será capaz de sacarnos de un imprevisto en esos tiempos de crisis en que ni rezar el rosario entero hará que se nos vaya lo salado. Di lo que quieras, pero te aseguro que por más escéptico que seas, guardas por ahí una camisa que te pones en ocasiones especiales (ajá, seguramente es porque resalta el color de tus ojos) o, en el peor de los casos, esa ropa interior que es capaz de atraer inevitablemente a las damas.
¿Por qué me dio por decir esto? La razón es que, para mí, esa mochila, fea y sucia (en su vida útil, solamente ha tenido dos baños) ha sido tal vez el amuleto que mejor me ha funcionado. Fue el refugio de mis primeros pininos en la literatura; me acompaño a lo largo de los cruentos años de bachillerato, e incluso fue mi único acompañante cuando vino el cambio de ciudad con el fin de proseguir los estudios. Incluso me ayudó en una ocasión a salvar el mundo de una morsa gigante con colmillos radiactivos, utilizando solamente dos mondadientes como arma y a Barney el dinosaurio homosexual como munición... pero esas son historias privadas entre mi fiel compañera y yo.
Cabe destacar el hecho de que sí he comprado otras, pero por algún motivo inexplicable siempre termino volviendo a ella. Sí, todo quien ve mi armario con dos o tres mochilas en buen estado, me pregunta que hago cargando mis útiles en un costal despintado. ¿Qué van a saber ellos? Cada quien encuentra su fortuna en algo... yo no digo nada del llavero de pokemón que les regaló su papá a los diez años y que todavía utilizan.
Este es un tributo a ti, mi herida y cada vez más fea mochila, sé que entre tu mugre y tus ya muchos remedos se encuentra esa suerte que me ha sacado de tantos apuros (eso me lleva a preguntar, ¿La suerte huele agrio o nada más en mi caso?). Un poco de hilo, una aguja, y estarás lista para continuar nuestro camino, a donde quiera que éste sea.
Un saludo, y nos leemos en otra ocasión.