miércoles, 3 de noviembre de 2010

Nostalgia Cap. 2

Antes que nada, debo una sincera disculpa por la larga ausencia de una semana del blog. Esto se debió a un ligero olvido de su servidor, que dejó la computadora en casa y no estuvo ahí en toda la semana, y debido a efectos del estrés y uno que otro pretexto, debo admitir que olvidé la contraseña para ingresar desde otro equipo, ¡Por lo que se ha declarado que Lunae Clarum solamente podrá ser escrito desde una computadora! (no tiene nada de especial, pero sí mucho de frustrante). Pero bueno, volviendo al tema que nos concierne, aquí traigo (con cinco días de "elegante" retraso) el segundo capítulo de Nostalgia, esperando que sea la primera y última vez que se posponga la publicación. Sin más, los dejo con él.
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II: Tauro Y Aries
Medio día, el astro rey se posaba con la habitual solemnidad en su trono diurno para molestia de los trabajadores de los campos, y beneplácito de aquellas que habían elegido el día para tender sus ropas lavadas a secar. Todo marchaba bien en el Reino como desde los días de la ya olvidada gloria.
Al menos, eso pensaba Vientus. El principal asistente del rector se sentía complacido, pensando que los frutos que habían cosechado serían eternos, dando paz y tranquilidad a una raza que llevaba siglos esperándola y que por fin la estaba obteniendo.
A costa de ello, su trabajo comenzaba a cansarlo, extrañando aquellos momentos de plena libertad. Los deberes del honor lo habían atado, obligándolo a entregar su vida a servir, cobijar a aquellos que vivían en la sutil ignorancia de los peligros que el mundo representaba. A pesar de la satisfacción obtenida, no bastaba para saciar las ansias de libertad. Después de todo, nunca había permanecido tanto tiempo en estado corpóreo.
Pero Destiny, el líder de ese antaño pueblo oprimido, contaba con él. No iba a decepcionar a su mentor y maestro. Él, que había entregado más que su vida a la causa, que estaba atado a servir eternamente al pueblo de su padre. Destiny jamás entendería de libertad y sentimientos de opresión, su existencia era todo lo contrario.
Qué ironía, defendían derechos que no poseían.
Como todos los días, Vientus hacía su ronda por todo el centro de gobierno. Vigilaba con cautela que todas las normas de seguridad y honor fueran respetadas, incluyendo en su recorrido a la escuela de protectores, anexada desde hacía tiempo al lugar.
—No sé porque decidieron hacer esto… en estos tiempos no hacen falta soldados —pensaba él, ocultando su enfado de ver molestos jóvenes pasar a diario por la magnánima Pirámide, el centro del Reino, del gobierno y de todo el orden global.
Al terminar el recorrido, optó por dirigirse a la oficina principal para dar los buenos días a su superior. La seguridad era exagerada, pero pocos sabían todo lo que ese recinto resguardaba. Mientras recorría el último pasillo, no pudo evitar recordar ciertos rostros, aquellos que ya no veía desde hacía años. Anhelaba volver a encontrarlos algún día.
Una enorme y magistral puerta tallada en finas maderas con pliegues artísticos mostraba reminiscencias de glorias y batallas pasadas. Digna bienvenida al enorme salón, que lejos estaba de ser una oficina común. Con un leve golpeteo en la madera anunció su llegada, y procedió a entrar.
La oficina era, simplemente, indescriptible con palabras. Detalles de todos los metales preciosos por doquier, de todas épocas y civilizaciones, hacían juego con muebles traídos de todos los puntos cardinales en los que se posaban detalles y cosas de hoy y ayer. La fascinación era siempre extasiante. Cuál sería su sorpresa al ver a su querido maestro, destilando sabiduría con su fija mirada, sonriéndole como en otros tiempos.
—Te estaba esperando, Vientus, pasa, hay ciertas cosas de las que debemos hablar… —su voz era dulce, sin encajar con la edad que tenía. Era una extraña mezcla de anciano jovial con erudito ermitaño, pues igual era capaz de correr por las mañanas que encerrarse a leer una enciclopedia de inicio a fin. Sin embargo las estupendas ropas que vestía eran la marca inconfundible del rango que poseía, y los cuatro anillos que portaba en su mano diestra la corona que le fue otorgada en el pasado, para gobernar por una eternidad si fuera a durarla.
—Pero señor, ¿Me estaba esperando? —a Vientus solía sorprenderlo su maestro todo el tiempo.
—Sí, eres el único al que puedo confiarle información tan valiosa —el tono de Destiny era misterioso, con un gancho al interés.
—Lo escucho atentamente, señor —le respondió mientras tomaba asiento en una de las sillas que se encontraban frente al imponente escritorio principal. Destiny hizo lo propio en su lugar.
—Con los relativamente recientes sucesos, me había olvidado por completo de los libros más antiguos. Como recordarás, Mesopotamia ha desaparecido, pero nunca nos enteramos del verdadero motivo de sus rituales, y creo ahora saberlo…
Vientus lo recordó momentáneamente. Mesopotamia fue la primera civilización humana, una gigantesca ciudadela donde florecieron las artes y ciencias, llegando a ser el único asentamiento seguro en un mundo naciente lleno de peligro. Fueron la única, llenando sus arcas de riquezas, gloria y soberbia; soberbia que llevó a sus residentes a sentirse por encima de los demás humanos, creando enormes distintivos entre ambos, el mayor de ellos: la magia. Se contaba que, en los templos mayores de Mesopotamia, los grandes sacerdotes obtuvieron el favor de algunos de sus dioses, otorgándoles el don de crear elementos con sus manos, manipulando la materia a través de la fuerza espiritual. Tomó años llegar a dominar la técnica, pero gracias a su ferviente fe, y a su ambición por ser perfectos, alcanzaron su anhelo de ser otra “raza”, el humano evolucionado: el “mesopotámico”.
Pero el destino llevó a ese intento de perfección a la tragedia. Victimas de su propia ambición, terminaron en un espacio atemporal y paralelo al planeta tierra, donde todo era semejante pero el tiempo no pasaba. Un día en el Reino Radical era igual al anterior: mismo clima, mismo viento, mismo tedio.
—Justo ayer, cuando llegaron a mis manos los memorandos del comité social, recordé que nos aproximamos a los festejos de la nueva era, ¿estás enterado, verdad?
—Yo presido el comité —dijo en un reflejo Vientus, todavía pensando.
—Bien, pues lejos de ser un simple motivo de carnaval, es todo un suceso astronómico con repercusiones de magnitud titánica. Hasta estos últimos días, hemos vivido en la llamada era de Tauro, desde los días de la creación. Nuestra existencia, como la conocemos, ha sido regida por esta era, dándole forma a un mundo al que nos hemos acostumbrado, al que creemos pertenecer. Desgraciadamente, nosotros ya no somos parte de ella, o dejaremos de serlo. En pocos días dará comienzo una nueva era, en la que los sucesos darán origen a un nuevo mundo. Nos encontraremos inmersos por otra supuesta eternidad. Hemos de ser los creadores de otro orden, por mano de los dioses y el destino.
— ¿En realidad irá a pasar algo de semejante magnitud? No entiendo cómo puede crearse otro mundo del que ya tenemos hecho, del que el hombre ha creado con su evolución.
—Nadie sabe a ciencia cierta cómo se manejan los hilos del destino, pero ten por seguro que todo ha de cambiar. Basándose en sus hijos, la era de Aries ha de prevalecer sobre la existente, traerá consigo un sinnúmero de cambios.
— ¿Qué intenta decir? ¿Qué trataremos de evitarla, tal como lo hicimos con los rituales de Mesopotamia? —el joven evocó el pasado, cuando él y otros fervientes guerreros tuvieron una cita con la historia.
—No, Vientus. Hemos de ser los instrumentos para que este cambio se dé, pero de la manera más favorable ¿Comprendes? No permitiremos que se pierdan las virtudes, sin perder la oportunidad de desaparecer las lacras de nuestro orden.
—Me parece bien, y espero sus órdenes, señor.
—Por el momento no hay nada, excepto que te mantengas alerta. Yo he de darte aviso cuando el momento haya llegado.
Despidiéndose ceremonialmente, Vientus abandonó la oficina. Ya sólo, caminaba por el largo pasillo, digiriendo las palabras de su mentor con cautela. ¿Una nueva era? ¿Cómo podía ser posible tal suceso? Los astros nunca habían dejado de ser simples piedras.
En su mente conservaba la tragedia de Mesopotamia. No había día en que no pensara en el gusto inicial que le dio enterarse de la desaparición de la altiva ciudad, en la venganza consumada que declaró su raza ese día. Ese era un secreto que solo su maestro y él conocían en ese mundo, para evitar despertar la furia de los incrédulos, que no pensaban que Destiny fuera capaz de gobernar sólo el Reino Radical, luego de que los otros tres miembros de la corte abdicaran y le cedieran sus anillos. Esos tres, junto con el propio, eran conocidos como la cuádruple corona.
—Por todos los dioses, no tengo idea de que irá a ocurrir en esta nueva era… solo espero que traiga consigo unas largas vacaciones —pensó, mientras salía a tomar un poco de aire fresco.
Desde lo alto, el astro rey lo saludó con sarcasmo.

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Algo corto, ¿No creen? Espero opiniones al respecto (aunque sean meros reclamos por el atraso). Sin más, me despido por lo pronto.